Las vacaciones en crucero son un fenómeno de masas. Detrás de las grandes ciudades flotantes hay una realidad laboral precaria. |
Es llamativa la atención dirigida a los pasajeros del Costa Concordia, tras su naufragio cerca de la isla del Giglio (Italia) el 13 de enero, por parte de la prensa si se compara con las noticias sobre la suerte que corrió la tripulación del buque. Muchas de las críticas de los medios a la tripulación a menudo no podían ocultar un racismo sutil.
En los
cruceros se pone en escena una representación exótica y postcolonial en
la que a cada persona le corresponde un rol en función de su
nacionalidad, color de la piel, género y edad. El crucero es una forma
de espectáculo dedicado a la que quiere hacerse pasar por la clase media
internacional. Esta performance requiere una meticulosa división
del trabajo basada en refinadas formas de discriminación y
estereotipización, en muchos aspectos más extremas de las que existen en
tierra firme.
La sonrisa es una exigencia fundamental en el trabajo del personal que se relaciona con los turistas
A
lo largo del 2010, alrededor de 300.000 tripulantes, de los cuales el
20% son mujeres, han cuidado de más de cinco millones de turistas
embarcados en puertos europeos. La gran mayoría (80-85%) de la
tripulación trabaja en el sector hostelero y de tiempo libre, cuidando a
los pasajeros 24 horas diarias. Sólo el 15-20% de los empleos están
relacionados con la conducción del barco. Aunque la tripulación tendría
que embarcarse con licencia de navegación, los que trabajan en el sector
hostelero a menudo no la tienen, especialmente si se trata de los
primeros contratos.
Los horarios de trabajo rondan las 10-12
horas diarias, a menudo sin ningún día de descanso, con un abanico de
salarios que va desde los 50 a varios millares de dólares mensuales. Una
parte del personal vive de las propinas, o sea, de la capacidad de
desarrollar sus tareas con competencia y reverencia, dependiendo mucho
de la benevolencia de los pasajeros. Los contratos temporales, que
oscilan entre los tres y los ocho meses, son diferenciados: una persona
puede ser contratada directamente por la compañía de navegación, o por
una agencia de empleo internacional que actúa de filtro para hallar la
mano de obra más adecuada para cada una de las condiciones laborales de a
bordo.
Por otro lado, para la compañías es necesario disponer de
un conjunto de personal disponible: los horarios extenuantes, la
disciplina rígida y los bajos salarios hacen difícil que haya una
plantilla estable, especialmente entre el personal hostelero.
La
nacionalidad de los tripulantes es frecuentemente “occidental”, o sea,
blancos (italianos, de la Europa del Este, a veces ingleses), y quizás
algún filipino. En cambio, en el sector hostelero y reproductivo hay más
variedad: asiáticos y latinos, junto a europeos y un puñado de
africanos. Generalmente, a medida que las diferentes tareas realizadas a
bordo se hacen visibles, se asiste a un blanqueamiento de la plantilla,
aunque perduren algunas excepciones que refuerzan los mecanismos de
reproducción de la inferioridad.
Debajo de la línea de flotación,
se encuentran frecuentemente: en las lavanderías, chinos; en las
cocinas, hindúes; mientras que unos pisos más arriba, malgaches e
indonesios limpian los camarotes; y europeos del Este sirven copas en
bares y cafeterías. La seguridad es israelí o india, los animadores, así
como los oficiales de puente y cubierta, son italianos, y los marineros
rumanos. Con el mejor espíritu colonialista, no faltan animadoras y
animadores brasileños, que involucran a los turistas en danzas
supuestamente desenfrenadas. Las tareas que acarrean un contacto directo
con los turistas requieren habilidades lingüísticas que normalmente no
se requiere para el personal que realiza tareas segregadas.
Cuando se termina el confeti
Más
allá de las habilidades para los idiomas, se requieren las
relacionales: los pasajeros están de vacaciones, quieren divertirse o
relajarse y el personal de a bordo es pagado (o tendría que serlo) para
mostrar continuamente una sonrisa protocolaria. Son sobre todo mujeres,
empleadas casi siempre en posiciones que prevén un contacto directo con
los turistas, quienes sostienen la sonrisa perpetua y se desvelan por el
bienestar emocional de los pasajeros, mercantilizando las herramientas
que las mujeres han desarrollado históricamente en el marco del trabajo
reproductivo. El reverso de la moneda es el síndrome de la sonrisa
permanente, el cansancio muscular y emocional que conlleva esta actitud.
Los horarios de trabajo en los cruceros rondan las 10 o 12 horas diarias, a menudo, sin ningún día de descanso
Después
del impacto del Costa Concordia, probablemente la eterna sonrisa en la
cara de hombres y mujeres de la empresa se ha apagado. Y los pasajeros,
acostumbrados a la deferencia, se han asustado. El naufragio, un
verdadero apagón, quiebra cualquier representación, y los pasajeros
pierden la seguridad dada por el hecho de ser constantemente mimados,
reverenciados y servidos. Hay que señalar que personal y pasajeros se
encuentran solamente cuando los primeros están en servicio y si sus
tareas lo prevén; los que trabajan en las lavanderías, por ejemplo,
nunca entran en contacto con los clientes.
Sus días transcurren
en los lugares de trabajo, a menudo debajo de la línea de flotación.
Durante el tiempo de descanso, en efecto, los tripulantes están
confinados en una parte del buque destinada para ellos, dentro de los
angostos espacios de sus camarotes o en el bar de la tripulación, parte
oculta a la mirada de los turistas, tanto que una pregunta frecuente de
los pasajeros es: “Y ustedes, ¿dónde duermen?”. El vientre del barco,
lugar destinado al trabajo y a la fuerza de trabajo, no refleja el lujo
–o más bien, supuesto lujo– de la parte reservada a los pasajeros:
moqueta, luces cálidas, madera son sustituidas con acero, luces de neón,
plástico.
El siniestro del Costa Concordia ha sido una ocasión
perdida. Hubiera sido interesante que la atención mediática se centrara
no sólo en lo anecdótico, sino más bien en lo estructural: una vez más,
el protagonismo de los pasajeros ha ocultado la vida y la tragedia de la
tripulación, los habitantes estables de los barcos y los que viven
detrás del glamour que buscan los turistas.
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