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Un informe elaborado
por tres cardenales lo terminó de convencer de que era imposible
limpiar el Vaticano, donde hasta la Cosa Nostra guarda sus fondos. La
abdicación como manera de sacudir el tablero en la Iglesia.
Los
expertos vaticanistas alegan que el papa Benedicto XVI decidió
renunciar en marzo del año pasado, después de regresar de su viaje a
México y a Cuba. En ese entonces, el Papa que encarna lo que el
especialista y universitario francés Philippe Portier llama “una
continuidad pesada” con su predecesor, Juan Pablo II, descubrió la
primera parte de un informe elaborado por los cardenales Julián Herranz,
Jozef Tomko y Salvatore De Giorgi. Allí estaban resumidos los abismos
nada espirituales en los que había caído la Iglesia: corrupción,
finanzas oscuras, guerras fratricidas por el poder, robo masivo de
documentos secretos, pugna entre facciones y lavado de dinero. El
resumen final era la “resistencia en la curia al cambio y muchos
obstáculos a las acciones pedidas por el Papa para promover la
transparencia”.
El Vaticano era un nido de hienas enardecidas, un
pugilato sin límites ni moral alguna donde la curia hambrienta de poder
fomentaba delaciones, traiciones, zancadillas, lavado de dinero,
operaciones de Inteligencia para mantener sus prerrogativas y
privilegios al frente de las instituciones religiosas y financieras. Muy
lejos del cielo y muy cerca de los pecados terrestres. Bajo el mandato
de Benedicto XVI, el Vaticano fue uno de los Estados más oscuros del
planeta. Josef Ratzinger tuvo el mérito de destapar el inmenso agujero
negro de los curas pedófilos, pero no el de modernizar la Iglesia y dar
vuelta la página del legado de asuntos turbios que dejó su predecesor,
Juan Pablo II.
Ese primer informe de los tres cardenales
desembocó, en agosto del año pasado, en el nombramiento del suizo René
Brülhart, un especialista en lavado de dinero que dirigió durante ocho
años la Financial Intelligence Unit (FIU) du Liechtenstein, o sea, la
agencia nacional encargada de analizar las operaciones financieras
sospechosas. Brülhart tenía como misión poner al Banco del Vaticano en
sintonía con las normas europeas dictadas por el GAFI, el grupo de
acción financiera. Desde luego, no pudo hacerlo. El pasado turbio le
cerró el paso.
Benedicto XVI fue, como lo señala Philippe
Portier, un continuador de la obra de Juan Pablo II: “Desde 1981 siguió
el reino de su predecesor acompañando varios textos importantes que él
mismo redactó a veces, como la Condena de las teologías de la liberación
de los años 1984-1986, el Evangelium Vitae de 1995, a propósito de la
doctrina de la Iglesia sobre temas de la vida, o Splendor Veritas, un
texto fundamental redactado a cuatro manos con Wojtyla”. Estos dos
textos citados por el experto francés son un compendio práctico de la
visión reaccionaria de la Iglesia sobre las cuestiones políticas,
sociales y científicas del mundo moderno.
La segunda parte del
informe de los tres cardenales le fue presentada al Papa en diciembre.
Desde entonces, la renuncia se planteó de forma irrevocable. En pleno
marasmo y con un montón de pasillos que conducían al infierno, la curia
romana actuó como lo haría cualquier Estado. Buscó imponer una verdad
oficial con métodos modernos. Para ello contrató al periodista
norteamericano Greg Burke, miembro del Opus Dei y ex miembro de la
agencia Reuters, la revista Time y la cadena Fox. Burke tenía por misión
mejorar la deteriorada imagen de la Iglesia. “Mi idea es aportar
claridad”, dijo Burke al asumir el puesto. Demasiado tarde. Nada hay de
claro en la cima de la Iglesia Católica.
La divulgación de los
documentos secretos del Vaticano orquestada por el mayordomo del papa,
Paolo Gabriele, y muchas otras manos invisibles fue una operación
sabiamente montada cuyos resortes siguen siendo misteriosos: operación
contra el poderoso secretario de Estado, Tarcisio Bertone, conspiración
para empujar a Benedicto XVI a la renuncia y poner a un italiano en su
lugar, o intento de frenar la purga interna en curso y la avalancha de
secretos, los vatileaks sumergieron la tarea limpiadora de Burke. Un
infierno de paredes pintadas con ángeles no es fácil de rediseñar.
Benedicto
XVI se hizo aplastar por las contradicciones que él mismo suscitó.
Estas son tales que, una vez que hizo pública su renuncia, los
tradicionalistas de la Fraternidad de San Pío X fundada por monseñor
Lefebvre saludaron la figura del Papa. No es para menos: una de las
primeras misiones que emprendió Ratzinger consistió en suprimir las
sanciones canónicas adoptadas contra los partidarios fascistoides y
ultrarreaccionarios de monseñor Lefebvre y, por consiguiente,
legitimizar en el seno de la Iglesia esa corriente retrógrada que, de
Pinochet a Videla, supo apoyar a casi todas las dictaduras de
ultraderecha del mundo.
