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domingo, 21 de julio de 2013

Manzanas podridas en el Gran Canal de Venecia

Cuando el reloj de la iglesia de Santa Maria Formosa da las siete de la tarde, Mariano Pozzobon se detiene. Deja la góndola en el canal que lleva el mismo nombre de la iglesia y comienza a hacer ejercicios de estiramiento sobre una banca diminuta de madera. Mariano es calvo y bajito, apenas cabe en la banca. Lleva todo el día de pie, remando a bordo de una góndola, paseando turistas por Venecia. Tiene la cara y la cabeza tostadas por el sol. Abandona por unos minutos la sesión improvisada de yoga, conversa con su compañero, Franco Favaro. Llevan 15 años viajando todas las mañanas desde la isla de Murano a Venecia, para cazar la preda y subirla a la góndola. La competencia es feroz: hay casi 600 colegas inscritos oficialmente.
El gremio de los gondoleros es cerradísimo. Charlar con ellos es una tarea ardua. Desde el pasado 8 de julio, parecen tortugas dentro del caparazón. Ese día, Nicola Falconi, presidente del Ente Góndola, la sociedad del Ayuntamiento veneciano que rige las licencias y el reglamento de los gondoleros, dispuso que, por primera vez en la historia de Venecia, serán sometidos por sorpresa a exámenes antialcohol y antidroga.
El martes 16 de julio, el alcalde, Giorgio Orsoni, se reunió con Falconi y pidió “mano dura”. La gota que derramó el vaso surgió hace unas semanas, cuando apareció en YouTube un vídeo de un hombre con el torso desnudo, nadando en el Gran Canal, cerca de San Marcos. Al nadador probablemente le habían tomado el pelo unos gondoleros, que le habían ofrecido un trabajo como atracador de góndolas. Eso sí, debía primero mostrar sus capacidades de nadador. La responsabilidad recayó en el jefe de los gondoleros, pues según Falconi, “incluso si era una broma no debió permitir que ocurriera”. Como castigo le será suspendida la licencia por un mes, lo que implica la perdida de mucho dinero. En verano, en un día, un gondolero puede ganar 800 euros, asegura Falconi.
Mariano Pozzobon y Franco Favaro no huelen a alcohol. Huelen a trabajo. Cuando se les pregunta sobre las nuevas medidas, Pozzobon asegura: “Existen manzanas podridas entre los gondoleros, y hay que eliminarlas”.

El Ente Góndola recibe quejas de turistas que señalan comportamientos “poco ortodoxos” de algunos gondoleros, según Nicola Falconi. Los turistas se lamentan porque algunos cobran por posar en una foto. O señalan que otros son poco gentiles. Y no faltan denuncias de precios exagerados.
Por el Campo Santa María Formosa, una familia camina con dos niños. Uno de ellos pregunta a Favaro: “¿Cuánto cuesta un paseo?”. “Uno de 40 minutos, 80 euros. Por cada 20 minutos excedentes se cobran 40 euros”, responde Favaro. El niño pone cara de susto. ¿Podemos, papá? El padre le toma la mano y se aleja.
Tales son los precios oficiales establecidos hace seis años por el Ente Góndola. Y valen para un máximo de seis personas. Los turistas desconocen las tarifas debido a la carencia absoluta de información visual. La primavera pasada, cerca de Rialto, dos gondoleros cobraron 300 euros por un paseo de una hora y media, en vez de los 120 establecidos. Una pareja de turistas rusos pagó 400 euros por la misma duración. Las “manzanas podridas” fueron sancionadas con la pena máxima: un mes de suspensión de licencia. Ambos gondoleros pidieron disculpas a los clientes. Uno de ellos devolvió el dinero al consulado ruso e invitó a los afectados a repetir el viaje en góndola... gratis.
El trabajo de gondolero es una tradición milenaria que, por lo general, pasa de padres a hijos. Hay que tener experiencia con los remos, superar un examen práctico de cinco semanas, uno teórico sobre las normas de navegación en Venecia, y otro de comportamiento. Aprobado eso, el interesado pasa a ser sustituto. Y para convertirse en gondolero pueden pasar hasta 10 años, observando y aprendiendo los trucos del oficio.
En el traghetto delante de la estación de tren de Santa Lucía reposa Bruno Gnan, de 70 años, gondolero durante 40 años. La primera parte de su carrera transcurrió como gondolero de casada, es decir aquellos que vivían en el palacio de alguna familia rica y estaban al servicio del patrón las 24 horas del día. Pero la tradición del gondolero privado desapareció con la llegada del vaporetto, la nave de servicio público. La vida de gondolero le llevó a Gnan a Nueva York. “Una rubia se enamoró locamente de mí. Aguanté un mes. Demasiada confusión”. Y responde a la pregunta: “¿Los gondoleros beben?”: “Un sptriz (agua con gas, vino espumante y unas gotas de aperol), tal vez dos, pero no somos borrachos. Si no, a ver cómo haces para conducir una góndola de 350 kilos”.

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