Tokio no está dispuesta a seguir la senda germana. Ni tampoco la italiana del referéndum. No existe esta vez el eje Berlín-Roma-Tokio. No se habla de consultar a la ciudadanía ni de superar la era atómica sino que “reconoce que deberá refundar su industria atómica” [1]. Refundar, no superar. ¿Por qué? Porque finalmente ha admitido carencias en la gestión de Fukushima, el segundo -o el primero según se mire- “accidente” más importante de la industria nuclear y uno de los más importantes de la era de la industrialización. ¿Qué carencias? Las siguientes:
Empezando por los sistemas de prevención y finalizando por los protocolos informativos. Lo reconoce el mismísimo gobierno japonés abiertamente en un informe entregado a la OIEA, al Organismo Internacional de Energía Atómica
No sólo eso: las autoridades niponas reconocen también que la radiación liberada la primera semana tras el accidente, entre el 13 y el 20 de marzo, fue de 770.000 terabecquerelios, el doble aproximadamente de lo anunciado. Hay más: los núcleos de los reactores 1, 2 y 3 de la central se fundieron por completo mucho antes de que se reconociera lo sucedido. ¡A saber lo que ha pasado realmente!
El Gobierno de Naoto Kan reconoce igualmente que no estaba preparado para un accidente como el que tuvo lugar. Las autoridades admiten que deben revisar por completo las medidas establecidas para hacer frente a eventos de esta naturaleza, normas que no se habían reexaminado en los últimos 20 años. ¿Se les puede creer?, ¿alguien puede confiar en su palabra o en sus declaraciones visto lo visto?
El accidente ha probado por otra parte, según el propio gobierno, que “fallaron estrepitosamente las instituciones que debían vigilar la seguridad de las instalaciones atómicas”. ¿Qué instituciones? La Agencia Japonesa de Seguridad Nuclear, que depende jerárquicamente del Ministerio de Economía, Industria y Comercio, ministerio que se ocupaba esencialmente de animar y jalear a las compañías eléctricas a invertir en energía atómica, con muy fuertes relaciones con las grandes corporaciones niponas. Tepco desde luego entre ellas. La voz de sus amos. El Ejecutivo admite ahora que duelen prendas que se debe fundar un nuevo organismo regulador que pueda desenvolverse con completa independencia “frente a las instituciones dedicadas al fomento de la energía atómica”. ¡Para reír y no parar!
Japón admite, finalmente, que las instalaciones de la planta de Fukushima no estaban preparadas ni diseñadas para hacer frente a un terremoto y un tsunami de las características de los que golpearon la central. ¿Es necesario recordar lo que algunos de sus portavoces, y algunos de los portavoces de foros de otros países, afirmaron tras el accidente, apenas hace tres meses?
El cuento que quieren que creamos tiene también final feliz: “las autoridades asumen que deberán mejorar también la comunicación en futuros incidentes, tanto para el público y la prensa como entre los distintos organismos dedicados a hacer frente a estos sucesos”. Incidentes, no accidentes. Incluso la semántica está cuidada para la ocasión.
Todos los nudos señalados, todos, habían sido denunciados y criticados por el movimiento antinuclear japonés e internacional desde hace años y en repetidas ocasiones. ¿Quién puede hacerles caso?
Conocemos todas las críticas y no estamos dispuestos a que nos mezan, una vez más, con los mismos cuentos. Nunca más.
PS: Los crían por separado pero suelen juntarse a la perfección: en un dossier de prensa fechado el 7 de junio, el Gobierno francés felicita a su homólogo japonés por la "transparencia" de su información durante la crisis. Han leído bien: por la transparencia de su información. Ni más ni menos. Para morirse.
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