Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
El éxito de las manifestaciones pro democracia en Túnez y Egipto a fines del invierno crearon esperanzas de que podría haber cambios pacíficos en otros sitios de la región. Esas esperanzas se desvanecieron cuando los gobernantes de Yemen, Bahréin, Siria y Arabia Saudí utilizaron sus fuerzas armadas para reprimir las protestas, y Muamar Gadafi de Libia demostró estar dispuesto a matar tantos libios como fuera necesario para mantenerse en el poder.
El historial de 41 años de opresión, tortura, y encarcelamiento arbitrario de Gadafi no fue algo único en una región en la que se tolera poco disenso y en la que los israelíes infligen todo sufrimiento concebible a los palestinos en su esfuerzo por apropiarse permanentemente de su tierra. Sin embargo, aunque las fuerzas de EE.UU. siguen combatiendo en Iraq y Afganistán, el gobierno de Obama se sumó a Gran Bretaña y Francis para lanzar una guerra contra el gobernante libio.
El Consejo de Seguridad de la ONU ha llamado a un cese al fuego y a medidas para proteger a los civiles libios, pero el ataque de los aliados ha excedido de lejos ese mandato. Barcos de guerra bombardearon ciudades y bases aéreas libias con misiles Tomahawk, mientras bombarderos B-2 Stealth y cazabombarderos lanzaban bombas de 500 libras sobre tropas, instalaciones militares y edificios gubernamentales libios, incluido el complejo habitacional personal de Gadafi.
La intensidad de los ataques provocó duras críticas de los miembros del Consejo de Seguridad Brasil, Rusia, China e India, y de la Liga Árabe. “Lo que queremos es la protección de civiles y no el bombardeo de más civiles”, dijo el secretario general de la Liga, Amr Moussa.
Al justificar su decisión de ir a la guerra sin un mandato del Congreso, Obama dijo: “Algunas naciones podrán hacer la vista gorda ante atrocidades en otros países. EE.UU. es diferente.” Es seguro que esa declaración provocará preguntas como por qué la preocupación de Obama por los civiles no se extiende a las víctimas de otros brutales dictadores, como Robert Mugabe de Zimbabue y Laurent Gbagbo de la Costa de Marfil. ¿Por qué no había mostrado compasión Obama por los 1.400 palestinos de Gaza masacrados por los israelíes durante la Operación Plomo Fundido en el invierno de 2008-2009, o por los numerosos palestinos asesinados desde entonces?
El secretario de Defensa, Robert Gates, fue más sincero al explicar la elección de oponentes. Admitió que Libia no era de “interés vital para EE.UU.”, pero agregó: “Tenemos evidentemente intereses allí, y forma parte de una región que es de interés vital para EE.UU.” No tuvo que explicar cuáles eran esos intereses. Libia posee grandes cantidades de petróleo, y es uno de los pocos países árabes en el que la industria todavía está nacionalizada. El grueso de los beneficios petroleros de Libia no fluye a las compañías petroleras en el extranjero, ni son utilizados para comprar armas estadounidenses.
Cuando la guerra entró a su tercera semana, y las tropas de Gadafi recapturaron territorio que habían perdido, se informó que EE.UU. consideraba la posibilidad de armar al variopinto ejército rebelde o incluso dirigir un ataque terrestre hecho y derecho contra las fuerzas de Gadafi. Pero los aliados todavía no se habían puesto de acuerdo en un objetivo final. Obama afirmó que no se proponían derrocar por la fuerza a Gadafi, pero era evidente que querían librarse de su persona.
Un resultado semejante tendría sus propios peligros, especialmente si no estaba claro quiénes componen el ejército rebelde. Algunos analistas de la inteligencia incluso sospechaban que incluía a miembros de al-Qaida o grupos semejantes. Cuando Gadafi derrocó al rey hace 41 años, Libia era una colección de tribus en disputa, y su partida podría reavivar antiguas rivalidades y, como sucedió en Iraq, provocar nueva violencia en el país.
La decisión de Obama de ir a la guerra para proteger a civiles libios estaba en fuerte contraste con su conducta hacia otros gobernantes árabes, quienes, a diferencia de Gadafi, enfrentaban manifestantes mayoritariamente desarmados, en lugar de rebeldes armados. Después que las fuerzas del presidente de Yemen, Ali Abdullah Saleh, abrieron fuego contra manifestantes en Sana’a el 18 de marzo, matando a por lo menos 52 e hiriendo a cientos más, Obama solo pidió “limitación”. Saleh, cercano aliado en la lucha contra al-Qaida, ha permitido que drones operados por la CIA realicen asesinatos en territorio yemení.
