Las intenciones de Martino estaban tan claras que se dejó a Lucas Barrios y Estigarribia en el banquillo y acumuló efectivos en el centro del campo. La de Uruguay, aún más. Se fue a por los guaraníes nada más empezar y a los diez minutos ya había sacado cinco veces de esquina, Lugano había puesto en funcionamiento a Villar y hasta forzaron un penalti, en la misma jugada, por mano de Ortigoza, al evitar un gol bajo los palos. A los 11 se terminó el pulso cuando Luis Suárez se aprovechó de un rebote, se buscó el sitio metiendo el cuerpo como solo él sabe hacerlo y lanzó cruzado a la derecha de Villar, que esta vez no pudo evitar lo inevitable.
En 11 miserables minutos Uruguay tenía el partido donde pretendía, y Paraguay había dicho adiós a la Copa América porque no tenía otro plan que no fuera esperar y tirar contras a la carrera de Zeballos y de Haedo Valdez. Lo de atacar en estático era algo que no contemplaba. No lo había necesitado para llegar hasta el Monumental y tampoco parece saber cómo hacerlo. En desventaja en el marcador ya no le quedaba otro remedio y no supo aplicarlo, claro.
Uruguay, tan pancha, buscó cobijo y se dispuso a jugar como más le gusta, cerrando el camino a Muslera. Los de Martino, equipo plano, sufrieron tanto cuando no tenían el balón como cuando les tocó moverlo, y aunque le echaron coraje y hasta llegaron a rematar una vez al palo, no les alcanzó nunca. Habían llegado sumando un empate tras otro, con el gancho, y ayer quedó patente que no merecían el lujo de jugar una final.
Uruguay es una selección forjada a fuego lento, sin rendijas, siempre atenta en la anticipación, que bascula de memoria tremendamente solidaria en los apoyos, que muerde por recuperar el balón y sale como una flecha en busca de Luis Suárez, un jugador poco elegante, pero determinante por su capacidad de trabajo y, sobre todo, porque cada vez que se activa genera un problema. En una de esas, a la media hora, el delantero del Liverpool se las ingenió para dejar solo a Forlán camino del área, pero en el mano a mano con Villar el portero paraguayo le ganó la mano al delantero del Atlético.
Hubiera sido muy injusto que Forlán se fuera sin marcar de esta Copa América. Llevaba 12 partidos con la selección sin ver puerta, desde el partido por el tercer y cuarto puesto en el Mundial de Sudáfrica, algo insólito en un goleador de su calibre. Ayer, a la segunda, no perdonó. Arévalo, un demonio, se la robó a Ortigoza casi en la frontal del área paraguaya, una presión muy trabajada, y se la dio al 10. Le pegó con la zurda y con el alma y al final, gritó gol. Que Uruguay es un equipo quedó patente en la celebración: saltó el banquillo entero a festejarlo con su compañero, mostrando que ese nosotros del que siempre habla el maestro Tabárez es axioma en su selección. Nieto e hijo de campeones de América, la historia estaba escrita para El Cacha, que redondeó su actuación marcando el tercer gol en el descuento. Uruguay ya tiene 15 títulos; América es otra vez celeste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario