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jueves, 2 de septiembre de 2010

Un hombre sobrevive a una caída desde el piso 39 de un edificio en Nueva York

Llámalo el salto del ángel, opina que fue milagroso, que las leyes de la física burlaron la plomada en Manhattan. El caso es que un hombre ha sobrevivido a una caída desde el piso 39 de un rascacielos. El suceso tuvo lugar en Nueva York, ciudad de prodigios, aunque pocos tan espectaculares como esa caída que hoy recoge el Daily News.

Según narra el veterano tabloide, Thomas Magill salvó el cuello gracias a que golpeó sobre la parte trasera de un coche, que ejerció como amortiguador del impacto. Tras volar 122 metros, sufrió la rotura de una pierna y un tobillo, así como una perforación pulmonar. Ingresado en el hospital Saint Luque, Magill habría sembrado el Facebook con noticias referidas a su estado depresivo. Aunque nadie ha confirmado que se tratara de un intento de suicidio bien pudiera ser que nos hallemos ante el suicida con más suerte de la historia (o no, según se mire).

Cayendo a más de 200 kilómetros por hora, Magill, actor vocacional, artista en paro, evitó un destino similar al de la pobre Nicole John, hija del embajador estadounidense en Tailandia, que falleció el pasado viernes 27 tras precipitarse desde el piso 22 de las Torres de Herald Square. Con apenas 17 años, John habría llegado alrededor de las 04:00 al piso del que cayó. Acompañada por varios amigos, cuentan que habían bebido, que venían de una discoteca y querían prolongar la fiesta. Cuando a eso de las 04:15 John decidió tomar algo de aíre se asomó a una de las ventanas del rascacielos. Aunque desconocemos porqué se precipitó al vacío, el New York Post, primer diario en hacerse eco de la noticia, ya aventuraba el sábado que la muchacha se habría sentado en una posición peligrosa, y que todas las evidencias filtradas por la policía apuntan a una imprudencia temeraria.

Entre tanto la prensa ha entrevistado ya al padre del afortunado Magill, quien informó que el joven ha sido operado con éxito y apostó por su pronta recuperación. Cuando menos ya parece haberse asegurado un hueco en las narraciones con las que los conductores de furgonetas amenizan los recorridos turísticos por Nueva York. Normal, teniendo en cuenta la portentosa naturaleza de su hazaña.

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