Ningún otro atributo define mejor a David Cameron que su bicicleta. Su pedaleo cotidiano de Notting Hill a Westminster ayudó a retratarlo como un político dinámico y preocupado por el medio ambiente.
Pero el ascenso al poder es implacable y para Cameron ha pasado el tiempo de la bicicleta. Se la prohíben las directrices de seguridad, que lo confinarán a partir de ahora a un vehículo blindado y con escolta. Es una circunstancia que no gusta ni al premier ni a su familia, para los que la presencia policial es tan hiperbólica como asfixiante.
Por el momento, Cameron sólo ha logrado sacudirse los cuatro motoristas que suelen acompañar a la caravana del primer ministro. “No quiere evitar los atascos”, ha dicho su portavoz, “le ayudan a no perder contacto con la realidad”. Una actitud que ya le ha enemistado con sus escoltas y ha despertado suspicacias en Scotland Yard. Andy Hayman, ex responsable de operaciones especiales, decía el sábado: “Está siendo muy imprudente. Los motoristas no están ahí para ahorrarle los atascos sino para evitar que su coche sea el objetivo de un terrorista. No son motoristas. Son oficiales armados”.
Los responsables de seguridad están locos por que el premier se mude a Downing Street. Pero los Cameron ya han anunciado que esperarán a que los niños terminen el colegio. Un extremo que generará aún más nervios entre sus escoltas, que deberán custodiar 24 horas al día su casa de Notting Hill, mucho más vulnerable que la casa del portón negro.
Cameron no es el único premier que se queja de la naturaleza invasiva de la seguridad. Winston Churchill seguía los bombardeos nazis desde los tejados de los edificios de Whitehall y Tony Blair salía a pasear a su hijo Leo a hurtadillas al parque de St. James.
La bicicleta era para Cameron como el bolso para Margaret Thatcher. Un atributo que le daba la pátina de modernidad que lo distingue. Y sin embargo la descubrió por casualidad: en las generales de 2001. El brote de fiebre aftosa retrasó los comicios hasta junio y el candidato pensó que recorrer en bici las aldeas de su circunscripción de Witney le daría publicidad y forma física. Una vez en los Comunes, decidió seguir pedaleando al trabajo de la mano de su amigo George Osborne, hoy su ministro de Economía y su mano derecha desde sus inicios.
Desde entonces, la efigie de Cameron con casco y chubasquero fluorescente se ha convertido en uno de los iconos del cambio político. Por más que los tabloides laboristas intentaran caricaturizarlo informando de que se había saltado un semáforo en rojo o que su coche oficial le llevaba detrás el maletín. No volverá a ocurrir. Servidumbres del poder. A Cameron siempre le quedará la bicicleta estática.
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