La carrera científica de Martín Lockley tuvo su primer giro importante el día que un alumno suyo de la Universidad de Colorado le llevó a ver la huella de un dinosaurio que había encontrado en una mina de carbón cercana a Denver (Estados Unidos). Hoy, este galés está considerado uno de los mayores expertos del mundo en icnitas (huellas fósiles) de los animales del Jurásico y ha logrado reunir la mayor colección del mundo, copias de 2.500 rastros, en un museo en su universidad.
Lockley, que ha visitado recientemente Dinópolis (Teruel) para trabajar conjuntamente con sus responsables científicos, ha centrado su búsqueda en los últimos años en China, donde tiene abiertos en la actualidad 50 yacimientos con sus colegas chinos. "Allí ya he trabajado en mitad de las provincias porque es impresionante la cantidad y la calidad de los hallazgos. Algunas huellas tienen hasta impresiones de la piel del dinosaurio", afirma en una entrevista con ELMUNDO.es.
En uno de los últimos viajes, en septiembre de 2010, en Shaanxi, donde en 1929 se encontró la primera huella de dinosaurio, logró 'mapear' hasta 12 rastros diferentes de estegosaurios. En Liaioning, otra región fosilera, afirma que "hay un lugar con tantas huellas de ave que los locales la llaman 'Pozo de oro'".
Hallazgo en una mina
El paleontólogo llegó a Colorado con la intención de estudiar fósiles del Ordovícico, como los trilobites, casi 300 millones de años antes de que aparecieran los dinosaurios. Pero después de visitar la mina de Denver, y tener éxito con el artículo que publicaron, sus intereses fueron cambiando.
"En los 80 poca gente buscaba estas icnitas. Pero son muy interesantes porque permiten averiguar cosas sobre su comportamiento que no nos dicen los fósiles. Por ejemplo, determinar su velocidad. Hoy sabemos que podían correr 100 metros en 10 segundos, como Bolt. Antes de conocer sus rastros, se pensaba que eran lentos y pesados", explica.
También permitieron averiguar que iban en manadas, como hoy lo hacen casi todos los herbívoros, lo que indica un comportamiento social determinado. Incluso sirvieron para confirmar que habían sido animales de sangre caliente, porque corrían como las avestruces e incluso algunos volaban.
Desde aquellos inicios Lockley ha estudiado más de 12.000 rastros, algunos de ellos tienen hasta un millar de huellas, como los que ha descubierto en Colorado (EE. UU.). Los más interesantes ha conseguido exponerlos en el Museo de las Huellas en su ciudad, donde la mitad son originales y la otra mitad copias.
"Aunque ya había estado antes, fue en el año 2000 cuando empecé a trabajar fuerte en China, pero compaginándolo con proyectos en otros lugares, como Teruel ó Muja (Asturias) porque la paleontología es global", apunta.
Curiosamente, en estos momentos reconoce que está dando una nueva vuelta de tuerca a sus investigaciones: compagina sus trabajos con fósiles con otros sobre la evolución de la conciencia en el ser humano, cuyas tesis acaba de publicar, en inglés, en su libro "The evolution of conscience".
Asegura que una de las conclusiones científicas más importantes a la que ha llegado es que la evolución de las especies no es lineal, "sino en espiral" y que "hay patrones paralelos en escalas de 50 a 100 millones de años, así que es difícil que se evolucione por adaptación a la presión externa, como decía Darwin, sino que hay poderosas fuerzas biológicas internas".
Pero este es un camino relativamente nuevo para el investigador, que continúa viajando por el mundo, rastreando los lugares por donde hace más de 65 millones de años se movían aquellos legendarios gigantes.
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