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viernes, 18 de marzo de 2011

Holanda: país de las bicicletas


A Holanda se la conoce como el país de los molinos de viento, de las tulipas, de los zuecos de madera. Pero quien tiene la oportunidad de conocer Holanda, descubre que aquí es también el país de las bicicletas. Dudo que en otro lugar ese medio de transporte sea tan popular. Para tener una idea, en Amsterdam, ¡el estacionamiento de bicicletas de la Estación Central comporta 8 mil de ellas!

En las calles, el tránsito está todo adaptado para el tráfico de las bicicletas, con ciclovías e incluso semáforos especiales. Personas de todas las edades son adeptas de ese medio de transporte, tanto hombres como mujeres. No se ve a muchos niños solos andando en bicicleta en las calles, a no ser en parques, más jóvenes e incluso personas mayores, sí. Las mujeres andan con faldas y tacones altos y algunos hombres andan incluso con terno. Ellos tienen una práctica increíble, incluso con bolsas de compras los holandeses consiguen equilibrarse bien en el vehículo.

Para el peatón es necesario atención en doble. Antes de cruzar la calle, es necesario tomar cuidado con los coches, los autobuses, los trams (o trenes, que son una especie de bonde), además de las bicicletas. Sí, pues la bicicleta tiene preferencia al peatón. Cuando un peatón va a cruzar la calle y no ve una bicicleta, el ciclista toca una especie de campanita para alertar al pedestre. Llega a ser divertido el lío de los sonidos. Los semáforos tocan un sonido diferente cuando están abiertos, para alertar a los ciegos. Los trams tocan un sonido de aviso cuando están listos para pasar, y también tenemos el ruido de las bocinas de las bicicletas. Lo mismo ocurre con los semáforos : para peatones, para coches, para bicicletas y una señal de advertencia cuando va a pasar un tram.

Realmente la bicicleta es un medio de locomoción muy ventajoso. Además de ser económico, si comparado a coches o motocicletas (una nueva cuesta entre 200 y 400 euros y una usada de 50 a 150 euros), no necesita de gastos con combustible, no contamina, no congestiona la ciudad y no acarrea problemas para estacionar.

Pero si la bicicleta tiene tantas ventajas, ¿por qué no es popular en Brasil?

Primero, con pocas excepciones, las ciudades brasileñas no son planas. Imagínese cómo sería andar en bicicleta todos los días en Porto Alegre, por ejemplo. Para empezar, una subidita en la calle Ramiro Barcelos, la ladera de la calle Lucas de Oliveira, o qué tal encarar un cerro Santo Antônio… no hay ciclista que aguante. En Holanda no existen cerros o elevaciones. Todo es completamente plano, lo que facilita y mucho la multiplicación de ese medio de transporte.

Segundo motivo, falta estructura y educación. En Porto Alegre ya es peligroso andar en motocicleta, ¡imagínese en bicicleta! Sin ciclovías, las bicicletas acaban molestando el tránsito, y los ciclistas corren el peligro de ser atropellados.

Y tercero, el problema de la violencia. En Holanda, el robo de bicicletas es muy común y existe un verdadero mercado de bicicletas robadas que se venden por 10, 20 euros, Pero la diferencia es que aquí el ciclista apenas pierde su bicicleta, que generalmente no la encuentra más en el estacionamiento; pero casi no existen agresiones y asaltos. Ya en Brasil, infelizmente, una bicicleta puede costar una vida.

Aquí en Holanda, también acabé entrando "en la onda holandesa" y probé ese lado divertido de la cultura local. Decidí yo misma comprar una bicicleta usada. Y cómo es bueno revivir los tiempos en los que yo andaba en bicicleta en el Parcão y en la Redenção, en Porto Alegre. Todos los fines de semana iba con mi Monark rosada y blanca con cesta. Me encantaba aquel ventecito en la cara. Ahora, además de poder andar con seguridad aquí en Holanda, puedo disfrutar de un paisaje diferente y aprovechar para hacer un ejercicio. En mi camino al trabajo, atravieso el puente Erasmus, desde donde se tiene una vista impar de Rotterdam, con su río, barcos y, a lo lejos, su enorme puerto.

Cuando se viaja, es necesario tener la experiencia de todos los aspectos de la cultura local, ver la vida a través de los ojos de aquel pueblo. Solamente así aprendemos y reflexionamos sobre nuestra propia manera de pensar y descubrimos cuánto la cultura en la que vivimos es capaz de influenciarnos.

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