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lunes, 2 de agosto de 2010

EL SÁTIRO DE POCITOS...

UNA CRÓNICA DE ANGEL DE VITTA

“Ellas me llamaban por las noches con sus suspiros”


FUE UN CASO QUE MANTUVO EN VELA A TODA LA POLICÍA Y LA SOCIEDAD URUGUAYA. ROBABA JOYAS A LAS SEÑORAS “GRANDES” Y SOLTERAS O “SOLTERONAS” DE POCITOS. LUEGO LAS VIOLABA. SEGÚN ÉL, LAS HACÍA FELICES. HASTA EN EL CARNAVAL LAS MURGAS LO NOMBRABAN CANTANDO EN SUS POPURRIS QUE MÁS DE UNA SEÑORA LE EXIGIÓ A LA POLICÍA LA RECONSTRUCCIÓN DE LOS HECHOS. UN VIEJO CHISTE CALLEJERO DECÍA QUE “EL PROBLEMA PARA ALGUNAS SEÑORAS NO ERA QUE VINIERA EL SÁTIRO SINO QUE SE FUERA”. UNA DE LAS VÍCTIMAS LO RECUERDA COMO EL LADRÓN MÁS GALÁN Y SIMPÁTICO. LOGRÓ ESCAPARSE SIEMPRE. EN BRASIL LO LLAMABAN “EL HOMBRE MOSCA”. FUE REAL Y SIN EMBARGO PARECE DE PELÍCULA. PARA QUE LO REMEMOREN Y DISFRUTEN, AQUÍ VA OTRO SENSACIONAL CLÁSICO DE NUESTRA CRÓNICA POLICIAL.

Todo comenzó el verano de 1964. Fue muy caluroso. Con temperaturas de más de 30°. Fue un verano espectacular. La playa Pocitos repleta de gente que era de ese barrio y de todos los otros. Esto hacía que los apartamentos y casas de la zona, por un buen rato estuvieran sin sus propietarios. Hasta en la noche había gente en la playa. Una noche de fines de enero escasamente iluminada por la Luna en fase menguante, iba a ser testigo de uno de los primeros robos increíbles.

Había un edificio sobre la calle Benito Blanco. Eran las 3 de la madrugada. De pronto, como aparecido de la nada, un pequeño sujeto parecía caminar por las paredes externas del edificio intentando introducirse en uno de los balcones. Parecía una araña en busca de su presa, hasta que al fin lo logró aferrándose a una cornisa de una ventana semiabierta. Era un segundo piso. Comenzó rápida pero sigilosamente a revolver cajones, aquí y allá. ¿Qué buscaba? : JOYAS. Era una época en que era bastante usual esa clase de robos, aquí y en Argentina. Así lo hizo también el famoso “Varelita” y tantos otros. También era usual que algunos las vendieran en la feria de Tristán Narvaja y a reducidores.

El misterioso individuo buscó en varios lados, y por una puerta entreabierta escuchó el suspiro de una mujer. Su curiosidad lo llevó a observar. Allí la vio. Una mujer “veterana” pero atractiva. Para él, todas tenían encanto. Dormía plácidamente sin saber que en su propio apartamento y ya casi en su dormitorio tenía al mismísimo sátiro. Él entró despacio y comenzó a revisar los cajones de la cómoda mientras vigilaba a la mujer por el espejo del mueble. Guardó en un bolso que llevaba, algunas joyas que encontró. Pero antes de retirarse, la pasión pudo más que él. Le excitaba sentir suspirar a aquella mujer, su perfume tan femenino y verla dormir tan inocente y desprotegida.

Se paró junto a su cama. De pronto ella abrió sus ojos y cuando intentaba entender la situación, ya tenía la mano de él apretándole la boca. Intentó resistirse pero fue en vano. El hombre a pesar de ser pequeño y delgado, tenía musculatura y era muy fuerte. Ella fue violada. Según él, le hizo el amor. En ningún momento le habló, pero sí continuamente tenía una sonrisa que apenas mostraba sus dientes. No le pegó ni fue violento. Al concluir el acto, desapareció tan misteriosamente como había aparecido.

