Cuando todo va mal, siempre queda el Ibex 35 y el partido. Le pasó a José Luis Rodríguez Zapatero:
en los peores momentos de su mandato, en 2010 y 2011, al borde del
rescate, buscó y logró la foto y el apoyo de los grandes banqueros y
empresarios en La Moncloa. Y nunca escuchó críticas abiertas en una
reunión del PSOE. Ahora le pasa con más fuerza aún a Mariano Rajoy, que en el peor momento del escándalo del caso Bárcenas
citó el martes a los grandes banqueros y empresarios en La Moncloa.
Estos le han trasladado su apoyo para que siga. El presidente tiene el PP incluso más silencioso, al menos en público, de lo que tuvo Zapatero al PSOE.
Rajoy, consciente de que viene una batalla muy dura y larga contra
Bárcenas, y de que puede haber más revelaciones —los suyos temen
especialmente la posibilidad de que el extesorero grabara conversaciones
con el presidente— ha decidido blindarse.
Esta semana ha sido una de las más delicadas de su mandato, con la publicación, el pasado domingo, de los mensajes de móvil que se intercambió con el extesorero; la declaración el lunes de Bárcenas ante el juez, y la amenaza de una moción de censura
el martes. Rajoy ha buscado el apoyo del poder real. La reunión con los
financieros y empresarios y la fotografía con los ministros de
Exteriores en Mallorca es un mensaje claro a los temidos mercados de que
está dispuesto a resistir.
La foto con el Ibex 35 es un mecanismo muy socorrido. Lo buscó incluso el rey Juan Carlos en sus peores momentos tras la cacería en Botsuana.
Pero en Rajoy es aún más significativa porque es un mundo del que ha
huido bastante, con esa idea suya de la independencia que tanto
defiende. De hecho, los empresarios suelen quejarse en privado de que no
es fácil hablar con el presidente, que ha reducido al mínimo su vida
social y renuncia a asistir a las cenas donde suelen encontrarse ellos.
Pero a la fuerza ahorcan y esta vez La Moncloa le sacó el máximo partido
posible forzando una reunión no prevista, difundiendo fotografías muy
controladas —solo tuvo acceso el fotógrafo oficial de Rajoy— y contando
inmediatamente que le habían dado su apoyo para que siga.
Rajoy, dicen los suyos, está fuerte. Los ministros le vieron el
viernes incluso “con ganas de pelea”. Siente que está reviviendo una
batalla similar a la de 2008, cuando una parte del PP, pero sobre todo
de la prensa conservadora, buscó su dimisión tras la segunda derrota
electoral.
Los marianistas no paran ahora de rememorar aquellos días y reivindican casi como una heroicidad la resistencia de Rajoy. El mensaje que escribió el presidente
en mayo de 2011 a la esposa de Bárcenas, Rosalía Iglesias, resume su
filosofía: “Al final la vida es resistir y que alguien te ayude”.
Pero ahora no es su capacidad política lo que se cuestiona, sino su
participación o al menos conocimiento de un escándalo político de
corrupción, sobresueldos, financiación ilegal y dinero negro que ha
saltado a las portadas de la prensa europea. Y eso es lo que más
preocupa en La Moncloa. Que se extienda en Europa la idea de que Rajoy
puede caer.
De hecho, en un gesto poco habitual en un Ejecutivo reacio a dar
explicaciones a la prensa —aunque poco a poco va cambiando— La Moncloa
citó el miércoles a los principales corresponsales para decirles lo
mismo que Rajoy les había contado a los empresarios el día anterior: que
el caso va a quedar en nada, que él no tiene problemas con la justicia,
que va a terminar su mandato y sobre todo esa idea de 2008. “Ya hemos
pasado cosas peores”, fue el mensaje de La Moncloa para hacer calar la
idea de que no hay ninguna posibilidad de que caiga.
Pese al escándalo y la repercusión, diputados marianistas y
escépticos, dirigentes regionales, barones autonómicos, ministros y
miembros del Gobierno consultados coinciden solo en una cosa: Rajoy no
va a caer. Están seguros incluso sin saber qué más tiene Bárcenas.
