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jueves, 18 de febrero de 2010

EL SUN Por Eleuterio Fernández Huidobro

Corría el año 1982 o 1983 (no recordamos). El señor presidente de la República recién electo, el señor director de cultura de la Intendencia Municipal de Montevideo y el senador que suscribe residíamos en sendos calabozos sitos en un pozo del Batallón de Ingenieros de Combate Número Tres de Paso de los Toros.

El agua caliente para el mate era un grave problema para nosotros y también para el Ejército.

La custodia de detenidos (tres en total) estaba cubierta por una fuerza permanente de ocho soldados, dos cabos y un sargento por turno, tan encerrados como nosotros pero dentro del perímetro más amplio y luminoso del súper enrejado celdario. Esa era la rimbombante denominación para aquel mamarracho.

Los puestos fijos de vigilancia eran: un soldado en el sótano, otro en la escalera (arriba) y otro (el más importante) cumpliendo el rol de Vigía contra el mayor peligro existente por aquel entonces en el país: los oficiales del cuartel.

Este centinela (de la mayor confianza del sargento), debía dar con prontitud la voz de alarma en el caso de que algún mero Alférez deambulara por los alrededores...Si lo que venía era un Capitán "sonaba" la orden de zafarrancho de combate que, lejos, allá abajo, oíamos perfectamente: apagar las radios prohibidas, esconder los naipes, las botellas de origen brasileño, las revistas, el SUN y despertar al sargento.

El trámite legal establecía que el agua caliente debía solicitarse por teléfono a la lejana Sala de Guardia. Pero la temible burocracia uruguaya, encima militar, se encargaba de que salvo el sargento (y a veces) nadie probara mate en el Celdario.

Hasta que un día bajó al sótano un cabo con el SUN en andrajos preguntando si por casualidad lo podíamos arreglar...

Reparamos el abusado SUN en poco tiempo aunque dijimos que íbamos a demorar mucho porque el asunto era di-fi-ci-lí-si-mo.

Pero no había caso: los SUN comerciales que cada turno de guardia traía (si sumamos era casi todo él cada dos meses), no soportaban calentar agua para tantos y, encima, hervir huevos, chorizos y panchos en los cascos de acero. Era la época atroz, inolvidable en las Fuerzas Armadas, del mondongo podrido para el día y para la noche por culpa y orden de una mala maniobra del Alto Mando Supremo.

Así que un día, propusimos a cierto capacitado sargento la solución radical.

Resulta que por ese entonces (tal vez ahora también), venían de contrabando unos grandes tarros de cocoa munidos de unas anchas cuanto hermosas tapas de metal a las que, cuando nos cortaban el pelo "arriba", habíamos echado, debido al hambre, el ojo.

Solicitamos dos tapas de cocoa, algunas de botella o, en su defecto, material aislante de similar capacidad y que con las bayonetas (que por fin sirvieron para algo) produjeran cuatro agujeros en cada tapa, perpetrados lo más prolijamente posible a cuarenta y cinco grados uno del otro. Aunque parezca mentira, los soldados del Ejército manejaban el asunto de los grados mucho mejor que el Almirante Márquez.

Poniendo el material aislante entre las dos tapas superpuestas pero separaditas; atándolas fuertemente con tiras de nylon a guisa de guascas trenzadas pasadas por los citados agujeros; y conectando cada cable del fallecido SUN comercial a cada una de las tapas mediante otro agujerito, llamamos por fin al Sargento para que hiciera la primera prueba del "invento".

Pedimos por el amor de Dios que usaran un recipiente de "plástico" (por ejemplo: palangana), lo llenaran con agua y lanzaran en ella el artefacto antes de enchufarlo y apartarse. Jamás después.

El ruido se oía desde nuestras catacumbas cuando el Megasun de Paso de los Toros calentaba agua a raudales a pocos quilómetros de la Represa cuya tensión bajaba en las bombillas mientras tanto. Dichos bajones se fueron transformando en otro de los mitos de un Cuartel que como todo el mundo sabe estaba "asombrado" desde tiempo antes.

A veces, y no fueron pocas, se oía de pronto una explosión, el griterío de soldados y sillas desparramadas y, a la vez, sobrevenía un gran apagón en el Regimiento.

Las Autoridades Militares nunca supieron (hasta hoy), cual era la causa de tan extraños apagones. La sumaron al cuantioso Activo de los misterios allí yacentes... Pero la culpa siempre la tuvieron las latas de cinco quilos del entrañable Dulce de Membrillo Frigonal que nuestras Fuerzas Armadas, en un dechado de innovación y tecnología bélica, usaban para servir el café con leche.

No faltó soldado, cabo o sargento mal entrenados para el combate, que metiera en ellas el Megasun. Así desamparado, el aparato bailaba al son de su propio fervor hasta tocar alguna de las paredes.

Quedaba a la miseria además de provocar una perforación por soldadura en la lata (inutilizándola también) y el ya referido corte de luz.

Presos y soldados, con el alma a oscuras y en vilo, acechábamos el ruido de botas nutridas que fusil en ristre venían corriendo hacia el Celdario para evitar la fuga seguramente en marcha. A su llegada, precedida por los haces de poderosas linternas, nuestra Custodia ya había escondido todo y simulaba estar también alerta y cuerpo a tierra en los puestos de combate que para tales alarmas estaban ensayados.

Cuando la luz volvía ya idos los oficiales, bajaba el Cabo con las dos nuevas tapas de cocoa, flamantes, y demás insumos reseñados.

La URSEA, Reguladora de los Servicios de Energía y Agua, ha logrado por fin parir trabajosamente, luego de años, la resolución de prohibir el SUN... Para ello fue creada y fue incoado un cuantioso Expediente durante muchos meses. Debidamente alimentado por las consabidas consideraciones jurídicas y de todo tipo. ¿Cuánto habrá costado hasta hoy la URSEA y el Expediente?

Por ello, las Autoridades citadas al comienzo volveremos resignadamente a las tapas de cocoa.

*| Escritor, senador de la República.

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