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miércoles, 17 de marzo de 2010

Rosencof recuerda la primera y la última anécdota con el líder tupamaro

Nació en 1925 en Chamanga, localidad del departamento de Flores hoy promovida como patrimonio histórico de la humanidad ante la Unesco, sobre la cual Sendic ironizaba que ni siquiera figuraba en los mapas.

Lo llamaban "el loco", también "el Trosco", fue más conocido como "el Bebe", o "yo soy Rufo y no me entrego", frase que en realidad no se sabe si fue real o inventada por la prensa, cuando fue capturado en la Ciudad Vieja, en el local de la calle Sarandí 231, el 1º de setiembre de 1972, cuando el reloj marcaba más de la una de la madrugada. Un balazo que le atravesó la cara, le dejó la marca hasta el resto de su vida, una traqueotomía y una voz bajita pero muy convincente.

El tiroteo duró alrededor de un cuarto de hora, hubo alrededor de doscientos disparos. Sentado en su mecedora, debajo de la parra de su casa, en la calle Ejido, quien fue tratado como un guerrillero jubilado, en Cuba siguió estudiando la economía como cuando formaba parte de la juventud del Partido Socialista, o como cuando integró la dirección del MLN. Raúl Sendic vivió lanzando ideas irreverentes, herejías, muchas veces olvidadas como sus Apuntes, o ignoradas por la amenaza que representaban para los privilegiados.

El 28 de abril de 1989 murió en París, en la clínica Edouard Rist por una crisis cardíaca a raíz de la enfermedad que lo aquejaba, el Mal de Charcot. Sus restos repatriados llegaron el 8 de mayo para ser enterrados en el Cementerio de La Teja, acompañado por una multitud. "Fue el silencio más estruendoso que algunos han sentido en toda su vida", escribe Samuel Blixen en su libro titulado "Sendic".

En ese libro también se recuerda que el periplo de Sendic en el Partido Socialista fue a contramano de lo que se acostumbraba. Primero militó en la estructura del Partido y después recién pasó a la Juventud. Cuando Sendic ya había iniciado sus cursos en la Facultad de Derecho, ingresó al Partido Socialista por uno de sus centros que formaban el entramado partidario de base, uno por cada barrio en Montevideo y uno por cada departamento del país. Fue en el Centro "Adrián Troitiño", en un garage estrecho del barrio Pérez Castellano, ubicado en la esquina de las calles José Olmedo y la entonces Industria (hoy José Serrato) que Sendic inició su militancia partidaria. Allí se encontraban con una tenaz constancia Wilmar González y Luis Mezzetta, a quien Sendic reclutó después de un acto electoral en la Plaza Libertad.

Por la zona volvería una y otra vez Sendic, aún estando clandestino, en su vieja moto y llevando todo tipo de ayuda para los cañeros de UTAA. Los compañeros y amigos del barrio siempre lo protegieron. Fue en la puerta de la Casa del Pueblo, sede central del Partido Socialista, que Sendic fue calificado como "el Trosco", cuando Guillermo Chifflet, otro de sus viejos amigos, que llegaba desde el Interior, preparando un congreso, lo vio conversando con Jaime Pernas, relojero de la Ciudad Vieja. "Tengan cuidado, me parece que ese es Trosco", alertó Chifflet, confundiéndolo con su hermano Alberto. Aunque después Chifflet se rectificó, Sendic seguiría llevando ese mote.

"La juventud lo adoraba", recuerda Chifflet, "por su forma de ser sencilla, y por su constancia en la militancia". Sendic era el que organizaba los partidos de fútbol nocturno en la Casa del Pueblo o el que algún sábado de noche, hacía competencia de lucha libre, con Orosmín Leguizamón, un tornero melense. Cuenta su amigo, el escritor Eduardo Galeano que Sendic solía dormir a la intemperie en el balcón de la calle Arrascaeta y Rivera frente al cual se encontraba una sucursal del Banco de Cobranzas, que tres cañeros asaltaron a mediados de los años 60 y fueron encarcelados. Eran Santana, Vique y Castillo.

