Lucas Soler, alias Casto Escópico, tiene claro que ya no queda arte en el porno. Basta con "un semental capaz de mantener la erección durante el rodaje" y una bella fémina "dispuesta a ser perforada en todo tipo de posturas sin perder la complicidad con la cámara". Así lo confirma Paco Gisbert, alias Frank Lasecca: "el cine porno ha muerto, lo que sobrevive es el porno sin más, el mero acto de ver a una pareja follando".
Soler y Gisbert llevan más de 20 años haciendo crítica pornográfica, solo teoría, "nada de práctica" -dejémoslo en 'poco'-. Lucas mantiene sus vínculos con la industria del porno, de la que está "un poco retirado por la próstata y el lumbago". Paco empezó con sus críticas en la cartelera 'Turia', escribió para 'Interviu' y colaboró en el espacio televisivo 'Todos a cien'; hoy escribe sobre porno en webs como 'Pornoticiero' o 'Estrellas del porno' y tiene su propio portal: 'paco gisbert.com'.
Estos blogs de hoy son el equivalente a las críticas y artículos de papel de antaño. "No hay muchas diferencias", apunta Escópico: "Sigue habiendo perturbados entre la colección de frikis y amateurs" que se dedican a escribir sobre el género. El 'Solo para adultos' de Lucas Soler, una ardua recopilación de datos sobre el universo pornográfico que recogió en un libro a principios de los noventa es la demostración de que "antes no había las facilidades que hay ahora para conseguir información".
La caída progresiva del vídeo y la irrupción de Internet, que vivió su boom allá por 2007, coincidiendo con el mejor momento del cine X español, cambiaron de nuevo el escenario de la industria pornográfica. "El cine porno como tal desaparece", insiste Paco Gisbert, quien destaca el único interés del sexo en las escenas. "los vídeos amateurs tienen el mismo valor en la Red que los profesionales, incluso da más morbo ver echar un polvo al vecino o alguien anónimo que a Nacho Vidal y Sophie Evans", añade Lasecca.
Surge entonces un "mercado de la especialización" en el que caben "todo tipo de perversiones, zoofilia, sexo con mayores, embarazadas y demás diferencias sexuales", sin necesidad de presentarse en un establecimiento público y pasar un mal rato. Un mercado en el que se difumina la línea entre lo profesional y lo amateur. "Basta con echarse una cámara al hombro y dejar que la vida corra", comenta Lucas Soler, quien calcula que "en una mañana puede grabarse una película porno de dos horas.
El negocio es discutible, según se mire. Mientras Nacho Vidal y Celia Blanco se iniciaban hace una década en el 'Fisgón Club' cobrando entre 200 y 300 euros por escena, una pareja puede llevarse hoy "entre 500 y 1.000 euros como mucho" por colgar un vídeo porno en Internet. "Funciona por objetivos, como las grandes empresas", concluye Gisbert.
Es la 'ley de la Red', que abre el mercado del porno a cualquier mortal. Fuera del porno virtual queda poco de la vieja ruta. Apenas una sala X que, según los críticos, "hace tiempo que no proyecta estrenos", y una cadena de sex-shops que mantiene el trato directo y personal con el cliente intentando satisfacer sus deseos con los productos más sofisticados.
Pastillas para la erección, agujeros negros entre cabinas para el placer más o menos anónimo y consoladores de diseño que destierran la hegemonía del falo tradicional son algunos de los superventas en estos establecimientos, en los que, como cambio más significativo, tenemos una mayor presencia de la mujer, "casi predominante" sobre la del hombre. La ruta del porno recorre nuevos caminos, aunque todos conducen a un lugar llamado placer.
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