El rey Hamad bin Isa al-Khalifa de Bahréin, puerto base de la Quinta Flota de EE.UU., es un aliado aún más crucial. Gates visitó a Khalifa el 11 de marzo para asegurarle el apoyo estadounidense e instarlo a negociar con los manifestantes, quienes solo pedían reformas democráticas bajo una monarquía constitucional. Khalifa ignoró la solicitud de Gates, y en su lugar impuso la ley marcial e introdujo un ejército compuesto de tropas de Arabia Saudí, Qatar, Omán y los Emiratos Árabes Unidos. Soldados apoyados por tanques y helicópteros, usaron garrotes, gas lacrimógeno, y munición de guerra para dispersar a manifestantes desarmados. “Rompieron todo”, dijo uno de los manifestantes. “Dispararon contra niños. No hubo humanidad, ni respeto.” Obama volvió a pedir “limitación”.
Funcionarios del gobierno fueron mucho más duros en su condena de Siria, donde soldados mataron a unos 60 manifestantes antes de retirarse. En un esfuerzo por apaciguar a los manifestantes, el presidente Bashar al-Asad liberó a cientos de prisioneros políticos, y prometió revocar las cincuentenarias leyes de emergencia e instituir grandes reformas – en alguna fecha en el futuro. Gates condenó a los sirios por usar violencia contra los manifestantes e “ignorar las necesidades políticas y económicas de la gente”. Emitió esa declaración, sin aparente embarazo, desde el Ministerio de Defensa de Israel.
En Egipto, el éxito de una votación del 19 de marzo para aprobar varias enmiendas constitucionales aseguró virtualmente que habrá elecciones al parlamente en septiembre y para presidente en noviembre. El consejo militar que se hizo cargo después de Hosni Mubarak nombró como primer ministro interino a Essan Sharif, ex juez de la Corte Internacional de Justicia.
Sharif, por su parte, nombró ministro de exteriores a Nabil Elaraby, quien inmediatamente declaró que el bloqueo de Gaza por Israel es una violación del derecho internacional, y dijo que Israel “debe ser responsabilizado cuando no respeta sus obligaciones”. A pesar de esas señales alentadoras, los militares, que reciben 1.300 millones de dólares al año en ayuda militar de EE.UU., todavía no han terminado el bloqueo por Egipto o promulgado las reformas económicas y políticas demandadas por los manifestantes.
La actitud selectiva de Obama hacia los gobernantes de Medio Oriente basada en el tamaño de sus depósitos de petróleo y sus relaciones con Israel fue explicada por un alto funcionario del gobierno, quien habló extraoficialmente. Reconoció que muchos de los manifestantes árabes identifican su lucha con el movimiento de los derechos civiles en EE.UU. y por lo tanto esperan que Obama los apoye. Pero, dijo el funcionario: “Su primera tarea es ser presidente de EE.UU.”
Algunos expertos en Medio Oriente creen que Obama haría bien en redefinir esa tarea en términos de los verdaderos intereses de EE.UU., y ajustarse a la nueva realidad. Si los movimientos por la democracia tienen éxito, la disposición del gobierno a tolerar los excesos de Israel y los de sus aliados árabes pueden llevar a los nuevos dirigentes a reconsiderar sus relaciones con EE.UU. A medida que los sistemas políticos árabes se vuelvan más representativos de sus poblaciones “es seguro que mostrarán menos entusiasmo por la cooperación estratégica con EE.UU.”, dijeron dos antiguos miembros del Consejo Nacional de Seguridad, Flynt Leverett e Hillary Mann Leverett.
El profesor Rashid Khalidi de la Universidad Columbia achaca gran parte de la culpa por la prevalencia de regímenes árabes autocráticos a las potencias imperiales. Después de la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña y Francia dividieron el Imperio Otomano entre ellas, trazaron fronteras nacionales como consecuencia, e instalaron gobernantes escogidos cuidadosamente. Desde la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. y Gran Bretaña han asegurado la continuación de esos regímenes debilitando sistemáticamente los gobiernos democráticamente elegidos.
A diferencia de las democracias, sin embargo, las dictaduras son esencialmente inestables. Las multitudes dispuestas a la reforma que están dispuestas a arriesgar el gas lacrimógeno y las balas abordan motivos de queja antiguos y profundamente sentidos. Al hacerlo han absorbido el atractivo de al-Qaida, y demostrado a los dirigentes occidentales que el arma más efectiva contra el terrorismo no son los misiles de los drones, sino la libertad de la opresión.
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