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miércoles, 11 de mayo de 2011

Bahrein derroca a su propio pueblo

Asia Times Online

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández


El 14 de marzo de 2011 se recordará como el nefasto día en que la Casa de Saud lanzó –con el total apoyo de EEUU- una salvaje contrarrevolución diseñada para aplastar el capítulo del Golfo de la gran revuelta árabe de 2011. (Véase The US/Saudi Libya deal, Asia Times Online, 2 de abril de 2011) [*].

Esa fue la fecha en que las tropas saudíes, junto a un número simbólico de soldados de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), invadieron Bahrein, en teoría a petición de la dinastía sunní gobernante de los Al-Jalifa, para “ayudar” a aplastar las protestas que a favor de la democracia recorrían todo el país.

El rumor que circula por Riad es que el rey saudí Abdullah no está gobernando en absoluto estos días la (desagradable) Casa de los Saud. Que quien está esencialmente al frente y actuando es el Príncipe Nayef. El siniestro Nayef, de 77 años, hermanastro de Abdullah, es el segundo viceprimer ministro de Arabia Saudí, además de haber sido ministro del interior durante al menos 36 años. El primer viceprimer ministro –y designado sucesor al trono- es el príncipe heredero Sultan, un octogenario que ha sido ministro de defensa durante 48 años.

Si Sultan muriera y le siguiera de inmediato Abdullah –una clara posibilidad-, Nayef, el inquisidor-en-jefe, con un curriculum vitae estelar a la hora de lanzar disidentes a pudrirse a la cárcel, censurar a la prensa y considerar que ni las mujeres ni la minoría chií tienen derecho alguno, sería el siguiente rey saudí. Eso solo sirve para demostrar que la contrarrevolución de la Casa de los Saud no ha hecho más que empezar.

¡Rómpeles la cabeza, nadie está observando!

Mientras tanto, en Bahrein, la agencia estatal de noticias BNA ha anunciado: “A partir del 1 de junio de 2011, se levantará el estado de seguridad nacional por todo Bahrein”. Eso responde a un decreto del rey Hamad al-Jalifa, quien demuestra ser, a pesar de él mismo, un admirador del escritor inglés George Orwell, ya que califica al estado de emergencia de “estado de seguridad nacional”.

La “seguridad nacional” se refiere en este caso a que el estado haya arrasado hasta los cimientos –con toda la colaboración saudí- unas veinte mezquitas chiíes; que haya demolido hogares, así como la Rotonda de la Perla, el símbolo de las masivas protestas; y toda una serie de palizas y encarcelamiento de cientos de manifestantes. Nayef, el mejor colega de la Casa de Saud en Manama, ha conseguido ser el primer ministro en Bahrein del jeque Jalifa ibn Salman al-Jalifa, de 75 años, quien lleva en ese cómodo puesto no menos de 40 años, un record mundial.

En la práctica, lo que está sucediendo en Bahrein es que una monarquía está intentando deshacerse de su pueblo. Las tácticas parecen sacadas directamente del manual de castigos colectivos aplicado por los estadounidenses en Faluya en 2004 y por los israelíes en Gaza durante las últimas décadas. Sucede que la oposición a los al-Jalifa está integrada por la absoluta mayoría de la población de Bahrein, y no sólo por los chiíes, como el gobierno no para de repetir.

Al menos 24 doctores y 23 enfermeras bahreiníes van a ser procesados ante un tribunal militar acusados de complot para derrocar el régimen por la fuerza. Lo que realmente hicieron fue atender a los manifestantes que habían sido duramente golpeados por la policía y el ejército. Según Médicos por los Derechos Humanos, estos doctores y enfermeras resultan muy subversivos porque tienen pruebas de que la policía y el ejército se comportaron como bestias.

El atronador silencio de los medios de comunicación dominantes occidentales sirve para mostrar la forma en que Washington y las capitales europeas son cómplices del trabajo sucio de la Casa de Saud/Al-Jalifa. Uno puede imaginarse la indignación si esto sucediera en Siria: una resolución de Naciones Unidas que facilitara el cambio de régimen llegaría con más velocidad que un Nespresso.

Human Rights Watch (HRW) ha tenido al menos la decencia de publicar un informe. Su director adjunto para Oriente Medio, Joe Store, demasiado diplomáticamente, ha subrayado lo obvio: “Los objetivos de esta feroz ofensiva a escala total parecen ser los de intimidar a todo el mundo para que se guarde silencio”.

¡Que traigan los gases lacrimógenos!

El domingo 1 de mayo, el día del bombazo Osama bin Laden, Matar Ibrahim Ali Matar –uno de los 18 miembros del partido al-Wifaq que dimitió del parlamento en señal de protesta- fue secuestrado por hombres enmascarados tras haber sido convocado a una falsa reunión; un portavoz del gobierno dijo después que “se le había llamado para una investigación”. Lo mismo le sucedió el mismo día a otro ex parlamentario del Wifaq, Yawad Fairuz, cuya casa rodearon treinta hombres enmascarados.

También se va a procesar en tribunales especiales (fiscales militares, un juez militar y dos civiles) a veintiún miembros de la oposición, incluido el disidente chií Hasan Mushaimaa, líder del grupo de la oposición Haq, que había pedido el derrocamiento de la monarquía, e Ibrahim Sharif, el líder sunní del grupo laico Wad que pedía una monarquía constitucional.

La acusación presentada es: “Intento de derrocar el gobierno mediante la fuerza en cooperación con una organización terrorista que trabaja para un gobierno extranjero”, es decir, Irán. A otras siete personas, se las está juzgando en ausencia. Los activistas por los derechos humanos subrayan que pueden sentenciarles a pena de muerte.

Luego tenemos el nuevo deporte de la Casa de Saud/al-Jalifa llamado “a arrasar la mezquita”. Se han destruido al menos 27 mezquitas y decenas de edificios religiosos, incluida la mezquita de Amir Mohammed Braighi, de 400 años de antigüedad. El ministro de justicia y asuntos islámicos, el Sheij Jalid bin Ali bin Abdullah al-Jalifa, ha afirmado: “Esas no son mezquitas. Son edificios ilegales”.

Ese fue ya el colmo de los al-Jalifa tras destruir prácticamente el sistema sanitario bahreiní (dirigido esencialmente por chiíes); despedir a mil funcionarios públicos chiíes, cancelando sus pensiones; encarcelar a decenas de estudiantes y profesores que habían participado en las protestas; golpear y arrestar a periodistas y clausurar el único periódico de la oposición.

Como parte del acuerdo saudí/estadounidense, Bahrein –y, por extensión, la Casa de Saud-, puede acabar yéndose de rositas, con todo tipo de alabanzas para los al-Jalifa por albergar a la Quinta Flota de la Marina de EEUU. Ni sanciones de las Naciones Unidas, ni siquiera una palmadita en la muñeca; sin zona de exclusión aérea o terrestre mediante resolución de las Naciones Unidas; sin armas a los “rebeldes”; sin bombardeos de la OTAN; sin ardientes deseos de cambio de régimen como en Libia; sin diplomacia Tomahawk y, desde luego, sin asesinatos extrajudiciales.

Al menos por el momento, las enormes inversiones anglo-estadounidenses en Bahrein están “protegidas”; para los mercaderes de la muerte británicos que venden granadas de mano, cargas de demolición, botes de humo y bombas de aturdimiento para la maquinaria represora de los al-Jalifa, el negocio no puede sino prosperar.

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