Hay muchas críticas en sordina, sobre todo a la estrategia. “Con el
silencio hemos permitido que sea más creíble lo que dice Bárcenas que el
presidente, cuando no es así. Parece que no hablamos porque tenemos
algo que ocultar, es un fallo porque no es la verdad”, resume un barón
autonómico en opinión muy extendida. Otros están preocupados porque ven
la hemorragia que está provocando en los votantes del PP, entre otras
cosas porque este partido llegó al poder en 1996 con un discurso contra
la corrupción. Pero nadie parece ni mucho menos interesado en que caiga
Rajoy.
El presidente puede tener un lío interno con el reparto del déficit
—y lo tiene, y se va a recrudecer ahora, cuando se convoque el Consejo
de Política Fiscal, en principio esta semana— pero no con el caso
Bárcenas. Nadie se está moviendo en serio en el PP para tumbar a Rajoy.
Ni siquiera Esperanza Aguirre,
por mucho que aproveche cualquier hueco para criticarle y desvincularse
de su forma de actuar. Aguirre está de salida, no es la que era en
2008, ha cedido el poder a Ignacio González
y este último no quiere líos con La Moncloa, de quien depende que le
arreglen la financiación o que le desbloqueen reformas de la ley
antitabaco y similares para que se concrete la inversión de Eurovegas.
Mucho menos José María Aznar.
Los marianistas se indignan porque Bárcenas le protege en sus
declaraciones y le deja fuera de los sobresueldos, cuando no tiene
lógica que no estuviera en la contabilidad secreta. Pero él, aunque esté
muy arrepentido de haber elegido a Rajoy, según dicen los aznaristas,
no está metido en la vida del PP; no moviliza a ningún grupo relevante y
no lo está moviendo. Y además está tan metido en el escándalo o más que
Rajoy. Otros, como Jaime Mayor, también tienen mucha menos fuerza de la
que tenían en 2008.
Otros han ido despareciendo hasta que Rajoy se ha encontrado, al
contrario que los partidos europeos tradicionales, sin oposición
interna, sin sector crítico organizado.
Y por eso, porque controla el PP y porque a nadie, tampoco a sus
socios europeos, parece interesarle una caída de Rajoy, en Moncloa
parecen un poco más tranquilos cada vez que pasan los días, aunque
siempre pendientes de nuevas revelaciones.
El presidente, por mucho que públicamente se niegue, está totalmente
metido en esto, según admiten algunos. Y mira con un ojo los movimientos
de su extesorero y con otro los de los mercados, porque una crisis de
desconfianza en España por este escándalo sí podría ser definitiva. Pero
no está pasando.
La prima de riesgo parece controlada, las subastas de deuda van bien.
Y aún no ha llamado ningún inversor internacional para cancelar sus
planes, de los que depende también la sensación de recuperación.
El Gobierno trabaja con la idea de que vengan grandes inversiones en
otoño, en el sector del automóvil e incluso en el de grandes fondos
inmobiliarios. España y sus empresas en este momento están baratísimas,
aseguran en el Ejecutivo. “Los inversores se mueven por números, España
esta muy barata y están viniendo y van a venir más”, sentencia un
ministro.
Todos confían en que el caso Bárcenas no afecte y Rajoy pueda seguir. Él más que nadie.
Espera a que sea su enemigo quien se mueva, y teme que si lo hace él,
con una comparecencia parlamentaria, Bárcenas aproveche para redoblar
su ataque. Aunque ahora tiene que moverse porque el PSOE le ha forzado.
Parece una guerra de resistencia, de paciencia. El presidente del
Gobierno siempre ha ganado este tipo de batallas. Pero siempre hay una
primera vez para todo. Los suyos insisten en que no será esta, y como
mucho admiten que tal vez esto haga que no se presente de nuevo en 2015,
nada más. El resultado real no tardará en conocerse.
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