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lunes, 1 de febrero de 2010

El cerebro: nuestra computadora portátil

Martín estaba desconcertado, ya no sabía qué otra cosa hacer, ya casi no tenía fuerzas y no veía aún ningún avance. Desde hace dos meses estaba recorriendo el consultorio de cuanto psiquiatra le habían recomendado. Cada uno a su turno había dado su diagnóstico. Si bien todos coincidían, cada uno de ellos dejaba atrás la medicación de su colega precedente e iniciaba un nuevo tratamiento. De esta forma la casa parecía una farmacia, frascos con pastillas de todos los colores y tamaños. Ninguna parecía dar resultado y allí estaba María, con los ojos perdidos en el vacío, en la cama, sin hacer nada. Especialmente sin querer salir, ni aún en esos preciosos días de verano. Todo le daba igual y era exasperante su negativa a colaborar. De nada servían los ruegos de la familia y los amigos. Es más, no quería contestar el teléfono y evitaba las visitas de sus amigas que con intenciones de animarla se encontraban siempre con una desconcertante excusa: "Prefiero ir a la cama, me duele la cabeza...". Es que María no toleraba el parloteo de las amigas que inventaban historias de casos similares, que habían mejorado poniendo un poco de fuerza de voluntad. Justamente era lo que ella no daba señales de hacer e irritaba a Martín, que en su desesperación había apelado vanamente a echarle en cara el caos en el que se había convertido la casa por su culpa. Su intención era estimular a María ya que sabía de su amor por el orden y la limpieza. Sin embargo nada daba resultado y poco a poco las visitas y las llamadas telefónicas se fueron espaciando. No faltaron las sugerencias de dejar todo el tratamiento: "son esas pastillas que te están poniendo así, estás dopada, tienes que dejar todo y poner un poco de ganas, nada más. No tienes nada".

COMENTARIO

Suele ser muy frecuente el desgaste de familiares y amigos frente a cualquier patología de la psiquis. Es comprensible la desesperación de quienes ven a su ser querido, sufriendo y cada vez más alejado de su habitual manera de ser. La enfermedad producida en el cuerpo es más fácil de comprender: una fractura en un hueso de una pierna, obligará al paciente a quedarse quieto por mucho tiempo, y en este caso la familia y amigos son los primeros en recordar al paciente que es necesario dar tiempo al cuerpo para que mejore. Todos comprenden que un hueso necesita tiempo para reparar la fractura, que es necesario respetar un tratamiento que lleva tiempo. También procurarán aportar una buena alimentación con los nutrientes necesarios para ayudar a esta reparación.

Sin embargo las manifestaciones de alteraciones de la vida psíquica no se conciben de esa manera. Se escuchan las más variadas opiniones al respecto de sus causas y hasta los diagnósticos son reducidos a la "nada", con el atrevimiento de quien no ha comprendido que la vida psíquica es el producto de mayor sofisticación y variedad que produce nuestro cerebro. Aprovechando este mundo informatizado podríamos usar la siguiente analogía. La vida psíquica es como los más variados programas y utilidades que maravillosamente muestran las computadoras. Una avería en esas sofisticadas máquinas, impedirá la aparición en la pantalla de ese increíble mundo virtual. Nuestra vida psíquica de forma similar, no nos permitirá funcionar en forma habitual y adaptada si falla el sustento donde se produce: nuestro cerebro. Este órgano formado por millones de células llamadas neuronas es con su compleja red de interacciones el responsable de pensar, sentir, recordar, aprender, amar, poner voluntad, esforzarse, correr, competir, ser feliz, sentir placer o dolor, desear, soñar, respirar y absolutamente todas las funciones de nuestro cuerpo con todos los matices de emociones, sentimientos y pensamientos. Es entonces necesario protegerlo, cuidarlo y nutrirlo adecuadamente y sobre todo respetar sus tiempos. Su tiempo para descansar y repararse mientras duerme. Evitar intoxicarlo fumando, bebiendo alcohol o usando cualquier otra droga. Estas acciones serían ni más ni menos que tirarle un balde de agua a una computadora o al motor de un auto.

El entorno que rodea a un paciente con una afección psíquica suele ponerse impaciente por la lenta evolución y respuesta frente al tratamiento. Hay que recordar que en este caso más que en cualquier otra afección del cuerpo, los tiempos de reparación del órgano más complejo que tiene el ser humano transcurren muy lentamente. Hay que estar preparado para acompañar la lentitud de este proceso y sobre todo hay que evitar caer en comentarios que simplifican la patología psíquica a la "nada o la negativa a poner voluntad". Recordemos que la voluntad es también el producto de un cerebro en buen estado de funcionamiento. Por ello la trampa mayor es pretender que un paciente con una afección psíquica pueda poner una voluntad que no tiene, ya que su cerebro no está en condiciones de habilitar esa posibilidad. Un tratamiento correcto, con un profesional responsable y el suficiente tiempo, acompañado con el afecto y apoyo paciente de familia y amigos son los mejores remedios.

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