Habitado ya en época prehistórica -los primeros restos fósiles conocidos pertenecen al Paleolítico Medio-, el territorio catalán fue colonizado por los griegos, los cuales fundaron, hacia el 600 a.C., la factoría de Emporion (Empúries). Ésta y la de Rode (Roses), fueron dos de las colonias griegas más occidentales. La presencia de griegos, fenicios y cartagineses en la costa catalana ejerció una influencia decisiva en la configuración de la cultura de los iberos, nombre que griegos y romanos dieron a los pueblos indígenas del traspaís. Durante las guerras púnicas, Emporion mantuvo una sólida alianza con Roma, y en su puerto desembarcaron los ejércitos romanos de Gneo Escipión (218 a.C.), de Escipión (210 a.C.) y de Catón (197 a.C.), que comenzaron la conquista y romanización de la Península Ibérica.
La romanización, que dejó una fuerte huella en Cataluña, se impuso limpiamente hacia finales del siglo I a.C., cuando ya se había consolidado la penetración de la lengua latina, el sistema legislativo y de las estructuras sociales -o sea, la organización urbana y del campo, conectadas por la red de vías de comunicación. La ciudad de Tarraco (la actual Tarragona) se convirtió en capital de la provincia Tarraconense -que comprendía un amplio territorio desde los Pirineos hasta Cartagena-, y fue uno de los grandes centros políticos y religiosos de Hispania, que mantuvo su importancia -bien visible en los importantes restos arqueológicos conservados- durante el Bajo Imperio. Con el Cristianismo se convirtió en centro de un arzobispado.
El reino visigótico, que sucedió al dominio romano, luchó por mantener las estructuras de un imperio centralizado, con sede en Toledo, pero se acabó con la conquista musulmana de la Península: el 714 se produjo la primera penetración arábico-musulmana en las tierras catalanas. La penetración islámica, que tuvo su techo en Poitiers (732), conllevó la arabización de gran parte de la Península Ibérica, incluida la futura Cataluña. Sin embargo, el territorio fronterizo con el Imperio Franco fue progresivamente conquistado desde el norte. En el 785 la ciudad de Girona se dio a los francos, y en el 801 los carolingios conquistaron Barcelona. Fue precisamente alrededor del condado de Barcelona -cuyos primeros condes fueron francos- donde se aglutinaron el resto de condados pirenaicos, que formaban la llamada Marca Hispánica. A partir de Guifré el Pelós (878-897), el condado de Barcelona se convirtió en hereditario, con lo cual se dio el primer paso hacia la soberanía y la constitución de un Estado catalán.
La formación de Cataluña
El nombre de Cataluña -de etimología incierta, aunque probablemente derivado de "tierra de castillos"- se empieza a utilizar a mediados del siglo XII para designar el conjunto de condados que formaban la Marca Hispánica y que, una vez liberados de la dominación musulmana en el siglo IX, se fueron desvinculando gradualmente de la tutela franca y resultaron soberanos.
Este territorio soberano, conocido como Cataluña Vieja, con una sociedad de carácter eminentemente feudal, inició una importante expansión territorial, que comenzó, en el tránsito de los siglos XI al XII, en tiempos del conde Ramon Berenguer III -el primero en ser llamado monarca de los catalanes-, y en varias direcciones: el levante peninsular, las islas mediterráneas y el norte occitano. Fruto de esta expansión fue la incorporación de la mencionada Cataluña Nueva, al sur y a poniente del río Llobregat y hasta el Ebro, que fue conquistada y repoblada en el siglo XII.
La unión matrimonial del conde Ramon Berenguer IV, de la casa de Barcelona, con Petronila, hija del rey de Aragón, en 1137, posibilitó la formación de la Corona de Aragón y la continuación de la expansión feudal, que empezó por el sur y el poniente musulmán -Tortosa fue conquistada en 1148 y Lleida en 1149.
La expansión medieval
Dominios territoriales catalanes en el siglo XIV, momento de máxima expansión territorial de la confederación catalano-aragonesa. Aparte del Principado de Cataluña, su dominio se extendía al Rosellón, el Reino de Mallorca y el resto de las Islas Baleares, el Reino de Valencia, las islas de Sicilia y Cerdeña y los ducados griegos de Atenas y Neopatria. A mediados del siglo XV se añadiría el Reino de Nápoles.
La gran expansión feudal catalana se da, sin embargo, en el siglo XIII y principios del XIV, con la cual la Corona de Aragón se amplió con los dominios mediterráneos de Mallorca, Sicilia y Cerdeña, además de Valencia. La expansión se inició con el rey Jaume I, que conquistó Mallorca (1229) -de donde expulsó la población musulmana- y Valencia (1238) -territorio al cual se dio el estatuto de reino y que fue repoblado mayoritariamente por catalanes-. Posteriormente, y coincidiendo con el gran desarrollo social y económico de Cataluña en la Edad Media, los dominios catalanes se extendieron por el Mediterráneo hasta Sicilia y Cerdeña.
