Al-Akhbar English
Traducción para Rebelión de Loles Oliván |
Las cada vez más contradictorias relaciones entre Arabia Saudí y Siria resultan ser norma y no excepción. Con frecuencia, ambos influyentes Estados árabes se han encontrado en campos opuestos a nivel regional e internacional.
En su biografía de Hafez
al-Assad, Patrick Seale relata casualmente que cuando el fundador del
actual Estado saudí, el rey Saud ibn Abdul-Aziz, yacía en su lecho de
muerte, advirtió a sus hijos de que “vigilaran a Siria” para proteger
los intereses saudíes. Que la “leyenda”, como la denomina Seale, tuviera
lugar o no, se desconoce. Lo que sí es cierto, no obstante, es que
desde aquella advertencia fatal del difunto rey saudí, han mantenido
relaciones entre sí marcadas por intereses contradictorios con breves
momentos de cooperación.
El sábado [4 de febrero de 2012], el
actual rey saudí, Abdullah Ibn Abd al-Aziz, cancelaba en el reino el
Festival Al-Janadriyah notoriamente en solidaridad con el pueblo sirio. A
principios del mes pasado, una noticia en el periódico kuwaití Al-Rai revelaba que Arabia Saudí podría reconocer y financiar al Consejo Nacional Sirio (CNS)
en un intento de apartar del poder al actual presidente sirio Bashar
al-Assad mientras éste trata de sobrevivir a un continuo levantamiento
generalizado. La noticia apareció sólo un día después de que la Liga
Árabe, presionada por Arabia Saudí, anunciara su decisión de suspender su misión de observación en Siria. Posteriormente, la Liga suprimió el informe de la misión y transfirió el asunto al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Al parecer, Arabia Saudí ha apostado por el fin del régimen de Assad. La monarquía saudí espera ciertamente que emerja un nuevo gobierno y que, sea el que sea el que surja después, se aplaque más ante los intereses saudíes. Aunque también opera para garantizarse que el proceso de transición no suma a la región en el desorden.
Al parecer, Arabia Saudí ha apostado por el fin del régimen de Assad. La monarquía saudí espera ciertamente que emerja un nuevo gobierno y que, sea el que sea el que surja después, se aplaque más ante los intereses saudíes. Aunque también opera para garantizarse que el proceso de transición no suma a la región en el desorden.
La lucha por Oriente Próximo
Desde
la formación del los modernos Estados-nación de Siria y Arabia Saudí,
sus relaciones siempre han sido turbulentas. En el intenso combate por
el poder geopolítico ambos países se situaron por lo general en lados
opuestos representando cada uno ideologías diametralmente opuestas que
se enfrentaron en el interior de sus fronteras o través de sus agentes
en Líbano, Palestina y otros lugares.
Siria se enorgullece de ser
una república laica y un bastión del nacionalismo árabe con estrechos
vínculos con Rusia. Por su parte, Arabia Saudí es una monarquía
reaccionaria auto abanderada como la guardiana del Islam a la vez que
sostiene un profundo vínculo con Estados Unidos y Europa Occidental. Es
cierto que la retórica de ambos países puede no corresponderse con su
práctica pero las narrativas ideológicas que superficialmente adoptan
chocan entre sí y buena parte de sus objetivos de política exterior no
se han avenido.
En concreto, en los años 1950 y 1960, con el
ascenso del panarabismo de Gamal Abdel Naser y la brecha creada por la
Guerra Fría, Siria y Arabia Saudí se situaron firmemente en campos
opuestos. Ambas naciones albergaron a la oposición de la otra,
exportaron propaganda que competía entre sí, y desarrollaron alianzas
opuestas. Sin embargo, trabajaron juntas cuando lo necesitaron.
Esta
lucha se desarrolló en importantes eventos. En particular, Arabia
Saudí, con Jordania y Estados Unidos, respaldó un golpe que disolvió la
unión de Siria con Egipto en 1961. Ese golpe duró poco. Los baasistas se
hicieron con el poder en 1963, lo que reavivó la animadversión entre
Arabia Saudí y Siria.
No fue sino hasta después de la guerra de
1967, con la muerte de Naser y el ascenso de Hafez al-Assad, que las
relaciones se entibiaron de manera significativa. El rey Faisal, hijo y
sucesor de Abdul-Aziz y un feroz opositor a Naser, intentó de manera
constante atraerse a Siria con ayuda financiera ofreciéndole más de mil
millones de dólares anuales.
