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lunes, 21 de marzo de 2011

Riesgo de cáncer por las radiografías

PREGUNTA.- Por diversas dolencias, en menos de 10 meses me han expuesto a cuatro radiografías, una resonancia, una gammagrafía. Tratamiento de cinco sesiones de láser y cinco de ultrasonidos. Quisiera saber qué probabilidad tendría de padecer un cáncer debido a tanta exposición radiactiva.

RESPUESTA.- Las radiaciones se dividen en dos tipos, desde el punto de vista de su efecto sobre los tejidos vivos: están las radiaciones no-ionizantes y las ionizantes. Las radiaciones no ionizantes son, por ejemplo, las que emiten los aparatos de radio, los televisores, los teléfonos móviles o las líneas de alta tensión, los ultrasonidos o el láser. Esta clase de radiaciones no tiene suficiente energía como para alterar la carga eléctrica de las moléculas (ionizarlas), por lo que se considera que no afectan a la salud de ninguna manera.

Las radiaciones ionizantes sí que modifican la carga eléctrica de las moléculas y, por lo tanto, pueden dañar los tejidos y afectar a la salud. Entre las moléculas que se alteran por efecto de las radiaciones ionizantes está el ADN que compone los genes. Y ya sabemos que el daño del ADN es el primer suceso de una cadena de acontecimientos que puede acabar en cáncer.

Puede que esto resulte chocante, pero la fuente más común de las radiaciones ionizantes, a la que todos estamos sometidos, es el propio ambiente que nos rodea. Existen pequeñas cantidades de material radiactivo en el suelo, las plantas, las rocas y los materiales de construcción. Son cantidades de radiación minúsculas, pero que nos afectan cada minuto de nuestra vida.

Otra fuente cotidiana e inevitable de radiación es la radiación cósmica que bombardea a la Tierra procedente del espacio. A todo esto se llama radiación de fondo. Una persona normal recibe más radiación a lo largo de su vida a consecuencia de la radiación de fondo que de las pruebas radiográficas que se practican habitualmente. Como la radiación cósmica crece exponencialmente con la altura, es probable que cualquier aviador reciba a lo largo de su vida más radiación que la que cualquier paciente haya acumulado por sus radiografías. Lo mismo puede decirse de quienes vivan en poblaciones cercanas a yacimientos de minerales radioactivos, como los de uranio o radón.

Los rayos X de las radiografías y de los escáneres, los rayos gamma de las pruebas de medicina nuclear y la radioterapia contra el cáncer son también formas de radiaciones ionizantes. La ecografía se basa en el uso de ultrasonidos, y la resonancia en el magnetismo; ninguna de las dos emite una sola gota de radiación. El láser es una fuente de luz y no emite más radiación dañina para los genes que una bombilla.

Los estudios definitivos de la relación entre radiaciones ionizantes y cáncer fueron los que se hicieron, primero, en los supervivientes de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, luego, en mineros de uranio y, finalmente, en adultos que curaron sus cánceres de niños gracias a la radioterapia.

La conclusión general es que la relación existe, pero que el riesgo es muy pequeño. Es imposible hacerse tantas radiografías como para absorber la dosis de radiación de un minero de uranio o de una persona tratada con radioterapia. Y, sin embargo, el cáncer inducido por radiactividad es una rareza incluso en esas personas. Menos del 5% de niños tratados con aparatos anticuados de radioterapia, acabaron desarrollando tumores en el área irradiada.

En las personas sometidas a muchas pruebas radiográficas habituales, la radiación acumulada aumenta el riesgo de cáncer tan sólo desde el punto de vista estadístico. Quiero decir que hace falta analizar muchos millares de personas para apreciar un leve aumento de la incidencia de cáncer. En realidad, el riesgo individual que asume una persona a la que se le realizan varias decenas de radiografías es minúsculo.

Ricardo Cubedo
Especialista en Oncología de la Clínica Universitaria Puerta de Hierro de Madrid

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