Ella logró recordar que él tenía un short, estaba descalzo y con el pecho descubierto. Apenas unos vellos le cubrían el pecho y tenía un fino bigote que parecía dibujado. Recordó sentirle un suave perfume y también que su aspecto no era desagradable. Otras víctimas posteriores declararon que de no ser un bandido, hubieran accedido a sus requerimientos amorosos. Algunos policías recordaban cómo algunas de las señoras al describirlo lo hacían con cierta admiración y como “enamoradas”, por lo cual ellos sacudían sus cabezas sin poder entender si se trataba de una denuncia o les estaban pidiendo que se lo trajeran de vuelta.

Este fue el primer episodio denunciado. El caso era confuso pero el móvil parecía ser el robo. Al principio la investigación estuvo a cargo de la seccional 10°. El 7 y 11 de enero hubo dos casos, de características similares, por lo cual se empezaba a sospechar que se trataba del mismo individuo. En ninguno de los casos utilizó ninguna arma, ni blanca ni de fuego. Lo que llamaba la atención era que en los tres hechos hubo abuso sexual. En febrero se registraron dos denuncias más. En marzo también hubo dos incidentes que no fueron denunciados pero la policía supo por informantes.

En abril se registraron nuevamente dos denuncias similares. Ya todos los diarios hablaban de los hechos y el caso tomó estado público; en las calles ya se hablaba de... “EL SÁTIRO DE POCITOS”. Había infinidad de bromas al respecto.

En realidad no sólo actuaba en esa zona sino también en Punta Carretas y Parque Batlle. Pero sus primeras acciones y la mayoría las cometió en Pocitos. A estas alturas se había logrado confeccionar una descripción física de él. En su brazo izquierdo tenía el tatuaje de una mujer desnuda con sus iniciales y tenía cabello oscuro, corto, cutis blanco y un bigotito prolijamente recortado. Su estatura era mediana y su edad entre 25 y 30 años. Usualmente actuaba a cara descubierta pero algunas veces lo hizo con un pañuelo negro que le cubría el rostro hasta los ojos. Las pocas veces que habló se le escuchó un acento español.

Hubo veces que no llegó a robar nada pero sí a saciar su apetito sexual. Se lo llamó el SÁTIRO porque según la mitología griega, era un monstruo o semidios selvático y sensual, mitad hombre y mitad macho cabrío y de ahí se extendió el término figuradamente a los hombres con fuertes deseos carnales.



CÓMO ACTUABA EL SÁTIRO



Su “modus operandi” era así: él buscaba en la guía telefónica aquellos números cuyo titular estuviera a nombre de una dama porque pensaba que se trataría de una mujer sola, viuda o divorciada que cuando mucho viviría con sus hijos. Las zonas elegidas de Pocitos, Punta Carretas y Parque Batlle eran porque había gente de poder adquisitivo y fundamentalmente, lleno de edificios. Él prefería robar en apartamentos que en casas. Tenía una extremada habilidad para trepar paredes; una especie de escalador urbano. “Trabajaba” descalzo para hacer más silenciosos sus movimientos. A veces estaba a pecho descubierto, si hacía mucho calor, y otras con una camisa o musculosa.

Sus herramientas de trabajo eran un bolsito donde guardar las joyas y un jaboncito. ¿Para qué? Muy sencillo. Algunas aberturas como banderolas o ventanas de apartamentos eran reticentes para facilitarle el paso. Entonces el SÁTIRO untaba su piel con el jabón y deslizaba su cuerpo por las aberturas. Realmente INCREÍBLE. Pero hubo un día en que las cosas salieron mal.