Paralelamente, y en el tránsito de un sistema feudal a un estado monárquico, se fue configurando un sistema político que tenía como base el pactismo, o sea, la limitación del poder real por parte de las cortes -donde estaban representados la nobleza, la clerecía y la burguesía urbana-. Este sistema constitucional dio lugar a una institución surgida a finales del siglo XIII, la Diputación del General (que, a partir del siglo XVI, fue conocida también como Generalitat), que adquirió progresivamente un papel político. Sin embargo, a partir de mediados de siglo XIV, se inició una época de crisis demográfica (con el impacto recurrente de la peste), económica y política, que llevará al paroxismo de una guerra civil a mediados del siglo XV.
La unión dinástica con Castilla
En 1469, el matrimonio del rey Ferran II de Aragón con Isabel de Castilla, llamada la Católica, propició el camino hacia una monarquía hispánica, a pesar de que durante siglos Cataluña mantuvo su condición de Estado, de soberanía imperfecta, pero con sus instituciones propias y con la plena vigencia de sus constituciones y derechos.
Debilitada demográfica y económicamente, y con una monarquía absentista desde la unión dinástica con Castilla, en los siglos XVI y XVII Cataluña vivió un período de decadencia, en oposición al llamado "Siglo de Oro" castellano que siguió a la conquista de América. Las pretensiones unificadoras de la monarquía hispánica estuvieron en la base de un nuevo conflicto de Cataluña con el rey, el levantamiento secesionista conocido como Guerra de los Segadores (1640-1659). El Tratado de los Pirineos (1659), que puso fin a esta guerra, sancionó sin embargo la anexión de los condados de Rosellón y Cerdaña a la monarquía francesa, mientras que las instituciones políticas catalanas pasaron a ser fuertemente controladas por la monarquía hispánica.
1714: Cataluña dentro de la España moderna
En la Guerra de Sucesión, un conflicto de ámbito europeo en el que estaba en disputa la sucesión a la corona española, Cataluña se puso mayoritariamente del lado del pretendiente austriaco como forma de mantener sus constituciones, en lo que fue conocido internacionalmente como el 'caso de los catalanes'. El día 11 de septiembre de 1714, sin embargo, Barcelona se rindió a las tropas del pretendiente francés. El Tratado de Utrecht, con el cual se puso fin a la guerra, significó la entronización en España de la dinastía francesa de los Borbones en la persona de Felipe V. Este rey, nieto de Luis XIV, instauró un sistema absolutista de gobierno que comportó, en los territorios de la antigua Corona de Aragón como Cataluña, la liquidación de las instituciones y del sistema constitucional propios mediante el llamado Decreto de Nueva Planta (1716). Cataluña dejaba de tener un estado propio, y se integraba definitivamente a la monarquía española.
La Nueva Planta significó también la sustitución de la lengua catalana por el castellano en todo el ámbito público: la administración, la enseñanza, etc. Ello comportó un declive de la lengua -mantenida sin embargo en el ámbito familiar- y de la cultura catalanas, del que no saldría hasta la llamada Renaixença del siglo XIX. En el terreno económico, y una vez superados los efectos de la guerra y de la ocupación militar, Cataluña experimentó un progresivo proceso de desarrollo agrario, comercial y manufacturero, que puso las bases para la industrialización del siglo siguiente.
Una sociedad industrial
Colonia industrial de Terrassa
En el siglo XIX, Cataluña se convirtió en la región más industrializada de España: se ha podido afirmar que Cataluña era la fábrica de España. Este desarrollo industrial -que se basó en el textil, el sector claramente hegemónico- tuvo lugar entre el año 1833, en el que empezó a funcionar en Barcelona la primera fábrica mecanizada movida con vapor, y vísperas de la Primera Guerra Mundial, momento en el que la economía catalana ya se podía considerar plenamente industrial.
La industrialización dio lugar a una nueva sociedad, diferenciada del resto de España, con un grado creciente de conflictividad social y con una desavenencia también creciente respecto del Estado español, que se consideraba incapaz de responder a los intereses de una sociedad como la catalana. Ello comportó que a lo largo del siglo XIX, y a partir del recuerdo del esplendor medieval y de las libertades perdidas, fuesen sucediéndose los movimientos que propugnan el reconocimiento de la personalidad catalana, que van del particularismo de principios de siglo hasta diversas formas de federalismo y de regionalismo. Esta reivindicación se vio impulsada, desde mediados de siglo, por el resurgimiento de la cultura y de la lengua catalanas propugnadas por lo que se conoció como Renaixença.
