Tenía que haber terminado en gol la jugada con la que, a los 26 minutos y por un veloz contragolpe, Uruguay le llegó con tres hombres a México. Pero no fue así. A pesar del toque, de la penetración, el derechazo de Elbio Álvarez terminó en la tribuna.
Tenía que haber sido gol el disparo de zurda de Elbio Álvarez en la primera mitad, que iba a poner justicia en el marcador porque México por una macana en el área uruguaya había logrado dominar el tanteador pese a no merecerlo. Pero no fue así, porque el caño empezó a jugar su partido. Maldito caño mexicano del Azteca.
Tenía que haber terminado en la red la pelota que recibió en el área Juan San Martín en el segundo período. Pero no fue así, porque otra vez el caño le salvó la vida a los 110 mexicanos que poblaron el fabuloso estadio. Habría que partir a ese caño en mil pedazos.
Tanto perdón, tanta mala suerte, tanta macana, tanta frustración, a la que se sumó la baja sufrida por lesión de Rodrigo Aguirre, convirtió el partido en un calvario para los botijas celestes. Había que ir e ir, seguir rebelándose, pero por más que lo intentaran todo costaba mucho más.
Las piernas, por cierto, también empezaron a pasar factura y los aztecas, de buen manejo, sacaron rédito de ello.
Tocando, acechando, presionando, los locales empezaron a tomar las riendas del juego y a superar a los uruguayos en varios aspectos: como las segundas pelotas, los rebotes y la posesión.
Con la necesidad de encontrar la paridad, Uruguay hizo un mayor desgaste físico, el que llegó a los niveles más altos por no poder sostener el balón. Todo era sacrificio e impulso, pero escasa habilidad para poder progresar con la pelota.
La búsqueda, entonces, se convirtió en una lucha titánica, en la que México se sintió muy cómodo porque con el control evitó que la Celeste tuviera profundidad y hasta no le fue tan necesario replegarse para defender cerca de su área.
Retrasándose, pero cubriendo bien el ancho de la cancha y la mitad del terreno, se fue afianzando cada vez más. Con todo, alguna pelota pudo terminar en gol.
NO ERA EL DÍA. Pero estaba claro que no era el día de Uruguay y que toda la suerte estaba a favor de los mexicanos. Porque no hubo ni un cachito de fortuna en el pase que San Martín le metió a Guillermo Méndez.
Una daga al área y el buen volante uruguayo tocó la pelota con la pierna izquierda antes de poder pegarle con la derecha. Conclusión: pelota en poder del arquero y nada de rédito para Uruguay.
A esa altura ya daba para buscar por todo el estadio al responsable de la "brujería" lanzada a los botijas.
Y sin tanta fortuna en la definición, lo que antes era cuesta arriba se constituyó en una especie de odisea. Porque anotarle un gol a México ya asomaba como imposible de lograr.
Algún intento realizó el entrenador de los botijas Fabián Coito, aunque quizás no el apropiado, porque ante la desesperación de ver que el partido se escapaba, de que la final quedaba en manos de México, el ataque debió fortalecerse de otra manera. Hasta debió tomar medidas extremas para tratar de impedir lo que ya se avizoraba como situación juzgada.
Igual, hay que reconocerlo, a esa altura todo apuntaba a la acción heroica más que a la coordinada. Con pelotazo y pelotazo desesperado era imposible que se alterara el orden del partido.
ESPACIOS. México, en tanto, empezó a encontrar más espacios y a amenazar con dar el golpe de gracia, situación que recién consiguió en los descuentos. Cuando el partido ya se moría, cuando ellos se esforzaban por cuidar más la pelota contra el banderín del córner, vino el contragolpe matador.
El 2-0 puede sonar fuerte para una final, pero indudablemente no refleja lo que pasó en la cancha.
La comodidad del resultado no es justa con el esfuerzo y la entrega de todos los chiquilines. Perder el campeonato genera muchísimo dolor, pero se pueden ir con la cabeza bien en alto porque dieron todo y porque esta vez la mala suerte que tuvieron en el transcurso del partido fue muy grande.
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