Viento Sur
Barak Obama heredó de Bush ‘junior’ 242 presos encerrados en la prisión militar de Guantánamo en enero de 2009. El entonces flamante nuevo presidente prometió, entre las primeras medidas de su mandato, eliminar las comisiones militares, juzgar con todas las garantías a los detenidos y cerrar la prisión en el plazo máximo de un año. Fue una de sus promesas estrellas, una de las que más eco mediático tuvo en todo el mundo.
Cuatro años después, la
ilegal base naval estadounidense, enclavada desde 1903 en territorio
cubano, sigue abierta. De ella solo han salido 76 presos, aún permanecen
166. Pero hoy Guantánamo no es noticia. No lo fue en la última campaña
electoral en EEUU, ni aparece como tema de preocupación de los
estadounidenses en ningún sondeo de opinión.
Guantánamo no
existe. Y no existe tampoco como preocupación en la ONU, en la UE, en el
Parlamento Europeo, y en los medios de comunicación de gran difusión de
los países democráticos y desarrollados.
Guantánamo
ha desaparecido. Solo parece preocupar a las propias víctimas que están
allí, a sus familiares y allegados y a las organizaciones humanitarias y
defensores de los derechos civiles que siguen luchando en solitario
para recordar al mundo que en la bahía de Guantánamo sigue existiendo
uno de los campos de concentración del siglo XXI.
La izquierda
europea -con muy pocas excepciones, como las de Gaspar Llamazares y Joan
Herrera, y algunos socialistas a título individual- tampoco parece
haber entendido plenamente que se trataba, que se trata, nada menos que
de eso, de un campo de concentración del siglo XXI. Como tampoco parece
haber entendido la gravedad que suponían los secuestros y vuelos de la
CIA en pleno suelo europeo. De esa flota de aviones que hizo escala
impunemente durante años en 10 aeropuertos españoles y en cientos más de
toda Europa, con una siniestra carga, prisioneros secuestrados y
torturados con la complicidad de gobiernos y servicios secretos locales.
Esto
no sucedió en países lejanos, esto sucedió en nuestras propias narices.
Fue el imperialismo en acción, la CIA en acción, en tiempo real y no en
una película de Hollywood. Y no hubo movilización alguna. Y si no se
hizo en 2005, en 2006 y 2007, cuando se tuvo pleno conocimiento de esa
gigantesca operación encubierta -cerca de 1.100 escalas de aviones de la
CIA en suelo europeo-, ¿qué se puede esperar que se haga sobre
Guantánamo 11 años después, cuando solo hay 166 prisioneros y ya nadie habla del tema?
¿Basta con decir: "Obama no cumplió su promesa"?
¿Acaso es tan extraño que no lo haya hecho?
¿Fracaso o éxito del experimento?
En varios ocasiones, en los medios estadounidenses han tenido lugar debates sobre el balance a hacer de la experiencia de Guantánamo, de la misma forma que se hacen sobre la utilidad o
no de la tortura. Lo tratan en definitiva como un problema técnico, se
pone en un lado de la balanza el costo -económico, político, de imagen- y
el práctico –información útil o no para la guerra contra el terror arrancada a los detenidos-, y de ahí se saca el resultado.
Y en la aceptación de la polémica en esos términos no solo entran los ultras del Tea Party o el lobby militar,
sino también muchos demócratas -mejor dicho, del Partido Demócrata-,
juristas, periodistas. Y sigue habiendo siempre defensores de una y otra
posición.
El debate se ha actualizado ahora a partir de la denuncia que se hace en la película Zero Dark Thirty (La noche más oscura), de Kathryn Bigelow.
Lo
menos frecuente es escuchar o leer a alguien que en esa balanza
introduzca el concepto de Derechos Humanos, de rechazo total a la
tortura, de rechazo a la impunidad. Sólo sucede en los casos en que, muy
excepcionalmente, uno de los invitados es un activista pro Derechos
Humanos; nunca, por supuesto, un ex prisionero de Guantánamo.
Y
es que Guantánamo fue un gran laboratorio, una verdadera audacia de la
Administración Bush. Tras el 11-S, después de haber logrado involucrar a
la OTAN y a todos sus aliados en esa planetaria guerra contra el terror, Bush junior se
atrevió a dar un paso que nunca había dado EEUU en sus largos años de
guerras en el mundo: trasladar unilateralmente, encapuchados y
encadenados, a un grupo de prisioneros desde un escenario de guerra
-como Afganistán e Irak- compartido con muchos aliados, hasta una base
naval propia situada a miles de kilómetros de distancia. Y lo hizo.
