El Schalke 04 de Raúl, Jurado y Escudero será uno de los rivales más apetecibles por los grandes de Europa en la ronda de cuartos de final de la Liga de Campeones, tras vencer al Valencia por 3-1 (4-2 en el cómputo de la eliminatoria de octavos). Farfán, con anotación doble, y Gavranovic respondieron al gol inicial de Ricardo Costa y dejaron al equipo español, de apariencia superior, fuera de Europa. [Narración y estadísticas]
Al Valencia le dio por arruinarse la vida, porque el arranque impetuoso de cualquier equipo alemán en campo propio le duró al Schalke no más de siete minutos. Los que tardó el equipo español en paladear su fútbol con el balón en los pies y promover la primera acción verdaderamente peligrosa sobre la portería de Neuer: un zurdazo de Matthieu desde la frontal, ligerísimamente desviado de la portería germana. Puro diseño de pizarra tras lanzamiento de córner.
Los duelos individuales propuestos desde la imaginación del aficionado y por las previas periodísticas se quedaron en poca cosa, por incomparecencia. Banega y Jurado tenían el encargo de sus respectivos entrenadores de dar templanza y profundidad al juego de ataque, pero la partida se jugó en un escenario menos pinturero. Raúl echó un pulso a cabezazos con David Navarro y Escudero sí pareció imponerse a Joaquín, sólo peligroso cuando escapó de la banda y se filtró por el centro.
Filigrana de Topal
El mordisco valenciano llegó sin hacerse esperar, con una jugada sorprendente de Mehmet Topal en el lateral izquierdo del área. El centro del turco fue un tiro al blanco, a la cara de Ricardo Costa que no pudo ni precisar un cabezazo: tal como le llegó el balonazo rebotó y tomó apariencia de golazo. Por la importancia lo era, aunque a veces parece que un gol ponga grilletes en los tobillos de los que lo anotan. El Valencia se dejó llevar, trató de esconder la pelota a los azules y apenas volvió a amenazar al área de Neuer, excepto cuando las torpezas de Metzelder lo hicieron inevitable. El Schalke sigue una única disciplina: busca a Raúl, pelea en el centro y cruza los dedos en su área.
Cuando el mejor no pone toda la carne en su asador, suele acabar chamuscado. Un Schalke con trazas de infumabilidad absoluta -vivía de enviarle balonazos a Raúl, de algún pase de Jurado y de alguna correría de Farfán- empató con un exquisito lanzamiento directo de falta a cargo del extremo peruano y se adelantó, cruzado ya el ecuador, por una concatenación de fallos provocados por un centro de Escudero desde la banda izquierda: Guaita salió mal de puños, Farfán pegó mal su remate y el balón suelto ante la portería vacía lo empujó Gavranovic a un poste. Traviesa, la pelota viajó al otro palo y desde ahí decidió cruzar al fin la línea para colocar a los alemanes al frente de la eliminatoria.
La reacción
Entonces sí, al Valencia le entraron las ganas de provocar ataques profundos que desperdiciaron a pares Aduriz y Mata, ya antes de la entrada al campo de Soldado por un desubicado Pablo Hernández. Los campeones del mundo del Valencia andan muy lejos de su mejor capacidad física y técnica. Cuando en los relevos siguientes pisaron el campo Tino Costa y Jonas, la eliminatoria quedó pendiente de un golpe de suerte.
El guardameta Neuer salió ileso de un mano a mano con Aduriz con un mérito monumental. El vasco, que no estuvo fino ni en el remate ni en la asociación, esta vez hizo lo correcto, pero le respondió un portero en vena de inspiración.
La angustia se fue acrecentando en las filas de ambos adversarios. Un gol lo cambiaba todo. El Valencia perdonó, pero también lo hizo Gavranovic cuando recogió un balón que debió despejar Ricardo Costa, encaró a Guaita y estrelló el balón en el poste. En la ruleta rusa del descuento, el delantero suizo de familia croata volvió a chocar con la madera en un tiro de vaselina que ya había superado al portero valencianista, segundos antes de que Farfán ratificara su superioridad en una noche maldita para los de Emery.
El peruano definió en la última jugada del partido con la calidad que ya había exhibido en momentos decisivos de la noche. Tumbó con un amago al joven portero español y dirigió el balón hacia la felicidad de los aficionados de Gelsenkirchen, víctimas de un hechizo español con un toque limeño.
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