Fue precisamente en ese apartamento de Arrascaeta y Rivera que Sendic le transmitió a Rosencof la idea de "intentar un libro de crónicas que expresara el testimonio de toda la gesta formidable de los peludos". Según Rosencof, Sendic tenía "allí una media decena de carillas manuscritas en las que había anotado las características y los detalles más significativos de los comienzos. Es a raíz de esos papeles que Rosencof inicia su participación en las marchas y sus idas a Bella Unión. Así nació "La rebelión de los cañeros". El titular de Cultura de la Intendencia de Montevideo relató para LA REPUBLICA su primera y su última anécdota con Sendic.

LA PRIMERA CON ROSENCOF

Estoy sentado en mi despacho de la Intendencia al lado de un busto del Bebe en bronce, construido por Fernández Tudurí, uno de los grandes de la escultura, de la lucha y de la militancia. Maurico Rosencof relató para LA REPUBLICA dos anécdotas, la primera y la última con Sendic, según las definió. Con Raúl nos conocimos en el año 1955.

Con epicentro en La Charqueada se había desatado la primera huelga de peones arroceros, dirigida por Orosmín Leguizamón, que era un obrero metalúrgico socialista. Yo era miembro del Partido Comunista entonces, trabajaba como enviado de la página sindical del diario El Popular y me envían para hacer una nota y a organizar la gente.

Fui a dar al rancho de Orosmín, de piso de tierra. Venían peones de todos lados, de Rincón de Ramírez, de Serralta, Saglia, La Victoria, de todos lados. Por ahí cae un corresponsal de prensa de Vanguardia Socialista y también organizador, con una cámara colgada al pecho que parecía vendedor de golosinas. En todas la vueltas de la huelga anduvimos junto con Sendic y con Orosmín. Nos reuníamos con la gente de ahí en un quilombo. Teníamos que cruzar el río Cebollatí para hablar con los peones de las arroceras del otro lado. Serralta, que era dueño de una arrocera y además de la balsa para cruzar el río, paró la embarcación. Cruzamos todos en un bote de capincheros.

Allí estuvimos hasta que se organizó una marcha espectacular hacia Montevideo. Con el Bebe acampamos juntos en un monte de Marmarajá, en Lavalleja. Estábamos juntos bajo unos talas y de pronto se produce un amanecer lechoso, un alba que estaba despuntando los dedos, como diría Homero y yo empiezo a ver a la peonada de poncho y de sombrero bien aludo, echado para atrás, como cantan Los Olimareños en "Isla Patrulla", avivando los trasfogueros. Las siluetas de la peonada estaban recortadas en el horizonte, y yo le comento a Sendic: "la gran puta, ché, parece un ejército". Y Raúl, lacónico, vislumbrando el futuro, me respondió: "es un ejército". Esa idea se había integrado a su pensamiento, por algo termina con los cañeros, de donde me llama para que escriba "La rebelión de los cañeros", en 1969. Fue cuando después de un 1º de mayo, el viejo Cultelli se me apersona y me dice, "mirá aquél (por Sendic) quiere hablar contigo", cuando Raúl ya estaba clandestino.

LA ÚLTIMA

La última anécdota con Sendic es muy emocionante, recuerda Rosencof. Con el Bebe salíamos a las seis de la mañana a correr. Yo lo pasaba a buscar por su casa de Ejido 888 para correr por la rambla, hacíamos abdominales y otros ejercicios. En una de esas ocasiones, el Bebe me dice "vos sabés que me fatigo mucho, no sé que pasa, vamos a caminar nomás".

Cuando llegamos a un pastizal propicio para hacer abdominales, me dijo "dejá, dejá, no me da". Cuando pegamos la vuelta, yo le comento al peludo, que era compañero médico: "mirá, no me gusta esto del Bebe, algo le pasa, porque veníamos corriendo, hacíamos entre 80 y 100 abdominales y en esa oportunidad no pudo hacer ni dos".

A partir de ahí empiezan a atenderlo y se descubre la enfermedad que se lo llevó. Rosencof precisa que "en un cuerpo que no hubiera recibido el castigo de esos trece años, es una enfermedad que lleva años hasta la muerte". Sendic marcha entonces hacia París. "Yo estaba en Estocolmo", recuerda Rosencof. "Nos llamamos por teléfono.

Un movimiento solidario de Alemania me paga el pasaje para viajar adonde estaba el Bebe. Ya tenía el pasaje y en la última conversación telefónica que tengo con él, me cuenta que la estaba llevando. Le dije que iba a arrancar para ahí. Me respondió que me esperaba. Y las últimas frases fueron: Chau Bebe. Chau hermano".

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