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martes, 27 de abril de 2010

MONDO CANE

Andrew Cote trepa por la escalera de incendios de un edificio del East Village, sobre el techo se encuentra una de las 250 colmenas de las cuales se ocupa este profesor de literatura japonesa, que es también granjero urbano, una actividad en plena expansión en Nueva York.

Cote, de unos 40 años y que preside la Asociación de apicultores de Nueva York, tiene motivos que celebrar: tras 11 años de prohibición (la infracción era pasible de una multa de 2.000 dólares; unos 1.500 euros), la ciudad acaba de autorizar nuevamente las colmenas y los apicultores van a salir de la clandestinidad.

"En un momento en el cual la Alcaldía quiere plantar un millón de árboles, nuestras abejas se encargan de la indispensable polinización, limpian entonces el aire y además producen una excelente miel hipoalérgica, 45 kilos por colmena y por año", dijo este entusiasta. Andrew Cote asegura tener cada vez más pedidos de instalaciones de colmenas en los techos y prepara un curso para un centenar de aspirantes a apicultores. Se le puede ver vendiendo su miel en el mercado de Tompkins Square (sureste), como decenas de otros apicultores que frecuentan los mercados del domingo, en Union Square (sur de Manhattan) o Chelsea (este).

En la otra punta de Manhattan, en el lujoso barrio Upper East Side, Eli Zabar, dueño de la Vinegar Factory, una tienda de comestibles, inspecciona su "campo" de tomates, instalado sobre el techo de uno de los edificios de esta antigua fábrica de vinagre, comprada en 1991. "Tengo hojas verdes, higueras, hierbas aromáticas, remolachas, frambuesas, un poco de flores", explicó el más joven de los hermanos Zabar, dinastía neoyorquina de comerciantes de origen ucraniano.

"Los invernaderos son calentados por los hornos de la panadería y de la pastelería y de esta forma reciclo un calor que de otra forma se perdería en la atmósfera", explica Eli Zabar. "Los invernaderos me permiten proponer en la tienda y el restaurante productos que crecieron sin pesticidas, son cosechados maduros y no fueron transportados en camiones refrigerados", dijo.

El Cerro Armazones, de 3.060 metros y con un cielo eternamente despejado en el desierto de Atacama al norte de Chile, fue elegido para acoger al telescopio más grande del mundo, con un potencial que podría cambiar nuestra percepción del universo, según científicos.

El Observatorio Europeo Austral (ESO) anunció este lunes en la ciudad alemana de Munich que eligió a Armazones para construir allí su European Extremely Large Telescope (E-ELT), que con sus 42 metros de diámetro será el más grande del mundo.

La decisión fue adoptada por delegados de los 14 países miembros de ESO y está basada en "una exhaustiva investigación meteorológica comparativa, que ha durado varios años", afirmó la entidad.

Cinco países competían para albergar este telescopio óptico, cuyo costo se estima en unos 1.300 millones de dólares y que -se prevé- debe comenzar a construirse en 2011 y estar operativo en 2018.

En su resolución, el Consejo del ESO señala los factores que favorecieron a Chile, entre ellos la calidad de la atmósfera y el menor costo de construcción, según ESO.

El sitio chileno asegura además 320 noches claras por año, y el gobierno de Santiago ofreció a la ESO 600 hectáreas alrededor de la futura instalación científica para evitar en el futuro toda fuente de contaminación lumínica o actividad minera.

La elección del sitio "es un paso importante que nos permitirá finalizar los planos de construcción de este proyecto, que permitirá un gran avance en términos de conocimientos astronómicos", afirma en un comunicado Tim de Zeeuw, director de ESO.

El E-ELT "será el más grande ojo del mundo dirigido hacia el cielo" y "nos permitirá posiblemente cambiar nuestra percepción del universo como lo hizo el telescopio de Galileo hace 400 años", agrega De Zeeuw.

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