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domingo, 24 de febrero de 2013

Italia elige entre el cambio tranquilo del centroizquierda o el caos

El director de cine Nanni Moretti tiene 59 años. La edad viene a cuento porque Moretti —autor de las inolvidables Caro Diario, Il Caimano o Habemus Papam, una película que en 2011 aventuraba la renuncia de un papa— se subió el viernes por la tarde al escenario donde el centroizquierda celebraba el fin de la campaña italiana y dijo: “Hay un tiempo para criticar a nuestros amigos. De hecho, yo llevo haciéndolo 40 años, en la vida real y en las películas. Y hay un tiempo, desde ahora al lunes por la tarde, para criticar a los adversarios. Yo no entiendo a los que meten en el mismo plano a la derecha y a la izquierda”. El teatro se vino abajo porque Moretti se estaba refiriendo al cómico Beppe Grillo, el líder del Movimiento 5 Estrellas, cuyo discurso de trazo grueso contra la política tradicional ha llenado día a día las plazas de todo el país al grito de: “¡Rendíos! Os tenemos rodeados”.
El fuerte de Beppe Grillo ha sido canalizar la desilusión y la rabia metiendo en el mismo saco a Silvio Berlusconi, que desde hace 20 años maneja a su partido como una más de sus empresas, y a Pier Luigi Bersani, quien salió elegido candidato del Partido Democrático (PD) tras unas primarias abiertas en la que participaron tres millones de personas. Aquellas primarias —celebradas en noviembre— resucitaron al centroizquierda, otorgándole un salvoconducto de ilusión y de transparencia para regresar al poder.
O, al menos, eso parecía entonces. Las elecciones de 2013 —que aún no se habían adelantado— se antojaban la ocasión propicia para sepultar con un aluvión de votos la herencia de Berlusconi. Sin embargo, un mes después, el regreso del anterior primer ministro con sus viejas fullerías y la errática irrupción en la política de Mario Monti —abrazado a Pier Ferdinando Casini y a Gianfranco Fini, dos de los políticos que mejor representan los privilegios de la casta— volvió a convertir la política italiana en un gallinero. Un mal escenario para Bersani.
Si a ello se añade que las condiciones laborales y económicas de los italianos no han hecho más que empeorar en los últimos tiempos, Beppe Grillo y Silvio Berlusconi lo han utilizado, compitiendo en titulares a cual más escandaloso. Se ha llevado la palma el anterior primer ministro, que ayer no tuvo empacho en transgredir la jornada de reflexión y hacer unas declaraciones muy graves. Tras llegar en helicóptero al campo de entrenamiento del Milan, aseguró: “La magistratura es una mafia más peligrosa que la mafia siciliana, y lo digo sabiendo que es una cosa grave”.
Así pues, durante la doble jornada electoral —hoy, domingo, hasta las diez de la noche y el lunes hasta las tres de la tarde— más de 50 millones de ciudadanos tienen que decidir si apuestan con claridad por Bersani y su cambio tranquilo, al estilo de François Hollande, o deciden por la enmienda a la totalidad que propone Beppe Grillo.
El resto de las opciones se cierran en dos: más Berlusconi —con su tómbola de premios que no tocan nunca— o un apoyo suficiente a Mario Monti que permita una coalición con Bersani. El fantasma de la ingobernabilidad que asusta a Europa y que tan mal vendría a Italia —pendiente aún de desarrollar el paquete de reformas al que se comprometió con Bruselas— lleva planeando durante toda la campaña.
En cualquier caso, no todos son noticias preocupantes. Por una parte, la coalición del PD de Bersani con el partido Izquierda Ecología y Libertad (SEL, por sus siglas en italiano) de Nichi Vendola parece mucho más sólida que aquella de 11 partidos que encabezó Romano Prodi en 2006 y que hizo fracasar al Gobierno dos años después por diferencias internas. La aparición de Prodi en Milán dándole ánimos a los suyos y la actitud responsable de Matteo Renzi, el joven alcalde de Florencia que compitió con Bersani en las elecciones, parecen avalar la esperanza.
Por otra parte, Beppe Grillo, cómico y bloguero, es el líder y la cara histriónica de un movimiento ciudadano formado en buena parte por gente responsable, jóvenes en su mayoría, deseosos de llegar a la política para cambiarla y no para que la política les cambie a ellos. A menudo, las simplificaciones —a las que tan aficionado es su líder— se vuelven en contra y se etiqueta de antisistema o antipolítica a simples ciudadanos con ganas de trabajar por su país. Un ejemplo es la ciudad de Parma, donde ya gobiernan y lo hacen con seriedad. Los italianos tienen la palabra.

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