Empadronado en la habitación 415, cama dos, del Hospital Provincial de Pontevedra. Agapito Pazos ha vivido allí su infancia, adolescencia, madurez y vejez. En concreto, 79 de sus 82 años de vida. El pasado sábado falleció de una parada cardiaca. Desde que ingresó, sólo una vez salió a la calle... y vio el mar.
Agapito fue abandonado con tres años, en el interior de un cajón y con importantes minusvalías, a las puertas de este centro sanitario, que por aquel entonces era de beneficencia. Tras ser recogido por el personal del hospital fue sometido a un examen médico que determinó que padecía espina bífida y que tenía tres de sus cuatro extremidades atrofiadas, lo que le impidió llegar a caminar. Desde entonces nunca más cambió de 'casa', de hecho, allí fue empadronado.
A pesar de sus limitaciones físicas, Agapito se integró totalmente en el funcionamiento diario del centro sanitario, llegando incluso a asumir la responsabilidad de guardar las llaves de la gaveta de los medicamentos y del almacén, tarea que desarrolló con total profesionalidad, según reconocieron algunos de los facultativos más antiguos del hospital.
Además, también tenía encomendada la vigilancia de algunos de los pacientes, con los que compartió habitación, inicialmente en grupos de veinte y finalmente sólo con otro enfermo.
Fuentes del centro hospitalario destacaron la intuición de Agapito para determinar la gravedad de los enfermos, ya que era frecuente que anticipara su fallecimiento.
Sólo salío una vez: conoció el mar con 60 años
Durante los 79 años que permaneció residiendo en este centro hospitalario solamente lo abandonó en una ocasión, en la que uno de los trabajadores del centro lo llevó a conocer el mar en la playa de A Lanzada de O Grove (Pontevedra). El descubrimiento del mar se produjo cuando Agapito había cumplido ya los 60 años.
Agapito estaba siendo tutelado por la Fundación Salvora, que también acoge a otras 41 personas en situación de desamparo. El habitante permanente del hospital era una persona muy popular en el centro sanitario, donde compartía emociones y sentimientos con todos los enfermos y con las personas que acudían a visitarlos.
El único disgusto que exteriorizó fue un día que una paciente vietnamita le robó la caja en la que guardaba sus pocos ahorros, lo que desató uno de sus prontos, que aunque no eran frecuentes, en ocasiones sí que los mostraba, según indicó una de las auxiliares del hospital.
La situación se solventó el mismo día cuando un médico le compró otra caja de caudales más segura y moderna que la que le habían hurtado.
Agapito, que pasó toda su vida atado a una silla de ruedas que le permitía desplazarse por los pasillos del centro sanitario, abandonó definitivamente el Hospital Provincial de Pontevedra el pasado lunes en comitiva fúnebre, acompañado por sus compañeros, hasta el cementerio municipal de San Mauro, donde recibió cristiana sepultura.
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