La Fosa de las Marianas, conocida también como el abismo Challenger, es la zona más profunda que se conoce del oceáno. Se encuentra en el Océano Pacífico y sólo dos exploradores han logrado bajar a tal profundidad. En 1960, el inventor suizo Jacques Piccard y el marine estadounidense Don Walsh descendieron a 35.000 pies a bordo del batiscafo Trieste, que fue especialmente diseñado para esa misión.
Desde entonces ningún ser humano ha vuelto a descender a esa profundidad pero sí nuevas naves no tripuladas dotadas de la última tecnología que están recopilando valiosos datos para que los científicos puedan estudiar esta desconocida área del océano.
Un equipo internacional de investigadores lanzó al agua un sumergible no tripulado para que descendiera a 10.900 metros de profundidad. Los científicos han revelado ahora sus primeras conclusiones sobre la investigación, según informa la BBC. Por ejemplo, que las fosas oceánicas actúan como sumideros de carbono y que su papel en la regulación del clima es mayor de lo que los científicos pensaban hasta ahora.
El ciclo del carbono
"Se trata de la primera vez que hemos sido capaces de instalar sofisticados instrumentos a tal profundidad para medir la cantidad de carbono almacenado", explicó el investigador Ronnie Glud a la BBC. "Básicamente, queremos comprender cuánto material orgánico -es decir, el material producido por algas y peces en zonas menos profundas- se deposita en el lecho marino, y si esta materia es devorada por las bacterias o degradada, o queda enterrada", afirma Glud. De esta forma esperan obtener una fotografía general que muestre hasta qué punto el océano puede capturar carbono en el ciclo global.
"Aunque estas fosas sólo cubren el 2% de la superficie oceánica, pensamos que podrían ser desproporcionadamente importantes, ya que es probable que acumulen mucho más carbón debido a que actuarían como una trampa, de modo que en su fondo se acumularía más materia orgánica que en otras partes del océano. Así lo sugieren los resultados de los primeros experimentos realizados", afirma.
Una sonda recubierta de titanio
El robot fue lanzado desde un barco y tardó tres horas en llegar al fondo de la fosa, donde llevó a cabo una serie de experimentos. La presión a casi 11 kilómetros de profundidad es 1.000 veces superior a la que hay fuera del agua, por lo que sus sensores estaban recubiertos de un cilindro de titanio capaz de resistirla.
El siguiente paso de este equipo internacional de investigadores será calcular qué cantidad de carbono se acumula en el fondo del océano comparada con otras zonas. De esta forma, esperan poder determinar qué papel juegan las fosas oceánicas en la regulación del clima.
En esta investigación participan el Instituto de Microbiología Marina Max Planck de Bremen (Alemania), La Agencia Japonesa de Ciencia Marina y Terrestre y Tecnología (JAMSTEC) y la Universidad de Copenhague (Dinamarca).
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