Una pareja de rumanos intenta ganarse unos euros con una artesanía playera en s'Arenal: construyen un castillo de arena de grandes proporciones y esperan que el que pase les eche unas monedas. Resulta que es un buen negocio. Demasiado buen negocio.
Un día apareció otro rumano y los interpela, amenazador: «¿Qué hacéis aquí?», pregunta. «Pues el castillo...», responden. «No podéis hacerlo solos. Como mucho tenéis que trabajar para nosotros», desafía. Le dicen que no. El rumano se lía a guantazos con ellos.
La pareja acudió de inmediato a un equipo de la Policía Local que pasaba por allí. Los agentes registraron un nuevo caso de la guerra de los castillos de arena, que desde hace meses asola la Playa de Palma, aunque en este caso las víctimas colaterales no pertenecían a ninguna de las mafias implicadas.
La Policía Local se enteró de lo que ocurría ya en el verano de 2010, aunque la cosa se ha ido recrudeciendo desde marzo de 2011. La idea la tuvo un alemán que, desde hace años, venía 15 días a Palma, hacía un castillo en la arena y vivía de eso, en plan bohemio. Dormía en la playa.
Pero dos mafias rumanas olieron el negocio y se han puesto a ello. EL MUNDO pudo ver ayer como al lado de uno de tantos castillos de arena de la playa, además de los donativos de los espectadores, se aprovechaba para vender cerveza, hielo y hachís. Todo, a la sombra del castillo de arena.
En uno de los castillos vistos ayer, junto al Balneario 3, había ocho personas. Eran los que más negocio hacían: la esterilla para recoger donativos, las bebidas frías, las hierbas alucinógenas... aunque no se haya constatado una relación directa entre unos y otros. Solo la nacionalidad y el lugar.
Junto al otro castillo localizado por EL MUNDO solo había cinco personas. Éstas se limitaban a controlar las monedas, a beber cervezas y a comer aceitunas, sentados sobre cubos. Esperando. Tal vez, la Policía Local no lo descarta, haya una mafia más dura y otra un poco más blanda.
Un investigador policial ha localizado a un rumano que conduce un monovolumen, con el que se desplaza entre los cinco castillos de arena que controla en un día veraniego normal de la Playa de Palma. Aproximadamente este coordinador opera entre los balnearios 3 y 7.
El alemán que puso este negocio de moda era austero. Venía 15 días a s’Arenal, de vacaciones, y con lo que ganaba con los donativos por la contemplación del castillo, se pagaba los gastos básicos y el avión de ida y vuelta. Dormía en la playa, vigilando su obra para que no se la destrozaran.
Los rumanos se lo montan ahora un poco mejor. No solo se conforman con mostrar sus obras de arena, sino que venden otros productos, aprovechando el atractivo. Y por las noches, según ha constatado la Policía Local, tienen contratados mendigos habituales como vigilantes.
La Policía conoce a dos alemanes, cuatro rumanos y un húngaro que viven de guardar los castillos por la noche. De eso y de robar a los incautos que se acercan a la playa a esas horas a hacer lo que sea sobre la arena y se descuidan lo suficiente para perder de vista sus objetos de valor.
El buen negocio, fuera del sistema económico y en la mayoría de las ocasiones de la ley, que supone lo de los castillos ha hecho que la competencia entre estos grupos organizados derive con frecuencia en peleas. Además, la Policía Local ha constatado otros peligros para los ciudadanos. Por todo ello, según informan fuentes del cuerpo municipal, se ha decidido tomar una serie de medidas preventivas. Cada mañana, los servicios de limpieza de la playa (de la concesionaria que explota los mismos) destruyen los castillos. Lo hacen escoltados por agentes de la Policía Local de Palma.
Los agentes, además, patrullan. Y si ven un castillo, con sus castellanos, los multan por mendicidad, desmontando el chiringuito. Son granitos de arena en un arenal inmenso. A la mañana siguiente, los castillos han vuelto a aparecer. El negocio es demasiado bueno para perderlo.
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