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miércoles, 15 de julio de 2009

Rivera el primer presidente genocida y terrorista de estado uruguayo


Una de las zonas urticantes de la historia nacional, sobre la cual se pasa a menudo a toda carrera, y eso en el mejor de los casos, pues el silencio ha sido la norma, es la que atañe a los sucesos del año 1831, relacionados con la matanza y destribalización de los charrúas.
Los hechos de aquel entonces han sido interpretados, ya como una cruel necesidad, ya como una inútil carnicería. Los admiradores y los enemigos políticos de la figura del General Fructuoso Rivera han contemplado el episodio de Salsipuedes a la luz de los intereses partidarios que, a partir de aquel entonces -el enfrentamiento entre los latentes idearios de los futuros blancos y colorados- se han proyectado a lo largo de todo el acontecer nacional y a cuyo influjo no han podido escapar las evocaciones contemporáneas.

De todos modos, los archivos demuestran que en el caso del exterminio de los charrúas no puede atribuirse al brazo ejecutor la responsabilidad total del hecho. Todos los integrantes de la población criolla apoyaban explícita o tácitamente la desaparición de los aborígenes. Rivera fue solamente el gatillo de un arma cargada desde mucho tiempo atrás.

Pero el tema de Salsipuedes sigue siendo fértil, porque es polémico por una punta y dialéctico por la otra. Los criollistas, atentos a los argumentos de quienes procuraban pacificar la campaña y velar por la buena marcha de las estancias, aprueban las extremas medidas llevadas a cabo por Fructuoso Rivera en Salsipuedes y por Bernabé Rivera en Mataojo.

Contemplado el tema desde un punto de vista pragmático, al margen de los afectos o desafectos que puedan suscitar sus protagonistas, es fácil advertir que, tanto en la historia mundial como en la americana, al producirse el choque de los pueblos civilizados del Occidente con las naciones "bárbaras" o "salvajes", los triunfadores fueron los mejor armados y organizados, lo cual no significa que hayan sido superiores a los vencidos en el orden de las virtudes morales. El destino de los charrúas estaba sellado desde el momento que desembarcaron en América los contingentes hispánicos. La mayoría de los pueblos indígenas fueron rápidamente doblegados por la invasión del Occidente. Otros, como nuestros indígenas, combatieron durante tres siglos contra los ejércitos coloniales antes de ser destruidos por los ejércitos republicanos.

El estado de la campaña en 1830

Cuando nuestro país asoma a la independencia política y se constituye como Estado en los establecimientos ganaderos situados al norte del río Negro reinaba una situación caótica. Cuereadores clandestinos, cuatreros y melenudos forajidos sin otra ley que la de sus cuchillos, no le iban en zaga a los charrúas, quienes, en constantes correrías tras los ganados "ajenos", que ellos suponían propios, sobresaltaban con sus galopes, robos y golpes de mano a los estancieros y sus peonadas.

Rondeau y Lucas Obes advierten en enero de 1830 que debe ponerse coto a "los perversos que hacen la guerra constantemente a los ganados", cuyas fecharías provocan "el clamor penetrante de aquella parte del vecindario que tanto ha merecido de la Patria por sus esfuerzos en la lucha contra el Brasil". En consecuencia. el gobierno debe asegurar "a cada ciudadano la más tranquila fruición de sus propiedades", lo que requiere, de antemano, acabar "con las gavillas" que las devastan. Del mismo modo se propone saber "cuál es la situación de los salvajes llamados charrúas" y averiguar si "es cierto que en sus tolderías se hallan un número considerable de vagos y desertores". Esta providencia señalaba al General Rivera como el encargado de llevar a cabo estas tareas previas a un arreglo general de los campos, a los efectos de su pacificación definitiva.

Al igual que Rondeau y Lucas Obes, un mes después, en febrero de 1830 Juan Antonio Lavalleja comunica al Comandante General de armas, Brigadier GeneralFructuoso Riveraque, con relación a los excesos cometidos por los Charrúas", hay que proceder con mano de hierro.

Y de imnediato recomienda "altamente al Señor General la más pronta diligencia en la conclusión de este asunto, en el que tanto se interesa el bien general de los habitantes de la Campaña". El tono de esta comunicación no da lugar a dudas: el tiempo de los charrúas toca a su fin. Las figuras prominentes de los gobiernos que se sucederán de aquí en adelante serán solidarias en cuanto a las responsabilidades generadas por el exterminio de aquellos soliviantados indígenas.

