Si hubiera previsto las consecuencias,
me hubiera hecho relojero. (Albert Einstein, sobre el desastre atómico de Hiroshima y Nagasaki)
El científico Edward O. Wilson, responsable del concepto de biodiversidad, ha advertido que si toda la humanidad consumiera como se consume en EEUU se necesitarían 4 planetas Tierra para sustentarla.
No es difícil notar que otros países ricos y la clase alta de los países subdesarrollados siguen el patrón consumista de EEUU, y que a él aspiran las clases bajas de todo el mundo; así que este es un mal que está devorando a la humanidad. El consumismo es el acto de consumo que dejando de ser un medio desplaza a la satisfacción de necesidades como la finalidad que le da sentido. Es un caso de enajenación que consiste en el medio convirtiéndose en su propio fin, y como tal conlleva la ideología del menor esfuerzo. Por eso este patrón de comportamiento le ha perdido el respeto a la propia biósfera, porque siendo su propio fin no requiere de otra cosa que lo justifique.
En nuestra coyuntura esto puede entenderse así: hágase el menor esfuerzo y con una planta nuclear obténgase la energía que nos costaría demasiado con paneles solares, hidroeléctricas, molinos de viento y sistemas de captación de energía de las mareas... esto ya sin advertir que buscamos energía de consumismo y no de consumo.
Como bien lo han descubierto los científicos, el cerebro no busca la verdad sino sobrevivir . Pues no habríamos llegado evolutivamente a donde estamos si nuestro cerebro no nos hubiera reconstruido, mediante la percepción, una sub-realidad que se adecúe, éticamente incluso, a nuestra realidad y conveniencia individuales y a la solución más holgazán que resuelva nuestros problemas inmediatos… ¿y después?: ya se verá, alguna nueva solución vendrá, más holgazán aun.*
Pero en los meandros de la evolución natural los riesgos que se corrían no eran equiparables a los de hoy : gracias a mentes que, paradójicamente, no se conformaron con soluciones holgazanas, sobrevinieron la filosofía, la investigación científica y con ésta la alta tecnología. Pero aquellas mentes son excepcionales; el resto de la humanidad sigue siendo en general lo conformista, dogmática, prejuiciosa, ociosa e imitadora de las mayorías, que fue desde sus orígenes. La siguiente imagen es clara: un hombre domina el fuego en una experiencia creadora que le significó conocer sus peligros, luego el fuego dominado cae en manos de los niños que no han vivido esos peligros, y ahora ¿qué hacemos con manadas de ingenuos enamorados del fuego?
Lamentablemente los humanos, que nos hicimos esta especie que somos por imitación**, no solemos imitar los logros de provecho mediato del filósofo o los del científico, no menos inteligentes y creativos que los logros vistosos y de uso inmediato del científico-tecnólogo.
Parece que este patrón consumista es irreversible. Con nuestro cerebro haciéndonos preferir la solución inmediata con el menor esfuerzo, con la facilidad con que manipulamos el núcleo de los átomos, con la irreverencia con que tratamos a la naturaleza y la vemos como almacén de metales preciosos y combustibles fósiles; nuestro futuro como especie no da mucho para el optimismo.
Desgraciadamente no se trata de costumbres que se puedan revertir, ni de comportamientos aprendidos que se puedan desaprender. Se trata de nuestra constitución orgánica, de cómo funciona el cerebro. Somos una humanidad vanidosa y halgazana que no está preparada para sus científicos, y una humanidad que no aprende de sus errores, pues aprender significaría quebrar esa tendencia a hacer el menor esfuerzo, y eso ¡maldita sea! es orgánico.
El reto a la creatividad humana es muy grande si es que queremos mantener este esquema de vida comodón globalizado sin borrar del mapa nuestra civilización. Pero hay visionarios que ya atisbaron soluciones.*** Debemos ser capaces de quebrar nuestras costumbres, de repensar si queremos, si son ciertas, las necesidades que creemos tener: debemos desglobalizarnos primero, y primitivizarnos después. Es muy inteligente y asombrosa nuestra tecnología pero si no tenemos la estatura moral ni espiritual, hay que abjurarla.
Por supuesto que es una tarea titánica. Creer en esta posibilidad es incluso contrariar las leyes de las ciencias humanas; pero aun si no lo hiciéramos, y si no se nos ocurre antes alguna mejor alternativa, el resultado sería de todos modos la aquí propuesta primitivización de la humanidad, en aquel caso póstuma a lo que hoy somos.
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