No  deja de escuchar que el ejercicio es sano para el cuerpo pero,  ¿por  qué? La respuesta que nos viene es inmediata: Porque mejora o  previene  ciertas enfermedades como la diabetes o los problemas  cardiovasculares.  Sin embargo, ¿cómo lo hace? ¿De qué manera la  actividad física  controla el nivel de azúcar en sangre o evita un  infarto? Dos estudios  dan con la clave a estas preguntas: El ejercicio  activa un gen y una  hormona que ponen en marcha procesos orientados a la quema de calorías y a la limpieza celular.
 El  grupo de Beth Levine, del Instituto Médico Howard Hughes y de  otros  centros relacionados con la nutrición y la biología celular, es   responsable de uno de los trabajos que publica esta semana 'Nature'. Mediante la manipulación genética de ratones, estos investigadores han podido comprobar que el gen BCL2 tiene un papel crucial en el metabolismo celular, incluida la glucosa.
 En nuestro organismo existe un mecanismo denominado autofagia, como un sistema de defensa, que consiste en la destrucción de las proteínas defectuosas y favorece la renovación celular.   Este proceso está mediado por los lisosomas que serían como los   basureros de la célula. "Esto se traduce en una mejora del estado   metabólico, como un mejor control de la glucemia, etc. Si la maquinaria   se renueva y todas las piezas son nuevas, todo funciona mejor", explica   Andreu Palou, miembro del CIBERobn y director del laboratorio de   Biología Molecular, Nutrición y Biotecnología de la Universidad de las   Islas Baleares.
 Lo que Levine y sus compañeros observaron fue que al practicar ejercicio se activa el gen BCL2 y con ello se induce la autofagia   en el músculo cardiaco y esquelético de los ratones a los 30 minutos   después de haber realizado una actividad intensa como correr en una   rueda. Este efecto también se observó en otros órganos implicados en la   homeostasis de la glucosa y energía como el hígado y el páncreas.
 "No  hay una sola razón de por qué tenemos diabetes. Cuanto más se  conozca  los elementos de ese mecanismo más se sabrá de los motivos por  los que algunas personas comen más que otras y no engordan   o de cuánta cantidad de ejercicio es necesario para activar esos   elementos clave, como el gen BCL2, que antes no conocíamos", explica   Palou. "Esta investigación se trata de un progreso significativo en el   campo del ejercicio. Sabíamos que era beneficioso pero ahora sabemos por   qué", afirma.
 El poder de la grasa parda
 Otra  pieza fundamental para entender cómo actúa el ejercicio en el  cuerpo  humano es la aportada por Bruce Spiegelman y su equipo, de  diferentes  departamentos de la Universidad de Harvard (EEUU), en un  estudio  publicado la semana pasada en 'Nature'. Para su investigación  también  utilizaron ratones a los que les inyectaron la hormona irisina,  que en  humanos aumenta su nivel con la práctica del ejercicio,   y comprobaron que su grasa blanca se transformaba en grasa parda o   marrón. Esa transformación es saludable porque la grasa parda quema   calorías en lugar de acumularlas.
 "La grasa parda favorece la disipación de la energía en forma de calor, no se almacena. La implicación de la grasa parda en la obesidad es algo muy novedoso.   Hasta hace poco se pensaba que esta grasa sólo estaba en recién  nacidos  pero hace unos años se vio que no era así y que los adultos  tenían  algunos focos de este tejido. La mayor presencia en bebés  explica que  tenga un efecto termogénico mayor. Es lo que vendría a  explicar el dicho  popular de que si se pierde un bebé en la nieve  aguantaría mejor que un  adulto", señala Ana Belén Crujeiras, del Grupo  de Endocrinología  Molecular del Hospital Clínico de Santiago de  Compostela.
 Y el ejercicio  interviene en esa transformación a través de la  hormona irisina que  aumenta sus niveles después de una actividad física  prolongada, pero no  tras una breve actividad. El grupo de Spiegelman  también observó que  la inyección de irisina mejora el control de glucosa y los niveles de insulina y produce una reducción de peso en ratones sedentarios que fueron alimentados con una dieta alta en grasas.
 "Había  un sentimiento en este campo [de investigación] de que el  ejercicio se  'comunicaba' con varios tejidos del cuerpo. Pero la  pregunta era cómo  [...] Es emocionante encontrar una sustancia conectada  al ejercicio y  con un potencial claramente terapéutico", explica Bruce Spiegelman, profesor en Biología Celular de la Facultad de Medicina de Harvard.
 Para  Jesús de la Osada, catedrático de Bioquímica de la Universidad  de  Zaragoza y miembro del CIBERobn, la investigación de Spiegelman "se   trata de un trabajo alucinante. Porque explica cómo se comunica el músculo con el tejido adiposo.   Aunque otros trabajos habían descubierto otros ejes de interacción,   como el endocrino, faltaba conectar el músculo con los adipocitos, y   ellos lo han logrado. Esto podría ser la base de que a medida que   envejecemos se pierde músculo y se gana peso".
 Ahora,  augura de la Osada, "es de prever que comenzarán un gran  número de  estudios para solucionar algunos interrogantes como saber qué   receptores están implicados y las variantes humanas que hay, es decir,   quién tiene un receptor activado y quién no. A partir de ahora se abre   un camino y es interesante ver qué ocurrirá en los próximos meses".
 Pero  no queda sólo en un tema de obesidad y diabetes. Spiegelman  considera  además que cada vez existen más evidencias que relacionan la obesidad y la inactividad física con el desarrollo del cáncer,   por lo que cree que en un futuro se podrían desarrollar fármacos   basados en la hormona irisina para prevenir y tratar estas enfermedades.
 Precisamente  este es el campo que está investigando Crujeiras, que  está realizando  ahora una estancia en el laboratorio de Epigenética del  Cáncer que  dirige Manel Esteller en el Instituto de Investigación  Biomédica de  Bellvitge. "Estoy intentando averiguar si hay regulaciones  epigenéticas  que lleven al desarrollo de un cáncer en personas obesas", señala esta investigadora quien reconoce que la población conoce poco de esta relación.
 "Todo  el mundo sabe que la obesidad tiene un efecto en la enfermedad   cardiovascular pero no conoce su efecto sobre el cáncer. Y las   investigaciones están demostrando que la obesidad tiene un alto componente en cánceres como el de mama, colon y endometrio. Aunque poco a poco se van añadiendo otros como el de esófago, riñón o páncreas".