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jueves, 13 de mayo de 2010

Diego Forlán, el héroe de la final de Hamburgo La obsesión del uruguayo


Peleó esa pelota Agüero ante Baird, levantó la cabeza y buscó al socio de siempre. Le imploró con la mirada que se acercara al área chica. Y ahí llegó Forlán, para poner la bota derecha y cruzar a la red. Se liberó de la camiseta, para fortuna de todas esas admiradoras de su abdomen perfecto. Y estalló todo el universo rojiblanco, harto ya de 14 años sin títulos, dispuesto de nuevo al doblete. Todo por Diego Forlán, ¡¡u-ru-gua-yo!!, autor del doblete y un disparo a la madera, elegido mejor futbolista de la final.

Mamó fútbol desde la cuna el pequeño Diego, hijo de Pablo Forlán, defensa de Peñarol en los 60, alias el Boniato, jornalero de la profesión en Brasil, donde se enfrentó tantas veces con el Negro Pelé, como siempre le llamó. Era lateral diestro Pablo, de los buenos, pero su figura quedará oscurecida en los libros de historia por las gestas de su hijo. A los cinco años descubrió que Diego tenía madera. Se lo dijo un día Julio Gioscia. "Este chico se mueve como un pibe de nueve o 10 años". Su padre decidió aquel día que le haría futbolista.

Siempre se le dio bien el tenis, pero la pelota grande era otra cosa. "Cuando hubo que decidir, le dije que le resultaría más difícil entrar entre los 20 mejores del circuito que en la elite del fútbol", recordaba hace poco el orgulloso papá. Y Diego tomó nota y se puso la portería entre las sienes. La esencia del fútbol son los goles. Nunca se cansaría de hacerlos. En la mente, el viejo consejo del padre: "Los grandes futbolistas se distinguen porque conocen sus limitaciones. No se complican con cosas extrañas. Se limitan a hacer lo que saben hacer". En el caso de Diego, goles.

La familia, los amigos, la novia

Hasta ganar dos veces la Bota de Oro, un logro sólo al alcance de seis delanteros en toda la historia. Hasta ganar la primera Europa League de la historia, en el Hamburgo Arena. Todavía incrédulo por lo conseguido, sus primeras palabras tras paladear la gloria, fueron para el círculo íntimo: "Se lo dedico a la familia, los amigos, mi novia en Argentina". Señalaba a la grada, porque ahí vibraban el padre Pablo y la madre Pilar, los cuatro hermanos. Sólo el amor de Zaida latía a miles de kilómetros al otro lado del océano.

El mismo camino que recorrió Diego por primera vez en enero de 2002, camino de Manchester. Nunca jugó en la primera división uruguaya, sino que se fogueó en Independiente de Avellaneda. Siempre alejado de los manejos de Paco Casal, el agente que monopoliza desde hace años los designios del fútbol charrúa. Fue dura la estancia en Old Trafford, aunque Diego siempre habló bien de Alex Ferguson. En 2004 decidió marcharse a España. Incluso llegó a pensar en el Athletic, porque su abuela presumía de raíces vascas. Pero al final se decidió por Villarreal, donde se cansó de romper las redes. Todo lo demás, ya es historia.

"Fueron los dos goles más importantes de mi carrera. Ganar un título con el Atlético es increíble", reiteró el uruguayo en la zona mixta del Hamburgo Arena. Andaba como loco por subirse al avión y festejarlo con la gente en Neptuno. Un Madrid rojiblanco, por primera vez en más de una década. Miles de gargantas como una sola: "¡¡U-ru-gua-yo!!, ¡¡U-ru-gua-yo!!, ¡¡U-ru-gua-yo!!" Ese tipo cumple 31 años el próximo 19 de junio. Y ese día, el Atlético juega la final de Copa ante el Sevilla en el Camp Nou. Avisada queda la defensa de Antonio Álvarez.

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