Esta relación aparentemente tibia
se interrumpió durante finales de los años 70 y principios de los 80. El
régimen de al-Assad se enfrentó a una activa Hermandad Musulmana (HM) y
fue desdeñado por la paz de Sadat con Israel. Pese a las objeciones de
Siria, Arabia Saudí no expulsó a los dirigentes de los HM que residían
en el reino ni los saudíes se opusieron con firmeza a las iniciativas de
paz de Egipto.
La alianza de Siria con la República Islámica de
Irán que floreció durante la guerra de Irán e Iraq cuando los saudíes se
alinearon con el Iraq de Sadam, promovió tensiones. La guerra civil en
Líbano permitió un respiro con alguna cooperación esporádica entre
Arabia Saudí y Siria a fin de preservar sus intereses respectivos. La
política competitiva hacia Irán y Líbano, sembrada durante esa década,
dio forma en muchos sentidos a las relaciones entre Siria y Arabia Saudí
durante las décadas siguientes.
‘Medio hombres’ y ‘un buen olor en el aire’
La
década de 1990 puede definirse como la edad de oro por excelencia de la
colaboración entre Arabia Saudí y Siria. Ambas compartieron el poder en
Líbano tras [los Acuerdos de] Taif. Irán se convirtió por aquel
entonces en una amenaza menor desde que las fuerzas estadounidenses
establecieran una fuerte presencia en el Golfo. Además, ni Arabia Saudí
ni Siria se mostraron interesadas en debilitar políticamente a la
otra.
Esa época de mutua comprensión llegó a un dramático final durante el reinado [sic]
de Bashar al-Assad y fue Líbano la causa principal. En concreto, el
asesinato del magnate de los negocios y político libanés Rafik Hariri,
con ciudadanía saudí y libanesa y próximo a la monarquía saudí, fue el
punto de ruptura. La presencia militar siria, implantada en Líbano desde
1976, fue forzada a abandonar Líbano. No obstante mantuvo y reforzó su
cooperación con Hizbolá, una organización de la resistencia libanesa que
los saudíes denostaban sin ambages.
La relación continuó su
descenso durante el ataque israelí de 2006 contra el Líbano. Arabia
Saudí y sus aliados tenían la esperanza de que Israel pudiera aniquilar a
Hizbolá. Sin embargo, sobrevivió 34 días de bombardeo y consiguió
detener el avance de los soldados israelíes en territorio libanés
aumentando su popularidad regional así como la de al-Assad.
La
confianza de al-Assad se expresó claramente durante un discurso de
celebración de la “victoria” en el que, sin mencionar nombres, llamó a
los dirigentes de Egipto, de Jordania y de Arabia Saudí "medio hombres”. Poco después, la influencia siria en la política de Líbano se reafirmó, para irritación de los saudíes.
Los
dos años siguientes contemplaron el punto más bajo entre Damasco y
Riad. Los contactos de alto nivel entre los dos poderosos Estados fueron
prácticamente inexistentes.
Además, la beligerante política de
Estados Unidos provocó un acercamiento mayor entre Siria e Irán. La
destrucción y ocupación de Iraq por fuerzas anglo-estadounidenses alarmó
a la República islámica y al régimen sirio por temor de ambos a ser los
siguientes. Como es lógico, la aprensión en materia de seguridad los
situó cada vez más cerca en el ámbito político, económico y militar.
La
proximidad de Siria con Irán desconcertó a los saudíes. Con Iraq fuera
de juego, Teherán había resurgido como la amenaza central en el Golfo. A
pesar de su propia frustración por la política siria, a los dirigentes
saudíes también les preocupaba aislar completamente o, en mayor medida,
desestabilizar Siria, por entender que tales acciones extremas eran contrarias a la intuición.
El régimen de al-Assad se había situado perfectamente en el centro de
los principales asuntos regionales, tales como el relativo a Palestina o
Iraq. Sin la voluntaria participación de Siria, Arabia Saudí no habría
podido promover sus intereses en la región.
Con el fin de romper el peligroso impasse
en Líbano, Arabia Saudí y Siria comenzaron a suavizar sus posiciones.
