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sábado, 29 de enero de 2011

De Túnez a Haití, pocas molestias para los dictadores

CADTM

No hace falta recordar que los grandes textos internacionales como la Carta de las Naciones Unidas, la Declaración Universal de los Derechos Humanos o el Pacto de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales deben ser respetados por todos los países que los han ratificado. Sin embargo hay que señalar forzosamente grandes disparidades entre el tratamiento que se reserva a dirigentes como Zine el-Abdine Ben Alí, Jean-Claude Duvalier, Thomas Sankara o Patrice Lumumba. Los dos primeros son dictadores reconocidos, culpables de malversación de fondos, de corrupción y represiones sangrientas. Obligado a dejar el poder por una revolución popular que no pudo sofocar, Ben Alí huyó de Túnez llevándose una tonelada y media de oro. En la actualidad los múltiples ataques contra las libertades del pueblo tunecino y la democracia desde que llegó al poder en 1987, están en todos los titulares.

En 1986, también como consecuencia de una revolución del pueblo haitiano, Duvalier hijo no tuvo más remedio que huir de su país (Haití), después de tres decenios de dictadura impuesta por su familia. Con el beneplácito de las autoridades francesas, encontró refugio en una magnífica mansión que había adquirido en la Costa Azul francesa. El total estimado de su fortuna es superior a la deuda externa de su país. Sin embargo nunca ha conseguido la validación de su petición de asilo, que fue rechazada en 1992 por el Consejo de Estado, convirtiéndole en un «sin papeles» a quien nunca han molestado las fuerzas del orden francesas. Acaba de regresar a su país donde la justicia haitiana se interesa por él. La justicia francesa nunca le ha preocupado mucho…

El perfil de los otros dos es muy diferente: Lumumba y Sankara son dos ejemplos históricos de dirigentes progresistas que lucharon ferozmente por sus pueblos contra los intereses de las clases dominantes, tanto de dentro como de fuera de sus países. El día de la independencia de su tierra, el antiguo Congo Belga, el 30 de junio de 1960, Lumumba pronunció un discurso apasionado ante el rey de los belgas que éste no le perdonaría: «Porque esta independencia del Congo, aunque hoy se proclama de acuerdo con Bélgica, país amigo con el que nosotros tratamos de igual a igual, sin embargo ningún congoleño digno de este nombre podrá olvidar jamás que se ha conquistado por la lucha, una lucha diaria, ardiente e idealista, una lucha en la que no hemos escatimado nuestras fuerzas, ni nuestras privaciones, ni nuestros sufrimientos ni nuestra sangre». Once días después, con el apoyo de las potencias occidentales, la provincia de Katanga se separó: así comenzó la desestabilización de Lumumba que terminaría con su ejecución, con la complicidad activa de los militares belgas, el 17 de enero de 1961, hace ahora cincuenta años.

Por su parte Thomas Sankara (2), presidente de Burkina Faso, también se señaló en un discurso memorable en Addis Abeba el 29 de julio de 1987: «La deuda no se puede reembolsar, porque en primer lugar nuestros acreedores no morirán. Estamos seguros. Por el contrario, si pagamos, nosotros sí moriremos. También estamos seguros (…). No podemos aceptar su moral. No podemos aceptar que ellos nos hablen de dignidad. No podemos aceptar que nos hablen del mérito de los que pagan y de la pérdida de confianza hacia los que no pagan. Al contrario, debemos decirles que hoy lo normal es que preferimos reconocer que los mayores ladrones son los más ricos (…). Me gustaría que nuestra conferencia adopte la necesidad de decir claramente que nosotros no podemos pagar la deuda. No con un espíritu belicista. Sino para evitar que vayamos individualmente al matadero. Si únicamente Burkina Faso se niega a pagar la deuda, ¡No estaré aquí para la próxima conferencia! Por el contrario con el apoyo de todos, os necesito a todos, podremos evitar el pago. Y evitando el pago podremos dedicar nuestros escasos recursos a nuestro desarrollo».

Efectivamente Sankara no estuvo en la conferencia siguiente: el 15 de octubre de 1987, con la complicidad de las autoridades francesas, los matones de Blaise Compaoré lo ejecutaron. Desde 1987 Blaise Compaoré es el presidente de Burkina Faso y simboliza a las mil maravillas las relaciones mafiosas entre Francia y África. Como Duvalier antes de 1986, como Ben Alí antes del 14 de enero de 2011, Compaoré tiene el apoyo de Francia. Por otra parte fue recibido discretamente en París los días 17 y 18 de este mes de enero. En numerosos países cuyos pueblos sufren dictaduras evidentes (ayer Túnez, hoy todavía muchos otros) los dirigentes europeos, especialmente los franceses, disfrutan de las actuaciones de esos poderes autoritarios que sirven a sus intereses pisoteando los derechos de sus pueblos.

Hace ahora seis años que entró en vigor la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción. Dicha convención ha hecho de la restitución de los bienes mal adquiridos a los países expoliados un principio básico del derecho internacional. Pero sólo una ínfima parte de los cientos de miles de millones de dólares robados por los dirigentes corruptos de todo el mundo se ha restituido. Las instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial (3), en la historia reciente, han financiado numerosas dictaduras por todo el mundo, desde la Sudáfrica del apartheid al Chile del general Pinochet, pasando por la Indonesia de Suharto o el Zaire de Mobutu. Así, dichas instituciones han participado directamente en la legitimación de fortunas gigantescas basadas en el saqueo de los recursos naturales. Al imponer la liberalización de los capitales y la apertura de las economías han facilitado la transferencia de grandes sumas desde el Sur hacia los paraísos fiscales y jurídicos.

En este peligroso juego no basta con señalar con el dedo a algunos dirigentes del Sur: hay que denunciar la complacencia occidental de los grandes dirigentes y de los medios financieros que bloquean cualquier investigación seria del asunto. Porque si hoy los dictadores se aprovechan de sus crímenes impunemente es porque no existe la voluntad política para hacer que se imponga la justicia.

Los países pretendidamente democráticos no deben apoyar, ni siquiera tolerar, a los gobiernos dictatoriales y corruptos. Sin embargo los ejemplos de ese tipo de compromisos no faltan, en especial dentro de las antiguas colonias francesas. Durante ese tiempo, los pueblos reembolsan una deuda que es el símbolo visible de la sumisión de su país a los intereses de las grandes potencias capitalistas y a las empresas multinacionales. Ya es hora de establecer las bases de una lógica política, económica y financiera radicalmente diferente, centrada en el respeto de los derechos fundamentales. Y ya es hora de que aquéllos que han llevado al mundo al actual callejón sin salida rindan cuentas ante la justicia.


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