Al menos en Barcelona cabe pensar que prevalezca el modelo que capitanea Pep Guardiola; el guión madridista de Florentino Pérez es otro y se acentuará. En Madrid nadie ha respaldado la extraordinaria aventura de un equipo que ha peleado hasta la extenuación con un Barça imperial, al que ha sido capaz de llevar al límite. En Barcelona se ha subrayado la capacidad del adversario, pero no ha rebotado en Chamartín y ACS, donde, curiosamente, no se discute la inversión. Eso jamás. En el campeón se busca alternativa a Ibrahimovic, decepcionante desde Navidad. En el subcampeón no hay debate sobre Kaká, señuelo presidencial. El mundo al revés.
Puede, incluso, que ni el otro Laporta ni el mismo Florentino Pérez concluyan que ha sido una Liga vibrante, magnífica, de un nivel lunático. En el deporte es recurrente que a los gigantes se les infravalore con la coletilla de que prevalecen por la falta de competencia. Le ocurrió a Jordan, a Indurain... A tantos y tantos. Nada que ver con la realidad. Los genios resultan inalcanzables. Le ha ocurrido al Barça y al Madrid, dos superpotencias fuera del alcance del resto del pelotón. Dos equipos que alistan a buena parte de los mejores futbolistas del mundo, con Messi y Cristiano a la cabeza.
Un lujo para el fútbol español, padrino de jugadores que se han ganado la admiración universal: Xavi, Piqué, Puyol, Iniesta, Valdés, Casillas, Ramos, Xabi Alonso, Albiol... Y con ellos han crecido en esta Liga Busquets, Pedro, Bojan, Higuaín. Frente a los agonías que denuncian una Liga escocesa, España debería presumir de su firmamento. Y no sólo el de los grandes: Villa, Silva, Mata, Agüero, Forlán, De Gea, Navas, Luis Fabiano, Pedro León, Soldado... La Liga tiene salud. Si el equilibrio supone el exilio de Messi o Cristiano Ronaldo, sería una pésima noticia para el fútbol español, que perdería su extraordinario poder de seducción.
El pulso entre el Barça y el Madrid ha sido una noticia excelente. Nadie se ha rendido: ni un Barça que pudo saciarse con el triplete, ni un Madrid con una horma recién salida del segundo florentinato que no sucumbió a sus dos derrotas ante los azulgrana, que supo apretar los dientes tras el alcorconazo y el championazo. Y siempre con un runruneo permanente a su alrededor, sin nadie que desde las alturas de la propia institución diera amparo al proyecto. Pellegrini ha estado solo, con sus errores, algunos, y aciertos, muchos.
Con el Madrid aspirando al título, nadie se ha ocupado de despejar la sombra de Mourinho, lenguaraz ante la rapiña, con amplificadores a su servicio, como si 96 puntos y 102 goles merecieran el desprecio absoluto. "Ahora se abre un debate sobre la temporada", deslizó anoche Jorge Valdano, director general del Real Madrid. Nadie como él para frenar los impulsos de un presidente al que los técnicos le producen urticaria. Es tiempo de saber si Florentino Pérez se ha vuelto más paciente o lo único que no ha cambiado es la chequera. En Barcelona habrá otro presidente, pero salvo alguna locura repentina perdurará el gen deportivo. Si no hay mayores interferencias, su entrenador es el guardián del cruyffismo con derechos de autor bien ganados sobre el guardiolismoimperante.
Frente a la soledad de Pellegrini, el credo de Guardiola es indiscutible. No sólo le avalan los títulos. Él personifica como nadie el modelo, él es el ADN del Barça. Su chistera es inagotable: donde se acaba Henry irrumpe Pedro; si se atasca Ibrahimovic brota el mejor Bojan. Guardiola ha mantenido la voracidad del grupo, ha sabido ganar y perder y de un equipo gangrenado por los personalismos de Ronaldinho y otros ha surgido el mejor Messi, que ayer igualó incluso la meta imposible de Ronaldo, autor de 34 goles con el Barça, los mismos que el argentino. El aire barrial de Messi distingue a un equipo insaciable. Messi quiere ser protagonista en todos los recreos y el Barça sigue su estela. La Pulga es al equipo culé lo que Cristiano Ronaldo puede ser al Madrid. Su primer curso en España ha sido fantástico, su nivel competitivo no tiene precio. Su presencia en la Liga es otra gozada para el fútbol español. Él, el Madrid, es un subcampeón con mayúsculas, una medalla de plata de muchos quilates, lo que engrandece la copa azulgrana.
Finalmente, se impuso el fútbol, el juego brillante, tejido y museístico del Barça. El Madrid ha ido puliendo su estilo, más vertical, sin pausas, punzante como pocos. Igual de válido, por eso ha llegado a una centésima del campeón. Ha sido un reto de fábula, por más que se pretendiera enfangar con conspiraciones y rancias demagogias. Por más que se haya pretendido barnizar un duelo deportivo con un ficticio enconamiento sociopolítico. Por suerte, el fútbol gana siempre, resiste ante todo tipo de combustiones ajenas. Vence el fútbol, lo canonizan campeones y subcampeones como éstos.
Sólo puede ganar uno, pero el Madrid no debería sentirse en la bancarrota; simplemente fue superado por un grandioso equipo. Sucumbió con la grandeza que engalana su historia y con unos números que le respaldan como protagonista de un desafío sideral. Así es este Barça, un equipo de vuelo infinito. Así puede llegar a ser el Madrid si es capaz de sacar brillo a lo hecho esta temporada, por más que pesen los patinazos de Alcorcón y Lyón. El Madrid ha obligado al mejor Barça de la historia. El Barça ha sacado hasta la última gota de un Madrid sin bandera blanca. Fabulosos. Veinte Ligas iluminan al Barça; 31 al Madrid. La batalla seguirá. Y ojalá de forma igual de apasionante. Esta Liga le debe mucho al Barça y al Madrid, al Madrid y al Barça. Y al resto de competidores que se disputaron otras ligas.
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