El 17 de abril de 1964 a las 3 de la madrugada, el sátiro entró a un apartamento de Pocitos en un edificio sobre la avenida Soca. Usaba sus pies como ventosas y sus codos para palanquear el ascenso. Una vez dentro, se dirigió al dormitorio y cual no sería su sorpresa al ver que la mujer no dormía sola sino que a su lado había un hombre. Igual entró silenciosamente, buscando joyas. Pero en determinado momento se vio cara a cara con el hombre que le arrojó un “piñazo” gritándo e insultándolo: ¡“largá eso ladrón”! El hombre tenía 54 años y se trabó en lucha con el sátiro. Los empujones y corridas los llevaron a la cocina donde el sátiro tomó un cuchillo que estaba sobre la mesa y alcanzó a darle tres puñaladas. El dueño de casa cayó muerto al suelo envuelto en un charco de sangre. Una vez más, como siempre, el sátiro desapareció rápidamente de la escena.

Ahora el sátiro tenía además de los delitos de hurto y violación, el de homicidio. Toda la policía de todos los departamentos se lanzó tras su captura. Al igual que en el espectacular robo de “Las Monjitas”, el director de Investigaciones era Guillermo Copello. Citó a todas las denunciantes anteriores y realizó los interrogatorios junto con el comisario Santana W. Cabris. El Departamento de Hurtos y Rapiñas tenía el cometido de ubicar a todos los reducidores que manejaran joyas. Así se fue el mes de abril y parte de mayo y no pasó nada. Pero...

LO DESCUBREN

Una mañana temprano de mediados de mayo se presenta ante el comisario Cabris, el oficial de Vigilancia Héctor Gatto, comunicándole que le parecía que lo tenían. Desde Buenos Aires habían pedido la captura de un bandido español que robaba joyas cuya especialidad era escalar edificios y que ya lo habían tenido en Uruguay por “choreos” menores. De inmediato se pusieron en contacto con la Federal argentina. El comisario Cabris se comunicó con el jefe Ventura Rodríguez para autorizar el viaje de Gatto a Buenos Aires.

El sujeto en cuestión se trataría de un tal Vicente Longobardo, español que estaba hacía poco en Montevideo. Lo habían pedido desde Buenos Aires desde 1955 y actualmente tenía 33 años. No se tenía informes que fuera un maníaco sexual. Rápidamente comenzaron a recorrer pensiones y casas con habitaciones para alquilar. El español estaba viviendo con una mujer que hasta hacía poco era camarera de un local nocturno. Los agentes fueron a la Ciudad Vieja y dieron con el bar Boston donde averiguaron que la mujer se llamaba María Marta y le decían “Nini”.

El español no quería que ella siguiera trabajando y alquiló algunas casas en zonas céntricas: en Julio Herrera y Obes, Andes y 18 de Julio y en rambla Sur. Por supuesto utilizó documentación falsa, pero no había dudas que se trataba de él. El martes 4 de agosto de 1964 dan con él en un lujoso hotel de la calle Florida y Rambla Sur. El nombre con el que se presentó era Francisco Castellanos Fernández y fue detenido y conducido ante el comisario Cabris (respetado comisario quien un año después moriría en el famoso tiroteo con los porteños del Liberaij).

El sátiro había caído con 25.000 pesos en sus bolsillos. En esa época era mucho dinero. También tenía algunas joyas como un reloj de oro y un anillo con un brillante incrustado. El historial de Francisco Castellanos era increíble. Había estado más de quince años en la Legión Extranjera y se escapó. En París también hizo de las suyas robando y luego escapó de Europa. Cuando llega a América pasa un tiempo en Brasil. De allí viene a Montevideo y entre 1953 y 1955 cruza varias veces a Bs.As. a efectuar cientos de robos. En Montevideo es enviado a un Correccional por orden del Juez y también logra escapar. Su vida pasó en robos y fugas. Luego que confesó sus robos en nuestro país, faltaba que las mujeres lo reconocieran como el SÁTIRO. Éstas fueron llamadas a lo que se denominaba el “manyamiento” (observar detrás de un espejo).

