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viernes, 24 de septiembre de 2010

Detenidos 59 taxistas neoyorquinos acusados de robar a los clientes

Casi estalla una huelga cuando Nueva York obligó a sus taxistas a instalar el GPS y el cacharrito que permitía pagar con tarjeta de crédito.

Según los conductores las tasas eran excesivas y el seguimiento vía satélite los señalaba como a presuntos ladrones, aficionados a dar rodeos injustificables, ávidos timadores que estarían mejor controlados desde el espacio. Pasó el tiempo. La tecnología fue aceptada.

De hecho, la facilidad de pagó ayudó a que creciera el número de viajeros. Algunos taxistas confundieron los nuevos taxímetros con una ganga. Ahora, una investigación de la fiscalía ha concluido en la detención de 59 chóferes. Los citaron en las oficinas que el Ayuntamiento tiene en la calle Rector.

Una vez allí fueron informados de su detención. Enfrentan cargos criminales y posibles penas de cárcel, hasta 4 años para los acusados de maquinar un fraude.

Manipularon los taxímetros, doblaron facturas, trataron al turista de primo y ejercieron el corso. Con un número estimado de 48.000 taxistas pareciera exagerado subrayar en fosforito la noticia... pero los números cantan.

Estafando una media de 5 dólares por viaje, robaron 235.000 dólares en unos 77.000 viajes. Sólo han colocado las esposas a quienes realizaron, al menos, 300 estafas.

Dicen los oficiales que un tal Mfamara Camara sacó hasta 15.000 dólares merced a 4,800 facturas hinchadas; otro, Santiago Rossi, cargó 11.000 dólares en más de 5,127 viajes.

Otros 2.000 taxistas habrían sido privados temporalmente de sus licencias y estarían pendientes de diversas sanciones. En 22.000 ocasiones aplicaron de forma fraudulenta la tasa doble que se cobra al viajar por los condados de Westchester y Nassau, engordando 280.000 veces las facturas de forma ilegítima.

Con el fruto de sus maquinaciones robaron cerca de 1,1 millones de dólares. Billete a billete, gota a gota, el beneficio de los pícaros no había más que aumentar. A lo largo del día los turistas ofrecían carnaza abundante; permitían organizar un atraco de baja intensidad, de esos que podías confundir con un error humano.

Los abogados de los taxistas, por supuesto, insisten en que las lecturas del GPS resultan insuficientes. Desde las asociaciones profesionales reclaman pruebas más sólidas.

Según la Comisionaria de Investigaciones de Nueva York, Rose Gill Hearn, "Un viaje en un taxi amarillo es la experiencia neoyorquina por antonomasia y un necesario medio de transporte para muchos de los residentes de la ciudad".

Se trata, en suma, de proteger la marca NYC. No puede permitirse que apuñalen uno de sus recursos icónicos, que la estampa del taxi color canario pase a ser sinónimo de barco pirata en el imaginario colectivo.

Está en juego la reputación de los taxis, o sea, el alma de Manhattan, puesta en solfa por los galeotes del volante que complementaban ingresos chuleando al cliente.

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