Era
algo inédito. Ni siquiera los trasladaba a EEUU para someterlos a sus
tribunales federales, como hizo con Noriega en 1989 tras la invasión de
Panamá, sino a un territorio de ultramar.
Pero la Alta
Comisionada de la ONU para lo Derechos Humanos, Mary Robinson, se quedó
sola al denunciar la violación flagrante de las Convenciones de Ginebra y
del derecho internacional.
Y Bush siguió adelante. Por una orden
presidencial decretó que esos detenidos no eran en realidad prisioneros
de guerra y que por lo tanto no se podían acoger a los derechos que les
reconoce la Convención número 3 de Ginebra, sino que eran combatientes enemigos.
Y a partir de ese momento, y través de una compleja trama legal urdida
por el equipo legal de la Casa Blanca y el Pentágono, los detenidos
pasaron a estar fuera de la jurisdicción de la legislación vigente en
los EEUU continentales.
Así nació el limbo legal que negó todo derecho a los detenidos.
Solo
años después el Tribunal Supremo estadounidense logró que los mandos
militares de Guantánamo dieran a conocer la identidad de los detenidos.
Hasta ese momento eran desaparecidos, al mejor estilo Videla. Y esto sucedía a la vista de todo el mundo, a la vista de la ridiculamente llamada comunidad internacional.
Desde
el 11 de enero de 2002 hasta la llegada de Obama al poder, en enero de
2009, pasaron por la prisión de la base naval de Guantánamo 779
detenidos, muchos de ellos ancianos y más de 20 menores de edad.
Buena
parte de ellos, sobre todo los primeros que llegaron, eran campesinos y
fueron capturados en amplias redadas en zonas rurales de Afganistán,
denunciados por señores de la guerra locales. Estos los acusaron de ser
talibán o colaboradores de ellos, lo fueran o no, poco importaba.
Importaba el dinero, se dirimían además viejas disputas por una tierra o
entre clanes.
El Ejército de EEUU y la CIA, estaban exasperados
por su imposibilidad de capturar o matar a Osama bin Laden y sus
lugartenientes. Tampoco lograban localizar al grueso del ejército del régimen talibán que había albergado hasta ese momento a numerosos combatientes de Al Qaeda.
El gobierno de Kabul y sus milicias se habían esfumado en un abrir y cerrar de ojos. Las bombas inteligentes que
perforaban montañas y cuevas donde supuestamente se escondían todos
ellos, solo sirvieron para destrozar zonas de importancia arqueológica y
para contaminar el ambiente.
Por ello, el Ejército y la CIA,
ocupantes del país desde octubre de 2001, recompensaban en metálico cada
una de las delaciones de sus coyunturales aliados locales. Los mandos
del Pentágono estaban convencidos de que muchos de esos detenidos eran
de gran valor y que utilizando las técnicasde interrogatorio avanzado a las que los habían autorizado secretamente, conseguirían llegar a la cúpula de Al Qaeda y de los talibán y acabar con ellos.
Y
así empezó la odisea para los presos. Muchos de ellos, tras ser
liberados después de años de cautiverio, reconocieron que no sabían ni
dónde habían estado, y luego tampoco les decía mucho saber que se
trataba de una base en pleno Caribe. ¿Qué sabía del Caribe un campesino
analfabeto pastún?
¿Consiguió EEUU los objetivos que buscaba con el laboratorio Guantánamo?
No.
Los datos son elocuentes: después de 11 años, solo retiene a 166
prisioneros, ha liberado ya a 613. Los informes de Inteligencia
reconocen que muchos de esos liberados se radicalizaron durante su
cautiverio y hay constancia de que varios se han incorporado a la yihad en
algún país. Sus relatos sobre las vejaciones y torturas sufridas y las
reiteradas ofensas al Islam han concitado aún más odio contra EEUU y
Occidente entre sus familiares, amigos o vecinos, en su tribu o clan.
En todos estos años las comisiones militares solo
condenaron a siete presos -cinco de ellos aceptaron reconocerse
culpables para poder salir de la base- y se prevé que condenarán
próximamente a otros seis, 13 de un total de 779 tras 11 años. Sin duda,
es un magro resultado para una operación encubierta que implicó no solo
la captura y traslado en aviones militares de prisioneros desde
Afganistán, Irak o Pakistán, sino también secuestros y traslados a
Guantánamo en la flota de aviones de la CIA de decenas de secuestrados
en países europeos, árabes, africanos y asiáticos.
