Fue puro fútbol en Santa Fe, un partidazo, el mejor de largo en esta mustia Copa América. Lo ganó Uruguay tras dos horas de combate en la lotería de los penaltis, único desatascador en un estadio al que por algo llaman Cementerio de los Elefantes.
A partir de ahora, toda Argentina tiene un motivo más para la desesperación. En los 11 metros decidió Muslera con su parada ante Tévez, aunque antes merecieron tal privilegio Higuaín, con su disparo a la madera en la primera parte de la prórroga o Luis Suárez, autor de un memorable quiebro en el minuto 89. De todo hubo sobre la hierba, como es norma en estas batallas del Río de la Plata. Drama, disciplina, ocasiones, patadas. Puro fútbol.
Ha pasado más de un siglo desde aquel 16 de mayo de 1901, inicio oficial de este clásico. Desde entonces, 180 partidazos como este, con dos equipos al límite, puro ardor en cada pugna, dulce lirismo en cada finta.
Ahí se atrevía Messi, atosigado en cada esquina. A recibirle con el brazalete venía Lugano, orgullo charrúa en el brazalete. Cuando le dejaban, se presentaba Agüero, protagonista de un temprano caracoleo sobre una baldosa. Y a balón parado siempre la pegaba Forlán, martirio de la defensa de Batista.
Lo mejor de Argentina
A tamaño espectáculo no le podían faltar alternativas, en el marcador y en el fútbol. Al minuto tres, Diego Pérez llegó letal en el segundo palo, cierre a una acción de estrategia entre Forlán y Martín Cáceres. Un manotazo de hielo para el estadio, aunque casi siempre quería tocar Argentina, una, dos, hasta 10 veces.
Primero, para tranquilizarse. Luego, para no fallar a Batista, que nunca se cansa de repetir su decálogo esteticista. En una de esas, robó Gago, de primeras hacia Messi, al que le sobraron unos segundos para encarar a Cáceres y filtrar un balón que no era sino pura seda. De la cabeza de Higuaín a la red apenas hubo tránsito. No merecía menos esa conexión entre un madridista y un culé.
Cáceres y Muslera, tras el triunfo. I Efe
Llegó entonces el júbilo a la tribuna, la misma que hace 10 días despidió a los ídolos entre abucheos tras el 0-0 ante Colombia. Sonaron los olés cuando Gago la daba de primeras y manaba natural el fútbol. Se acercó Argentina a los dominios de Muslera y el juez de línea acertó de pleno al anular por fuera de juego el segundo cabezazo del Pipa, que se movía siempre al espacio, siempre bien.
Los mejores minutos del torneo para la anfitriona, al fin algo más que una colección de estrellas. Los uruguayos, que se veían superados, decidieron parar la sangría a las bravas. Sobre todo Diego Pérez, que hizo volar a Agüero y Di María y se marchó a la ducha al frenar un contragolpe de Gago. Nacía un nuevo partido, aunque no fuera siempre argentino.
La nevera de Tabárez
Pensar eso hubiera supuesto un menosprecio para los bravísimos uruguayos. Se manejan tan bien en la dificultad, lo han demostrado tantas veces, desde el 'Maracanazo' 1950 hasta Sudáfrica 2010, que ya hicieron sobrados méritos al Nobel futbolístico de la combatividad. En inferioridad, en la guarida del enemigo, Tabárez ni siquiera movió el banquillo. Prefirió meter el partido en la nevera, desesperar al contrario con taimado tacticismo. Justo antes del descanso ya avisó Lugano con un solemne cabezazo al larguero.
A Forlán le llamaban cornudo, aunque no dejaba de apretar arriba. Arévalo Ríos neutralizaba a Messi y Agüero con esos agarrones que nunca son amarilla. Y Muslera interponía los guantes cuando ya no quedaba más remedio.
Como en el minuto 78, puros reflejos ante el maravilloso zurdazo de Higuaín. O ya casi en el descuento, con un tiro libre rebotado y el rechace a bocajarro del Pipa. Apenas así llegó la albiceleste, por mucho que aleteara Messi o pugnara el Kun, cabizbajo camino de la ducha para dejar su sitio a Tévez. Tampoco sirvió de mucho Pastore, recambio de Di María.
No supo explotar Argentina los espacios, imponer su formidable delantera, hacer valer en definitiva, la presunta jerarquía y alcurnia de sus jugadores.
Al minuto 86 Mascherano también se fue a la calle por doble amarilla y el equilibrio fue absoluto. Variada amenaza aérea visitante frente a los coletazos de genio de Higuaín o Messi, desquiciado ante Muslera en la postrera ocasión del alargue. Ya se veía entonces que ese portero iba a ser decisivo.
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