copera del año frente a un Liverpool de rebajas. Suspenso en la Liga, donde manda la regularidad, el cuadro de Quique Flores volvió a mostrar su mejor versión en Europa y premió la fidelidad de la
Acosado por las bajas, Quique Flores desplegó el equipo previsto, una concesión gratis pero inevitable frente a un fanático del control como Rafa Benítez, que no entiende el fútbol como un juego de azar. Tampoco hacía falta ser un lince para profetizar el once rojiblanco. Resultado de una política deportiva cogida con pinzas, que no da para competir con rigor en tres competiciones, la plantilla del Atlético no da para más. Juegan los que están, y como Agüero, sancionado, no compareció, Forlán encaró la defensa red como el llanero solitario. La otra opción para la delantera era Borja, un canterano que entró de urgencia por primera vez en la convocatoria.
La ausencia del Kun forzó al Atlético a seleccionar más sus ataques. Su técnico apañó la avería arropando a Forlán al colocar a Jurado a su espalda. El liviano centrocampista agradeció poder actuar de mediapunta, lo que le gusta, y no esquinado en una banda. Jurado sintonizó con el uruguayo y con Reyes en varias combinaciones muy vistosas que no cortaron Mascherano ni Leiva, desacreditados en las tareas de destrucción y que no aportaron nada al Liverpool en la conducción del balón. Maniatados los fantasistas reds, si es que alguno queda, por la rigurosidad de Benítez, la telepatía entre Jurado y Forlán incendió a la última línea del conjunto inglés. En una de ellas, pared incluida, el pensador del Atlético se fue de Carragher, lanzó un centro y Forlán agrandó su leyenda con un gol memorable. No por bonito, pues estéticamente fue una broma, pero sí por su importancia. El uruguayo, nacido para marcar, cabeceó al aire, el balón le pegó en el cuerpo y quedó muerto, a palmo y medio de su bota izquierda. En una escena digna de Hitchcock, el matador del Atlético chutó como pudo y la pelota, tras rebotar en Reina, entró llorando en la portería sin que Carragher pudiera despejarla.
El Liverpool respondió sin mucho entusiasmo al castigo, salvo alguna galopada que otra de Johnson. En una de ellas Benayoun tuvo a tiro el empate, pero el israelí, que no es precisamente un cabeceador, falló un centro franco del lateral derecho al segundo palo que Ujfalusi no guardó. Fue el mayor contratiempo al que se enfrentó De Gea en la noche, al que bastó con estar atento a los centros laterales que llovieron por su área. Si el Atlético perdió el duende del Kun, el Liverpool se volvió más previsible de lo que ya era falto de Fernando Torres. N'Gog, el conejo que Benítez se sacó de la chistera, se gripó de principio a fin, por más que Kuyt intentara darle bola con sus arrancadas desde la orilla izquierda. El sustituto de Torres no estuvo a la altura de la sombra de su predecesor y terminó borrado del mapa por Perea y por Domínguez. Los dos centrales colchoneros estuvieron estelares, acertados al corte y serenos en los despejes por alto.
Benítez intentó devolverle su esencia al fútbol mecanizado del Liverpool mandando a N'Gog a galeras y metiendo a Babel. El recambio tampoco cuajó y el guión siguió igual, incapaz de pensar Gerrard, perseguido por todo el tapete por Assunção. El trabajo del brasileño permitió que el Atlético siguiera a lo suyo, con Reyes poniendo colorados a los laterales. El extremo aportó el oxígeno que faltaba ensanchando el campo y encontrando, con la ayuda de Ujfalusi, la espalda de Agger, bajo de reflejos. Una de las internadas del checo la resolvió Reina con un paradón espectacular a una volea de Simão. El portero evitó otra ocasión con los mismos protagonistas y salvó de la quema a un Liverpool decepcionante, que sólo claudicó en un gol de chiste que bien puede valer una eliminatoria que decidirá Anfield. El escenario ideal para alargar la suerte de un Atlético que, en lo bueno y en lo malo, es un disparate llamado fútbol.
No hay comentarios:
Publicar un comentario