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domingo, 9 de mayo de 2010

El chiflido del chancho

Dicen que en la noche del domingo se escuchó un largo chiflido, que no se sabe bien de dónde partió. Algunos dicen que fue desde Pan de Azúcar, otros, más desconfiados aseguran que no partió de un solo lugar, sino que se movía de un punto a otro, con una velocidad inusitada.

El chiflido por momentos aparecía y por momentos desaparecía. Comenzaba suavecito y lentamente iba creciendo. Hasta que se cortaba de golpe. Era un chiflido emocionado.

La gente, que estaba festejando, no supo comprender bien ese fenómeno extraño o ­mejor dicho­, casi no le puso atención, a pesar de que sabía que el autor andaba entre los olivos o detrás de algún medano.

El Clota y el Negro Acosta, agudos conspiradores, resolvieron contratar el viejo camión del Yuyo, para salir a recorrer la zona, pensando que se iban a encontrar con alguna especie extraña de animal cuadrúpedo y de múltiples colas. Con uñas alargadas, por cierto, tal como lo muestra la tele.

Cansados de tanto buscar y no encontrar nada, resolvieron volverse para sus casas e informarle al Flaco del fracaso de la operación pero, justo, en ese momento, comenzó el chiflido otra vez.

El Misterioso, con gestos de alarma, que los esperaba en la puerta, solicitó de inmediato un informe detallado, mientras el Baby registraba todo en su grabador. "Dicen que es un chancho", aseguró. "Pero es difícil que un chancho chifle", agregó La Petisa, siempre en tono polémico.

En esas horas se supo por parte de la "Academia mundial de porcinos dependiente" del Consejo de Seguridad de la ONU, que en Uruguay existe una especie de chanchos que chiflan, bastante rebeldes por cierto, por más que les sea difícil. Y chiflan cuando están contentos, dicen los biólogos y antropólogos.

"Escuchen, ahí está otra vez el chiflido", dijo el Nacho, que ya sabía por dónde se escondía el bendito chancho colorado, que estaba muy agrandado y que le decía a sus amigos: "No hay nadie que pierda, si lleva un libro mío bajo el brazo", lo que era absolutamente una flor de mentira, porque solo una vez, en una noche de domingo, se había dado esa extraña conjunción de un candidato con un libro. Por lo cual no tenía valor estadístico. Pero el chancho, que era un baboso, se adjudicaba los éxitos, no por creérsela, sino porque le daba prestigio en el boliche y así se entretenía dándole manija al Pepe, al Vidriero y a Juan Carlos.

El Búho, con cara de profesor de matemáticas amargado, miraba para un lado y otro, sorprendido por la reacción del conejo, los ciervos y las comadrejas, que despavoridas corrían sin rumbo, por culpa de aquel bendito chiflido. "El Flaco es el padre de esta batalla", decía el Búho, mientras el perro Negro lloraba al pie del árbol, el mismo can que había acompañado al chancho en la semana de turismo y que nadie sabe por qué puta andaba por ahí.

Cuando llegó el amanecer del lunes, cuando aparecieron las primeras luces en el horizonte, se escuchó: "Ffffuiiiiiiiiiiiiiiii". El Flaco, que escondía el cigarro para que el Nacho y Lucía no supieran que estaba fumando, se limitó a decir: "Es dialéctico, hay un tipo de chanchos que también chiflan bajo determinadas circunstancias históricas" y después largó todo su rollo sobre la sociedad civil, el desarrollo de las fuerzas productivas, la descenralización y la construcción de la democracia avanzada, sin olvidarse que nació en el 110.

El búho, parado en el árbol, le hizo una guiñada al Flaco, cerró los ojos y se puso a dormir en la rama más alta. "Pobre tipo", dijo para sus adentros, "recién le empiezan los problemas".

"Ffffuiiiiiiiiiiiiiiii", fue lo último que se escuchó, porque ya el sol había salido y empezaba un nuevo día. Parecía luminoso. Solo el tiempo lo dirá.

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