¿Repetirá Obama su promesa de cerrar Guantánamo?
Es
dudoso que Barack Obama repita su promesa de cerrar la prisión de la
base de Guantánamo en el discurso que pronunciará dentro de unos días al
iniciar su segundo mandato. No tiene ni presiones nacionales ni
internacionales para hacerlo. Y tampoco tendría muchas posibilidades
reales de cumplir con la promesa que hizo hace ahora cuatro años si
realmente quisiera hacerlo.
A pesar de haber ganado las elecciones con el 57% de los votos, el presidente ya está mostrando, ante el conflicto por el abismo fiscal, que
sin controlar la Cámara de Representantes su margen de maniobra es muy
limitado. Y más aún si no es capaz siquiera de mantener cohesionado al
Partido Demócrata y de contar con el voto de todos sus parlamentarios y
el apoyo de todos sus gobernadores.
Cuando en los primeros meses
de su primer mandato Obama intentó convencer a varios gobernadores para
que aceptaran albergar en las prisiones de sus respectivos Estados a
aquellos presos de Guantánamo que resultaran condenados tras ser
juzgados hipotéticamente en tribunales federales, se encontró con la
resistencia no solo de los republicanos, sino también de varios
gobernadores demócratas.
Todos argumentaron que la presencia de
esos presos en sus Estados supondría un grave problema de seguridad y
que pasarían a ser objeto de atentados terroristas de Al Qaeda. El
argumento no podía ser más falso. Recientemente se presentó en el Comité
de Inteligencia del Senado un informe del GAO (la oficina que controla
la transparencia de la Administración pública), en la que se daba cuenta
que actualmente hay 373 presos condenados por distintos delitos de
terrorismo en territorio estadounidense, repartidos en 98 cárceles.
Por la misma razón tampoco se pudo trasladar a los prisioneros a suelo continental para ser juzgados por tribunales federales normales.
Obama dio rápidamente por perdida esa batalla, reactivó las comisiones militares que
había dejado congeladas inicialmente y los juicios siguieron su curso.
Recientemente se dio incluso una vuelta de tuerca más al tema.
El
4 de enero pasado Obama firmó la Ley de Autorización de Defensa
Nacional para el año fiscal 2013, en la que, entre otras muchísimas
cosas, se prohíbe el traslado de prisioneros de Guantánamo. El
presidente puso al pie de la misma una nota “Me opongo a esta
provisión”, considerando que en tanto que comandante en jefe tiene
derecho a no respetarla. Obama se reserva el derecho de vetarla.
Pero
esa ley, con ese texto, no solo la votó la Cámara de Representantes,
sino, previamente, el Senado, donde el Partido Demócrata tiene mayoría.
De
los 166 presos que permanecen en Guantánamo, 86 han sido exculpados de
todo cargo. Pero Obama no sabe qué hacer con ellos, no los puede
trasladar a EEUU y sus aliados ya no quieren aceptar más ex presos en
sus países. Y entre los 166 hay otros 46, que no han sido juzgados y
contra los que no existen imputaciones formales, pero a los que se ha
decidido mantener indefinidamente presos por considerárselos simplemente
“peligrosos”.
Los seis presos a los que se juzgará próximamente fueron secuestrados en otros países, torturados durante largos periodos en agujeros negros -prisiones en país aliados- y trasladados por la CIA a Guantánamo, donde continuaron las torturas.
Serán juzgados por una comisión militar, un
tribunal de tres oficiales; contarán con un juez militar de oficio que
no les permitirá conocer partes sustanciales del propio auto -por
cuestiones de “Seguridad Nacional”- y no se tomarán en cuenta sus
denuncias de torturas y detención ilegal.
Previsiblemente, serán condenados a muerte.
¿Intercederá
la Unión Europea por ellos? Si no lo hace, será cómplice directa, en la
medida que buena parte de sus países miembros colaboraron activa o
pasivamente entre 2002 y 2007 en el amplio operativo de la CIA para
secuestrar y torturar a esos seis hombres y a cientos más, antes de
trasladarlos al infierno de Guantánamo.
La izquierda europea
tendría en tal caso posiblemente su última oportunidad para gritar, para
denunciar esos asesinatos, para dejar en evidencia la complicidad
criminal de los gobiernos europeos.
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