Varios cables diplomáticos estadounidenses filtrados y obtenidos a
través de Wikileaks son esclarecedores de cómo se transformó la interacción sirio-saudí entre 2009 y 2010.Un nuevo enfoque a largo plazo por parte de Arabia Saudí alentó visitas a alto nivel para retar a Irán poniendo fin al aislamiento de Siria. Ello, a su vez, gene ró un buen olor en el aire respecto a las expectativas para el futuro.
El levantamiento sirio y Arabia Saudí
El
estallido de numerosos levantamientos regionales ha cambiado
radicalmente todo. La mayoría de los gobiernos árabes y de las
monarquías se han visto enfrentadas a su propia población de manera
inesperada. La naturaleza y vitalidad de los levantamientos han obligado
a los gobiernos a replantearse muchas de sus políticas exteriores e
internas, al menos aparentemente, en vanos intentos de aplacar a una
opinión pública descontenta. Asimismo, ha sido una ocasión para que los
gobiernos se re alineen o salden viejas cuentas.
Irónicamente, Siria apoyó la intervención
del Golfo para aplastar las protestas de Bahréin, posiblemente con la
esperanza de ganarse el favor de los países del Golfo en relación con
los retos que a se enfrentaba [el régimen sirio] en el interior.
Las
protestas en Siria, alimentadas por los brutales intentos del régimen
de al-Assad para reprimirlas, crecieron considerablemente con el paso
del tiempo. Tras meses de silencio, los saudíes condenaron la violencia
del régimen y llamaron a su embajador de Damasco. El rey Abdulá, dando
muestras de una inusual, contundente y pública crítica sobre los asuntos
internos de otro país árabe, pidió a Siria que pusiera fin a la “máquina de matar ”.
De la misma manera, las autoridades saudíes hicieron la vista gorda
ante las manifestaciones de sirios contra el régimen de al-Assad en el
interior del reino. Ello fue bastante extraordinario dado que las
autoridades saudíes raramente permiten manifestaciones públicas, mucho
menos las de expatriados.
Los saudíes han valorado los
acontecimientos de Siria como una oportunidad histórica para mejorar su
propia posición estratégica. Su principal preocupación es la relación de
Siria con Irán. Arabia Saudí espera que dicha relación se quiebre con
la llegada de un nuevo gobierno, de allí el flirteo actual con el CNS
como alternativa potencial.
Al considerar algunas cuestiones
relativas a la falta de representación global del CNS entre los
manifestantes sobre el terreno, o su grado de legitimidad entre la
opinión pública siria, emergen ciertas dudas. Éstas se acentúan cuando
se reconoce que Arabia Saudí ha intentado sin descanso guiar la
propagación de las aspiraciones democráticas en sus propios términos.
El
CNS es una organización amplia compuesta principalmente de grupos de la
oposición siria establecidos fuera de Siria. Está integrada por una
mayor proporción de grupos políticos religiosos como los HM, con
históricos vínculos con Arabia Saudí. A su vez, los miembros del CNS han
intentado ganarse el apoyo saudí desde que se formara la organización
enviando frecuentemente mensajes de agradecimiento y felicitaciones a la
monarquía saudí.
Curiosamente, el régimen sirio no se ha
enfrentado directamente a la monarquía saudí. Por el contrario, sí ha
criticado a otros países por apoyar a la oposición y las protestas. Tal
vez, ello es un indicador de que el régimen sirio aún percibe que la
situación se puede salvar y que no están dispuestos a quemar por
completo los puentes con Riad.
Puede que los movimientos de los
saudíes no obtengan los resultados tan buenos que ellos esperan. Hayzam
al-Manna, representante de otro grupo rival de oposición, el Órgano de
Coordinación Nacional para el Cambio Democrático en Siria (OCN), ha
señalado en entrevista con Al-Akhbar que las organizaciones político-religiosas como los HM cuentan con un apoyo de alrededor del “10% entre la sociedad siria”.
Sean cuales sean las maniobras que
los saudíes han planeado, la historia ha demostrado que los intentos de
incluir a Siria en su esfera no han dado sus frutos. Es más probable
incluso que tales acciones fracasen porque la mayoría de la población
siria sospecha de cualquier intento que socave su camino a la libertad y
a la autodeterminación.
Sin lugar a dudas, las relaciones
sirio-saudíes reservan aún más enfrentamientos, aunque perdure el
régimen de al- Assad o aunque se derrumbe.
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