Venezuela sin Rondón es media Venezuela. El delantero no tiene un regate delicioso ni un pie estupendo para el pase, pero define el estilo de la vinotinto porque hace las dos cosas fundamentales del fútbol sin apuros. Presiona como un jabato, todo un incordio para la zaga que quiere una salida limpia del balón, y ataca como pocos, referencia sin igual para la selección porque su generoso pecho baja cualquier balón, por más alto y fuerte que vaya. Sin él sobre el césped, quizá porque Farías quiso premiar a los otros dos (Miku y Maldonado), con menos minutos en el torneo, Venezuela quedó despersonalizada, lejos de la versión que ha ofrecido durante todo el campeonato. Tampoco ayudó que no estuviera al principio Arango, mermado en lo físico, y Rincón fuera una mala imitación de Rincón, desconectado y lejos del balón. Sin jugadores que filtraran pases interiores, se perdió el equipo en los pases directos sin receptor y, sobre todo, no achicó espacios en campo ajeno por lo que retrasó sus líneas. Y a la que trató de presionar, se despistó y el adversario le soltó el aguijonazo. Con Guerrero no se juega.
Perú tampoco contó en el partido con Vargas, la estrella castigada por un codazo de impotencia frente a Uruguay. Pero apenas notó su ausencia porque Markarián exige jugar en bloque, con la táctica por bandera. Y si algo ha demostrado este equipo es que le sobra ambición, que confía ciegamente en la propuesta. Las líneas apretujadas y un campo de minas para el rival, bien con la presión avanzada, bien con las ayudas defensivas, bien con la ya inusual trampa del fuera de juego. Y frente a Venezuela, sin intención de mantener la posesión del balón ni de ser protagonista, cedió espacio pero no empeño. Así, provocó peligro por insistente, por tirar las pelotas a los desmarques de Guerrero, siempre activo, siempre predispuesto a desgastarse por el colectivo, siempre el mejor sobre el terreno de juego. Y encontró en las jugadas a balón parado su maná. Un saque de banda, un córner, dos faltas laterales...y algo más pero con el remate desafinado. Hasta que Perú pilló desprevenida a la vinotinto, en un contragolpe estupendo. Se creó un dos para dos con Chiroque como dueño del balón. Quiebro, pase a Guerrero y desmarque al segundo palo, donde el propio Guerrero puso el balón tras salirse airoso del regate. Bote defectuoso, golpeo con la espinilla y a la red, gol de Perú.
Se espabiló Venezuela con la diana adversa, pero demostró una expresiva incapacidad para hilvanar tres pases seguidos. Renny Vega era el ejemplo, siempre con balones largos hacia la espalda de la zaga peruana, en ocasiones adelantada porque Markarián es de los pocos técnicos a los que aún les gusta el fuera de juego. Una buena forma de desactivar al rival si se lanza la trampa con armonía; un riesgo altísimo si se falla en la sincronización o el delantero rival es más inteligente. Una argucia, en cualquier caso, de lo más resultona en la Copa América, porque han sido muy pocos los equipos que han tocado en campo contrario, que utilizaban las paredes para romper las defensas rivales. Así, sin mezclas ni recursos, Venezuela hizo como un equipo de rugby al pelear cada metro como una parte vital. Y ahí apareció Miku, hábil en el regate y desatado en los movimientos de entrelíneas, avispado para cazar cualquier balón huérfano de gobierno. Aunque le falló el tino en la puntería, sobre todo en esos dos remates al borde del área chica, uno al bulto, el otro fuera por milímetros, con el balón silbando al palo. Lo probó también desde fuera de los dominios del portero, con la zurda y flojo, de nuevo con la mirilla desajustada. Una efervescencia que el colegiado se encargó de rebajar, con una cartulina roja sobre Rincón que pareció exagerada, por más que Markarián sustituyera a Lobatón, todo un manojo de aspavientos de dolor.
Perú, de nuevo oportuno y penalizador, aprovechó la coyuntura para lanzar en la jugada siguiente un contragolpe de arrea, similar al primero pero con tres efectivos. Guerrero abre a Chiroque, que se la devuelve y zambombazo al larguero y a gol. La firma de Guerrero, la sentencia de Perú, que ya no tuvo rival por más que Farías, a destiempo, alineara a Rondón y Arango. Sí que marcó Venezuela un gol en las botas de Arango, pero Guerrero estaba en racha, rey ante los espacios del rival. Dos goles suyos más, también al contragolpe, firmaron el duelo y adjudicaron definitivamente el bronce para Perú, que recupera su autoestima después de tantos años, de su último triunfo en la Copa América, en 1975.
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