Se fue la Copa. Se fue para Santos. Y se acabó el sueño. Sin pesadilla, eso sí; porque, incluso, después de ir perdiendo 2-0, pero más lejos en la cancha de que lo que indicaba ese resultado, Peñarol consiguió descontar, a corazón, echando el resto, y arrimarse un poquitito, muy poquitito, a la posibilidad de plasmar una hazaña, aunque sin dejar la sensación que podía lograrla.
No hubo proeza. Miles de hinchas santistas llegaron a Pacaembú vistiendo camisetas que aludían a su consagración como tricampeones de América, y es como si hubieran adivinado.
Con Aguiar casi arrastrándose por su pubalgia; con Olivera dando ventajas físicas insalvables y con la salida por lesión de Alejandro González, que se las había ingeniado para minimizar la importancia de Neymar como en el Centenario, Peñarol estuvo lejos de hacer una proeza, pese a haber dejado todo en la cancha tratando de lograrla.
En el primer tiempo, Peñarol la fue llevando. Con algunos apuros, con un par de sobresaltos, también con varias atajadas importantes de Sosa, incluso con algunos desencuentros para tomar la marca de Neymar, que a los 31´ le hizo sacar la amarilla a Alejandro González, pero… la fue llevando, al fin y al cabo.
Ese era el propósito, después de todo. Que, en lo posible, el partido se fuera yendo, se fuera estirando; se fuera alargando con el empate, y transmitiéndole al Santos la presión que siempre le cae a cualquier local que no puede ganar en su casa.
En una palabra, pese a perder en un par de pelotas de arriba que cayeron en su área, Peñarol le fue traspasando al Santos aquel apuro, y por tanto la imprecisión, que sufrieron los aurinegros en el partido del Centenario.
Claro, aunque Peñarol defendía más o menos bien, con cierta eficacia, igual estaba muy lejos de aquel que en las fases anteriores siempre dio la impresión de que podía, o tenía con qué, arrimarse al golcito salvador, al que permitiera conseguir el resultado que buscaba.
Es que, no hay caso, ya hace un par de partidos que Aguiar está poco menos que "pintado" por culpa de la pubalgia, como lo denuncian los gestos de impotencia, más que de bronca, que hizo cada tanto; y como tampoco anda fino Olivera, que perdió pelotas que antes no perdía y hasta pareció correr a contramano, pese a que esta vez Adriano no lo pudo marcar tan arriba, Martinuccio quedó muy solo, colgado, aislado.
Al terminar la primera etapa, entonces, estaba un poco más cerca de la Copa el Santos, pero sólo eso, un poco más cerca, nada más.
Tan solo bastó un minuto y medio para que esa "sensación térmica" de que con la salida de Alejandro González por lesión, con la consecuente entrada de Albín, que naturalmente es un volante y no un marcador nato, el Santos quedaba mejor perfilado para llevarse la Copa; porque en la primera corrida del local hacia el área del visitante, que no estuvo bien parado en la jugada, Arauca llegó solo por el medio, abrió hacia Neymar que entró por la punta muy descuidado, y… ¡zás! Remate contra el palo de Sosa y 1 a 0.
Ahí, entonces, se registró un leve cambio en la "sensación térmica" del partido, y la definición misma de la Copa, al fin y al cabo: Santos estaba para campeón y era imposible que Peñarol se le impidiera.
Con Santos ganando 2 a 0 el pleito estaba laudado. El cuadro de Pelé era tricampeón de América. Como estaba estampado en las miles de camisetas y banderas con que los hinchas santistas llegaron a Pacaembú, dando por descontado el desenlace. Fue por euforia. La típica euforia brasileña de sentirse ganadores de antemano; pero es como si lo hubieran adivinado. Y se les dio.
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