Las razones del indio y las del pobre suenan -la historia lo demuestra- como campanas de palo. Si bien los ganados que poblaban las enormes estancias, que durante el coloniaje se llamaban "los inconmensurables", alcanzaban para el abastecimiento de todos, aunque la lucha contra el Brasil los había raleado intensamente, dicho argumento no tenía validez jurídica. El derecho de los propietarios de la tierra y sus escasos servidores primaba sobre las necesidades de alimentación y supervivencia de los antiguos dueños del país, condenados al exilio en su propio reino. Esa era la ley impuesta por el hombre blanco y se haría respetar a sangre y fuego, como efectivamente sucedió. Suponer otras conductas es totalmente irreal: la razón de Estado, antes y después de Maquiavelo ha sido inflexible, no importa si justa o injusta.

La fuente del derecho es el poder, y eso lo supieron juristas como Kelsen o políticos como Napoleón, Lenin o De Gaulle.

Los gauchos

Cuando Rivera asume en 1830 la presidencia de nuestro país las estancias cimarronas estaban en crisis. Ladrones de cuero y ganado de todos los pelos se habían adueñado del país interior….

Rivera, ya Presidente, abandona Montevideo, delega el poder, y parte tras los bandoleros y los indios. A los primeros, los "gauchos", como se dice en los partes de guerra del propio Garzón, se les redujo, se les quitó los productos de las proficuas cuereadas, se les metió en el cepo y en el calabozo, pero la sangre no llegó al río. A los charrúas, en cambio, se les condenó a la muerte física y a la muerte cultural, más terrible aun que aquella.

Rivera, su sobrino Bernabé, el general Laguna y otros jefes se mueven con sigilo. No es posible luchar frontalmente contra los quinientos charrúas que se diseminaban aun al norte del río Negro. Todavía son temibles enemigos los remanentes de una etnia ayer soberbia y por ese entonces acosada, degradada y debilitada por el contacto con los vicios y enfermedades del hombre blanco, aunque dueña del espacio de los galopes y la estrategia de la supervivencia en un medio cada vez más hostil. Rivera se desplaza como un zorro cauteloso, al par que utiliza un doble discurso, como ahora se dice. Hay que prometerles a los indios el retorno al Paraíso Perdido del área riograndense. Luego es menester reunirlos sin que sospechen las intenciones de los promeseros y a continuación distraerles, ernborracharlos y, mediante un ataque fulminante, acabar con los caciques y los guerreros jóvenes.

Sobre la acción de Salsipuedes, acaecida en las puntasdel Queguay el 11 de abril de 1831, no existen casi detalles. El diario El Universal, publicado en Montevideo, dice brevemente en su edición del 15 de abril: "Estamos informados de que en el día 10 del corriente ha habido una acción en Salsipuedes, entre los Charrúas y la división del inmediato mando de S.E. el Señor Presidente en campaña, en la cual han sido aquellos completamente destruidos". En realidad, no fueron completamente destruidos. Algunos caciques, desconfiados, no acudieron a la cita. Otros indios, muy pocos, pudieron escapar. Los muertos no fueron los cuarenta que consigna el parte de Rivera ni los miles que los charruistás endilgan a las malas artes de] General. Como antes dije, por ese entonces los charrúas eran alrededor de medio millar. Luego de la acción, breve y mortífera, los viejos, niños, mujeres y algunos combatientes fueron tomados prisioneros y conducidos a la capital. Su destino fue sellado por un etnocidio llevado a cabo con habilidosos procederes, que algunos califican como satánicos y otros como humanitarios.

La salida del cuerpo expedicionario a cargo del General Rivera cumplió a cabalidad con sus dos objetivos: terminar con las fecharías de los cuatreros y acabar con los charrúas.

Luego del combate, si así se le puede llamar, se difunde un cuidadoso y hasta elegante parte de guerra, fruto de los buenos oficios de un secretario letrado, cuyo contenido no tiene desperdicio alguno, tanto en lo que trasluce su meditada y elusiva sintaxis como en lo que callan sus calculados silencios.

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