Philippe Portier señala al respecto que
el Papa “se dejó sobrepasar por la opacidad que se instaló bajo su
reino”. Y la primera de ellas no es doctrinal, sino financiera. El
Vaticano es un tenebroso gestor de dinero y muchas de las querellas que
se destaparon en el último año tienen que ver con las finanzas, las
cuentas maquilladas y las operaciones ilícitas. Esta es la herencia
financiera que dejó Juan Pablo II y que para muchos especialistas
explica la crisis actual. El Instituto para las Obras de Religión, es
decir el banco del Vaticano, fundado en 1942 por Pío XII, funciona con
una oscuridad tormentosa. En enero, a pedido del organismo europeo de
lucha contra el blanqueo de dinero, Moneyval, el Banco de Italia bloqueó
el uso de las cartas de crédito dentro del Vaticano debido a la falta
de transparencia y a las fallas manifiestas en el control de lavado de
dinero. En 2011, los cinco millones de turistas que visitaron la Santa
Sede dejaron 93,5 millones de euros en las cajas del Vaticano, ahora
deberán pagar al contado. El IOR gestiona más de 33.000 cuentas por las
que circulan más de seis mil millones de euros. Su opacidad es tal que
no figura en la “lista blanca” de los Estados que participan en el
combate contra las transacciones ilícitas.
En septiembre de 2009,
Ratzinger nombró al banquero Ettore Gotti Tedeschi al frente del Banco
del Vaticano. Cercano al Opus Dei, representante del Banco de Santander
en Italia desde 1992, Gotti Tedeschi participó en la preparación de la
encíclica social y económica Caritas in veritate, publicada por el Papa
en julio. La encíclica exige más justicia social y plantea reglas más
transparentes para el sistema financiero mundial. Tedeschi tuvo como
objetivo ordenar las turbias aguas de las finanzas vaticanas. Las
cuentas de la Santa Sede son un laberinto de corrupción y lavado de
dinero cuyos orígenes más conocidos se remontan a finales de los años
’80, cuando la Justicia italiana emitió una orden de detención contra el
arzobispo norteamericano Paul Marcinkus, el llamado “banquero de Dios”,
presidente del Instituto para las Obras de la Religión y máximo
responsable de las inversiones vaticanas de la época.
Marcinkus
era un adepto a los paraísos fiscales y muy amigo de las mafias. Juan
Pablo II usó el argumento de la soberanía territorial para evitar la
detención y salvarlo de la cárcel. No extraña, le debía mucho, ya que en
los años ’70 y ’80 Marcinkus había utilizado el Banco del Vaticano para
financiar secretamente al hijo predilecto de Juan Pablo II, el
sindicato polaco Solidaridad, algo que Wojtyla no olvidó jamás.
Marcinkus terminó sus días jugando al golf en Arizona y en el medio
quedó un gigantesco agujero negro de pérdidas (3,5 mil millones de
dólares), inversiones mafiosas y también varios cadáveres.
El 18
de junio de 1982 apareció un cadáver ahorcado en el puente londinense de
Blackfriars. El cuerpo pertenecía a Roberto Calvi, presidente del Banco
Ambrosiano y principal socio del IOR. Su aparente suicidio corrió el
telón de una inmensa trama de corrupción que incluía, además del Banco
Ambrosiano, la logia masónica Propaganda 2 (más conocida como P-2),
dirigida por Licio Gelli, y el mismo Banco del Vaticano dirigido por
Marcinkus. Gelli se refugió un tiempo en la Argentina, donde ya había
operado en los tiempos del general Lanusse mediante un operativo llamado
“Gianoglio” para facilitar el retorno de Perón.
A Gotti Tedeschi
se le encomendó una misión casi imposible y sólo permaneció tres años
al frente del Instituto para las Obras de Religión. Fue despedido de
forma fulminante en 2012 por supuestas “irregularidades en su gestión”.
Entre otras irregularidades, la fiscalía de Roma descubrió un giro
sospechoso de 30 millones de dólares entre el Banco del Vaticano y el
Credito Artigiano. La transferencia se hizo desde una cuenta abierta en
el Credito Artigiano pero bloqueada por la Justicia a causa de su falta
de transferencia. Tedeschi salió del banco pocas horas después de que se
detuviera al mayordomo del Papa y justo cuando el Vaticano estaba
siendo investigado por supuesta violación de las normas contra el
blanqueo de capitales. En realidad, su expulsión constituye otro
episodio de la guerra entre facciones. En cuanto se hizo cargo del
puesto, Tedeschi empezó a elaborar un informe secreto donde consignó lo
que fue descubriendo: cuentas cifradas donde se escondía dinero sucio de
“políticos, intermediarios, constructores y altos funcionarios del
Estado”. Hasta Matteo Messina Denaro, el nuevo jefe de la Cosa Nostra,
tenía su dinero en el IOR. Allí empezó el infortunio de Tedeschi.
Quienes conocen bien el Vaticano alegan que el banquero amigo del Papa
fue víctima de un complot armado por consejeros del banco con el
respaldo del secretario de Estado, monseñor Bertone, un enemigo personal
de Tedeschi y responsable de la comisión cardenalicia que vigila el
funcionamiento del banco. Su destitución vino acompañada por la difusión
de un “documento” que lo vinculaba con la fuga de documentos robados al
Papa.
Más que las querellas teológicas, es el dinero y las
sucias cuentas del Banco del Vaticano lo que parecen componer la trama
de la inédita renuncia del Papa. Un nido de cuervos pedófilos,
complotistas reaccionarios y ladrones, sedientos de poder, impunes y
capaces de todo con tal de defender su facción, la jerarquía católica ha
dejado una imagen terrible de su proceso de descomposición moral. Nada
muy distinto al mundo en el que vivimos: corrupción, capitalismo
suicida, protección de los privilegiados, circuitos de poder que se
autoalimentan y protegen, el Vaticano no es más que un reflejo puntual
de la propia decadencia del sistema.