Languidecía. Menguaba día a día el número de concentrados, el foco mediático apuntaba en dirección opuesta, pero la primera injerencia política y policial ha resultado un acicate efectivo, inmediato, contraproducente. Las cargas de los Mossos d'Esquadra, las ocho docenas de manifestantes heridos, han resucitado a los 'indignados' de Barcelona. Por miles se cuentan los concentrados que abarrotan la plaza Catalunya -las fuerzas policiales hablan de 12.000-, en la que la pasada noche menos de medio millar de personas pernoctaba. La riada desborda el centro de la capital catalana.
"Ahora somos más fuertes". Una pancarta resume el sentir de unos manifestantes que han decidido teñir sus manos de blanco, que empuñan flores y propugnan la resistencia pacífica como vía para evitar que un nuevo operativo policial pueda desalojarles definitivamente.
Ya ha advertido el consejero de Interior de la Generalitat, Felip Puig, de que en las próximas horas no está prevista otra actuación de los Mossos, pero ésta se antoja de todos modos imposible dada la magnitud de la masa que copa el corazón de Barcelona.
Reclaman la dimisión de Puig. | A. M.
"Miedo y asco". "Orden no es sumisión". "Ellos quieren la plaza, nosotros la democracia". "Vuestras porras nos dan razones". Se suceden los golpes al estómago del máximo responsable de los agentes autonómicos que ya ha recibido miles de demandas de dimisión desde las redes sociales y que las encuentra también a pie de plaza en uno de los cientos de carteles que coronan las jaimas que ya se han vuelto a instalar. "Puig se te ha acabado la impunidad", pregona uno de ellos. Otro reza: "Políticos no habéis entendido nada" y los que bajo el lema transitan dotan de veracidad a la proclama al expulsar de la manifestación, gritos mediante, al presidente de ICV, Joan Herrera, que había decidido acudir a dar apoyo a la concentración.
Se rebela Barcelona. Maderos, cartones se acumulan en los márgenes de la plaza. Toldos cubren los espacios reservados para las comisiones y tratar de transitar entre el gentío es hazaña. La indignación se multiplica y resta sentido a la actuación policial iniciada al alba, antes de que la noche se cierna sobre la ciudad.
A horas de que la asamblea tomara la voz, ya adelantaban los portavoces anónimos -en una comparecencia sin precedentes desde el inicio de la acampada- que difícilmente saldrán de la plaza antes del domingo, como estaba previsto. Mantienen que tenían y tienen los "riesgos controlados" ante lo que se pueda avecinar si el Barcelona se impone en Wembley y reclaman que Puig y toda la cadena de mando de los Mossos dimitan, que las pelotas de goma no vuelvan a dispararse y que los antidisturbios vayan identificados en adelante.
El quejido conquista de nuevo el epicentro de la protesta, en forma de la más colosal cacerolada primero, de intenso debate después y, entre patrullas de lateros, al fin, de celebración, de festejo 24 horas antes de lo planeado por hordas de barcelonistas y grupúsculos de alborotadores.
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