Creado en la Universidad de Michigan es el primer sensor de escala milimétrica funcional, un dispositivo tan pequeño y de tan bajo consumo que promete revolucionar muchos aspectos de la vida cotidiana. “Tiene una gran variedad de aplicaciones, desde monitorización de nuestros propios cuerpos hasta el medio ambiente o los edificios”, asegura el responsable del proyecto, el doctor David Blaauw.
Aunque por ahora es sólo un prototipo que no estará disponible comercialmente hasta dentro de unos años, el equipo de desarrollo cree que implantar docenas de este tipo de sensores en el cuerpo para controlar nuestro estado de salud será algo común en el futuro. El prototipo sólo necesita 1,5 horas de exposición a la luz solar exterior o 10 horas de luz artificial para mantenerse operativo. Cada 15 segundos se “despierta” y calcula la presión intraocular, almacenando el número en la memoria hasta que un receptor recoge los datos de forma inalámbrica. Puede programarse para recoger otro tipo de datos.
El siguiente paso del proyecto es conseguir que este tipo de sensores sean capaces de comunicarse entre sí, permitiendo que varios de ellos se sincronicen para una única tarea. Más allá de las aplicaciones médicas un “enjambre” de microsensores podría servir, por ejemplo, para controlar los niveles de polución en áreas urbanas de forma más precisa.
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