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sábado, 26 de diciembre de 2009

Llegaron los cuatro uruguayos que naufragaron en Líbano

La del jueves fue una noche mágica para Juan Pablo Acosta. En su casa de Rocha no paró de recibir amigos, de celebrar, de atender llamadas y de experimentar la calidez de los abrazos de su madre y sus hermanos.

Como él, Guillermo Ríos, Ruben Perdomo y Nicolás Achard experimentaban nada menos que en la Nochebuena esa sensación intransferible de haber tenido a la muerte tan próxima.

Exhausto por el viaje, que tuvo sus interrupciones, largas horas en los aeropuertos, con la ansiedad del reencuentro con los familiares, Acosta dijo ayer a LA REPUBLICA que la velada del 24 "se prolongó hasta las cinco de la mañana" y que la vivió con intensidad y agradecimiento por las muestras de afecto recibidas.

Unas horas antes el novato del grupo, Guillermo Ríos (19 años), se repartía en saludos entre una enorme barra que llegó de Sarandí Grande. No dejaba de temblar, la emoción era absoluta. Amigos y familiares lo apretaban con fuerzas, mientras los flashes de las fotos y los aplausos se multiplicaban.

Guillermo sonreía, la misma alegría con la que se hizo por primera vez al mar, hace apenas unas semanas. Pero todo él se estremecía al recordar el "caos" en que se convirtió el barco panameño al naufragar en las aguas del Mediterráneo.

Más de la mitad de los 80 tripulantes del barco perdió la vida, aunque los cuatro uruguayos lograron nadar hasta su salvación. Pero su peripecia no terminó con el rescate: la nieve en Europa dilató su regreso y el jueves fue el granizo el que demoró casi tres horas su desembarco en Carrasco.

A las 8.40 Inés, la madre del veterinario Nicolás Achard, afirmaba por celular que el vuelo estaba a punto de partir desde Aeroparque. A las 9.05, la hora señalada para el arribo, las pantallas del aeropuerto de Carrasco indicaban la demora, que se extendió casi interminablemente.

La novia de Achard, Silvana, no podía parar de llorar; pero no era la única. Su padre recordó que él mismo le llevó la noticia de que el barco había naufragado y no se sabía si había sobrevivientes. "No podía respirar, hubo que llamar a una emergencia móvil", recordó.

"Fue una pesadilla. Tuve miedo. Pensamos en positivo, siempre, pero hay momentos en que, por más que quieras, es difícil. Cuando lo escuchamos y dijo que no se iba más...", dijo, entrecortada, a minutos del reencuentro.



MAL SUEÑO

Las cuatro familias despertaron del mal sueño en la mañana del jueves, cuando por fin pudieron abrazar a los jóvenes y comprobar que estaban sanos, como antes de partir.

Cuando, a principios de noviembre, Guillermo, casi un adolescente criado en el campo, le contó a su madre que iba a viajar a Medio Oriente, ella no pudo contener el miedo. "Me puse a llorar", evocó, pero su hijo le contestó: "Hay 80 accidentes de tránsito y se muere gente. ¿Cuándo se hunde un barco?".

Una semana después pudo abrazarlo hasta cansarse, junto a sus hermanos (Gastón, 17, y Rocío, de 10) y sus tíos, dispuestos a partir hacia Sarandí Grande, la "base de operaciones" desde la que siguieron las noticias por radio y televisión, cuando temían lo peor.

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