La NASA ha reiterado que la probabilidad de que algún trozo del satélite que no se destruya en la reentrada (piezas de titanio y de acero inoxidable, sobre todo) produzca heridas a una persona es muy baja, una entre 3.200. Pero la probabilidad de que le caiga a alguien en concreto ("¿Me puede caer a mí?") es de una entre varios billones, informa Space.com.Dada la superficie oceánica del planeta, lo más probable es que caiga al mar.
"Conocemos muy bien el valor medio de la actividad solar, pero es muy complicado determinar el valor puntual", explica Miguel Belló-Mora, director de la empresa espacial española Elecnor-Deimos. "Si aumenta la actividad del Sol se calienta la atmósfera, incrementándose su densidad, con lo que el rozamiento del satélite es mayor y cae antes", añade este ingeniero aeronáutico especialista en dinámica orbital. A partir de una altura crítica de unos 150 kilómetros, dice, la resistencia que encuentra el satélite es considerable y "cae casi como una piedra".
Como el UARS da una vuelta a la Tierra cada hora y media, un margen de una hora en la predicción varía radicalmente la zona de caída.
El otro factor que condiciona -y dificulta- los cálculos de caída del UARS es la superficie que el satélite expone a la resistencia de la atmósfera: si va atravesado, exponiendo sus diez metros largos de longitud, la resistencia será mayor y caerá antes que si va en línea, presentando un área frontal de 4,5 metros de diámetro.
No es ni mucho menos la primera vez que caen artefactos espaciales a la Tierra, pero lo correcto es tomar medidas para poder controlar su reentrada, como se hizo, por ejemplo, con la estación espacial rusa Mir, en 2001, que fue dirigida al Pacífico para evitar el riesgo de impacto en zonas habitadas, además de avisar a las autoridades aéreas y marítimas. "No se debe apurar hasta el último momento la utilización de un satélite sino que hay que conservar combustible y capacidad de control para planificar la reentrada", comenta Belló-Mora. "Pero el UARS, que fue una misión de enorme éxito que duró varios años más de lo previsto, se utilizó hasta que dejó de funcionar".
Para los artefactos que están en órbita geoestacionaria, a unos 36.000 kilómetros de altura sobre la superficie terrestre, donde se colocan casi todos los satélites de comunicaciones, existen órbitas cementerio hacia las que se desvían los satélites que están en las últimas, evitando así que se conviertan en basura espacial peligrosa tanto para los que siguen activos como para los que se lancen en el futuro. "Pero no hay órbitas cementerio para satélites a baja altura", señala el ingeniero español.
En cuanto a la posibilidad de destruir el UARS con un misil, Belló-Mora argumenta en contra de tal medida: "La probabilidad de que haga algún daño es insignificante, mientras que su destrucción en el espacio tendría un efecto nefasto porque generaría miles de fragmentos de basura espacial muy peligrosa". La demostración que hizo China al destruir un satélite obsoleto con un misil, en 2007, generó 2.000 trozos de basura espacial que se han podido identificar y seguramente muchísimo más que siguen ahí arriba indetectados.
La NASA señala que, a medida que pasan las horas y se acerca el momento de la reentrada del satélite, los expertos irán refinando sus proyecciones orbitales para determinar la hora y lugar del final del UARS, que se convertirá en una estrella fugaz de seis toneladas y origen artificial.
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