Fue puesto con el famoso short y una camisa. Las dos primeras mujeres no pudieron reconocerlo dado que había pasado varios meses. Además los ataques ocurrieron en dormitorios a oscuras. Otras mujeres en cambio no tenían dudas. Una de ellas lo reconocío por el perfume. Dijo “el perfume es el mismo, éste es el hombre”. Pero la prueba de fuego la brindó una señora inglesa que había sido atacada meses atrás. Ella pidió poder acercarse al acusado y palparlo. Así lo hizo. Pudo oler su perfume (proveniente de un desodorante en barra que él usaba) y lo abrazó y tocó su pecho, y exclamó lacónicamente: “no tengo dudas, es él”. A la larga, Francisco Castellanos envuelto en un llanto desesperado terminó reconociendo sus actos.



OTRA FUGA INESPERADA



El viernes 7 de agosto fue llevado por segunda vez al Juzgado de Instrucción de Segundo Turno, ante el Juez Silva Delgado, ubicado en Canelones 1062. Era un día lluvioso, frío y gris; las seis de la tarde. La prensa inquieta aguardaba afuera. Luego de finalizado todos los trámites legales, Castellanos pidió permiso para ir al baño. Se quitó su gabán y lo dejó sobre un sofá. Antes de cerrar la puerta del baño se quitó los zapatos, algo que curiosamente no llamó la atención de nadie. Era un pequeño baño con una pileta, un bidet y un w.c.

Sobre la pileta había una pequeña banderola de 40 por 50 cms. Aproximadamente. Y entonces lo increíble. Subió a la pileta y comenzó a introducirse por la pequeña abertura. Dio al último patio del Juzgado. La pared medía tres metros de alto. La escaló bajo la lluvia y así dio a la azotea vecina y luego al entonces cine Ateneo. Cuando la policía se enteró se querían morir. Otra vez comenzó una cinematográfica persecución. Rodearon la manzana. Se sintieron disparos mientras el sátiro corría y saltaba por los techos. Todo el mundo miraba en la calle la espectacular escena. En determinado momento entró en un altillo y la joven que lo vio pegó un grito que lo hizo salir de nuevo. Luego, perdido por perdido se arrojó por la azotea desde 8 mts. cayendo en un patio y ahí terminó su odisea. Un perro ovejero alemán lo enfrentó fieramente y tuvo que entregarse. Fue trasladado al Penal de Punta Carretas.

Al tiempo logró escapar de aquí también. Se fue a Bs.As. Para escapar de la cárcel de allí, se dio la cabeza contra los barrotes y luego escapó del Hospital Fernández. Así llegó a Brasil a Uruguayana en compañía de una mujer llamada Emilia Rodríguez. Para entonces tenía un pasaporte que lo identificaba como Héctor Pedro Rodríguez. Lo detuvieron pero desde el principio dijo llamarse Santiago Montañes. Pagó un abogado y quedó en libertad. Viajó a San Pablo y allí hizo lo mismo que en Montevideo. Así logró en Brasil el apodo de “El Hombre Mosca”. Fue detenido y llevado a la cárcel paulista y otra vez logró fugar. Aquí también la fuga fue de película. Fue recapturado por el policía Hellio Rico quien mientras le ponía las esposas le dijo: “le recuerdo que todavía tiene que estar seis meses con nosotros”.


EL FINAL

Volvió a escarparse de Brasil y que pasó después nunca se supo. Tampoco cuál fue su verdadero nombre: Francisco Castellanos, Héctor Pedro Rodríguez o Santiago Montañez. Quizá ninguno.

En San Pablo una de las mujeres víctima de sus fechorías lo recordó: “es el bandido más simpático que conocí en mi vida”.

Algunos policías veteranos, retirados, con un toque nostálgico y mirando en el túnel del tiempo, lo recuerdan como lo describieran algunas de sus víctimas, aquél “loco lindo”: EL SÁTIRO DE POCITOS.

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