El primero en convencerme fue el pingüino. ¿Me van a comparar una ventanica de colores con un animal rechoncho y molón? Tenía un 486 que sonaba como una apisonadora, conocimientos informáticos nivel usuario (esto es, -7) y un compañero de piso experto en tecnología. Según él, a mi ordenador le quedaban pocas opciones de supervivencia: "Linux o muerte". Como el vacio está oscuro y da canguelo, opté por la opción menos traumática: dos particiones, una para cada sistema operativo.
La tercera vez que la pantalla se quedó en azul-bloqueo-windows opté por la conversión definitiva. Más tarde llegó un Pentium III y me independicé de mi gurú. Manual en ristre ('Linux para usuarios de windows', prescindible pero entretenido) y con las facilidades de un Ubuntu, diseñado a prueba de torpes, me convertí en linuxera sin pasar por freak.
La filosofía que envuelve el adiós a windows tuvo mucho que ver. Cambia el 'es gratis' por el 'es abierto, todo el mundo puede mejorarlo' y ya tienes los estatutos del clan. No es sólo filosofía. Cualquier duda -qué programa uso para tal función, cómo añado tal o cuál pluggin- se soluciona con un simple google. Alguien, en cualquier parte del mundo, ha tenido la misma duda antes que tú. Y alguien, en cualquier parte del mundo, la ha solucionado. A estas alturas me siento más arraigada a la comunidad Linux que a la de vecinos de mi escalera.
En lo terrenal ya estaba todo hecho, sobre todo con la llegada del netbook. A la hora de comprarlo, la versión sin windows no estaba disponible. Lo que significa que el ordenador costaba unos 50 euros más. Los 50 euros peor gastados de mi vida. Cinco minutos después de pasar por caja, el pequeño portátil ya se estaba reiniciando y los circulitos del ubuntu se iluminaban. La muerte de windows, esta vez, fue rápida e indolora.
Con el tiempo, me acostumbré a desmontar los dispositivos externos, hacer sólo un click y buscar el programa preciso para cada necesidad, por rara que fuera. Pero no se engañen, el escritorio Ubuntu lo hizo todo: uso la consola en contadas ocasiones y lo primero que pregunto a mi -todavía amigo- gurú cada vez que sale una nueva distribución es su animalico. "Versión 10.04", dice. "Ya, ya". "Un lince", añade. "Pues eso".
Un día, avergonzada, volví a recurrir al oráculo: "Quiero jugar". Y es que los juegos de ordenador están creados para windows y esa es una tentación demasiado grande para cualquier mortal. Mi gurú me respondió con wine, el programa que lanza software para windows desde el sistema Unix. En las últimas versiones, wine ha mejorado su funcionamiento y es mucho más intuitivo.
Se acabaron las excusas. Tampoco vale alegar incompatibilidades (puedes guardar o transformar cualquier tipo de archivo en un formato que los no creyentes puedan reconocer) o los virus (habría que ser malvado para atacar a este simpático pingüino). Entonces, ¿por qué Linux sigue siendo minoritario? ¿OPor qué no se extiende a todas las administraciones públicas, si es más barato y da menos problemas? Propongo tres posibles respuestas.
A. Miedo a lo desconocido (o arraigo enfermizo a los usos y costumbres).
B. Creo que Linux necesita mejorar (sólo se permite elegir esta opción después del uso del sistema operativo del pingüino, NUNCA antes).
C. Amor incondicional a las ventanicas de colores (o Bill Gates me cae bien porque es buena persona y colabora en ONG y tal).
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