El catalanismo: de región a nación
La Renaixença fue, al principio, un movimiento cultural, histórico-literario, que perseguía, en la estela del Romanticismo europeo, la recuperación de la lengua y la literatura propias. Con el tiempo, y particularmente a raíz de la Revolución de 1868 y de su fracaso, el movimiento adquirió un cariz claramente político, orientado a la consecución del autogobierno para Cataluña en el marco del Estado liberal español.
En el último tercio del siglo XIX, el catalanismo fue formulando sus bases doctrinales, tanto en el campo progresista como en el conservador, al mismo tiempo que empezaba a establecer los primeros programas políticos (como las Bases de Manresa, 1892) y a generar un amplio movimiento cultural y asociativo, claramente reivindicativo.
En 1898, España perdió sus últimas posesiones coloniales en Cuba y Filipinas, lo cual no sólo conllevó una crisis de confianza importante, sino que impulsó decisivamente el catalanismo político. En 1901 nació la Liga Regionalista, el primer partido político moderno en Cataluña y España, que en el año 1907, en coalición con otras fuerzas catalanistas (de los carlistas a los federales), agrupadas en la denominada Solidaridad Catalana, ganó las elecciones con el programa regionalista que Prat de la Riba había formulado en "La nacionalitat catalana" (1906).
A pesar de todo, las tensiones sociales -puestas de manifiesto con la creación, en el mismo 1907, de la Solidaridad Obrera- persistieron, y dieron lugar a la rebelión popular de la Semana Trágica (1909) y en el año siguiente a la fundación de la CNT, el sindicato de tendencia anarcosindicalista que fue absolutamente predominante en el primer tercio del siglo XX.
El catalanismo político logró en 1914 la creación de la Mancomunidad, primer ensayo de autogobierno, al cual puso fin la dictadura del general Primo de Rivera (1923). La proclamación de la Segunda República, en 1931, volvió a dar la autonomía a Cataluña, lo cual permitió la recuperación de una institución propia de autogobierno, que llevaría el nombre histórico de la Generalitat y al inicio de un periodo, dramáticamente corto, de recuperación de la normalidad democrática y cultural, que se vio interrumpido por el estallido de la Guerra Civil Española.
El franquismo
En el invierno de 1939 Cataluña fue ocupada por el ejército franquista. La victoria del bando llamado nacional y la dictadura que instauró el general Franco comportó, en toda España, el exilio, la muerte y la represión de numerosos militantes republicanos y de los partidos y sindicatos obreros. El nuevo régimen suprimió inmediatamente el Estatuto de Cataluña, reprimió toda manifestación de catalanismo y prohibió el uso público de la lengua catalana. En 1940, el presidente de la Generalitat, Lluís Companys, capturado en Francia por los nazis, fue entregado a las autoridades franquistas y fusilado en Barcelona.
Después de una larga y dura posguerra, caracterizada por el clima de represión política y social y de atraso económico y cultural, la España franquista experimentó, a partir de la coyuntura de 1959 y pese a las condiciones políticas adversas, un periodo de expansión económica, que fue determinado por la inserción tardía, aunque rápida, de España en general y de Cataluña en un desarrollo europeo más amplio, correspondiente a lo que se ha llamado los 'treinta años gloriosos' (1945-1975). En este periodo, Cataluña experimentó un gran incremento de la población, que pasó de 3 a 6 millones de habitantes entre 1950 y 1980. Este enorme salto demográfico, que fue posible gracias a la existencia de una industria que necesitaba mano de obra, fue posible por la aportación migratoria de gentes venidas, fundamentalmente, del sur de España. Esta aportación demográfica ha configurado, de una forma decisiva, la sociedad catalana actual. Democracia, autonomía e integración europea
A la muerte de Franco, en 1975, España evolucionó hacia un estado democrático y autonómico, definido en la Constitución de 1978. En 1977 fue restablecida de forma provisional la Generalitat de Catalunya, en la persona de su presidente exiliado, Josep Tarradellas, regresado a Barcelona en octubre de ese año. En 1979 se aprobó elEstatut d'autonomia de Catalunya, que permitía el restablecimiento del autogobierno. En 1986 España se integró dentro de la Unión Europea, dentro de la cual Cataluña propugna el reconocimiento del papel de las regiones como motores del desarrollo económico y del bienestar social. En el periodo 1980-2003, caracterizado por el desarrollo autonómico, gobernó la coalición Convergència i Unió (CiU), encabezada por el presidente Jordi Pujol. En 2003, Pujol fue sucedido por Pasqual Maragall, con un gobierno tripartito (PSC-ERC-ICV), que impulsó la reforma delEstatut d'autonomia de Catalunya para amoldarlo a la nueva realidad catalana. Este nuevo estatuto entró en vigor el 9 de agosto de 2006. El noviembre del mismo año, José Montilla sucedió Maragall como presidente de la Generalitat de Catalunya.
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