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domingo, 20 de marzo de 2011

Chichen Itzá: Una ciudad mágica

México, (PL) Vivir la magia del pasado en una ciudad donde cada edificación revela costumbres, mitos y leyendas de la era prehispánica, es tal vez la mayor aventura que Chichen Itzá le proporciona al visitante.

Ubicada a 110 kilómetros de Mérida, capital del estado mexicano de Yucatán, la zona arqueológica constituye una de las urbes de la civilización maya con una clara influencia tolteca, al punto que el dios que la preside es Kukulcán, una representación de Quetzalcóatl, deidad del panteón de esta cultura.

Las principales edificaciones que todavía ahí perduran, en muy buen estado de conservación a pesar del paso de los siglos, corresponden a la época de declinación de esa cultura, de acuerdo con los arqueólogos al período posclásico.

Cada rincón de Chichen Itzá -cuyo nombre deriva de las palabras mayas Chi (boca), chén (pozo), Itz (mago o brujo) y á (agua)- resulta una especie de centro ceremonial, donde la impronta de los diferentes pueblos que la ocuparon desde su fundación está presente en los estilos constructivos.

Edificada sobre un terreno poco agraciado por la naturaleza en cuanto a la fertilidad, la época de lluvia constituía la principal bendición de sus habitantes, de ahí que le dedicaran ceremonias y hasta construyeran embalses a fin de almacenar el agua empleada para vivir y regar las siembras.

Según refieren las crónicas, la ciudad maya fue fundada hacia el año 525 de nuestra era, durante "la primera bajada o bajada pequeña del oriente" por los chanes de Bacalar, quienes primero se llamaron itzá y más tarde cocomes.

Las edificaciones presentes "En la boca del pozo del brujo del agua" muestran un gran número de elementos arquitectónicos e iconográficos que algunos historiadores califican de mexicanizados.

Hasta hace algunos años, se aseguraba que estos componentes fueron resultados de la migración masiva o conquista de la ciudad maya por parte de grupos toltecas.

Sin embargo, estudios recientes sugieren que pudieron ser la expresión cultural de un sistema político muy extendido durante el período posclásico en toda Mesoamérica.

Pirámide de Kukulcán, reflejo del conocimiento maya

La Pirámide de Kukulcán, en Chichén Itzá, es la prueba más fehaciente de los conocimientos sobre astronomía, matemáticas, cronología y geometría que la sociedad moderna heredó de la civilización maya.

Durante el equinoccio de primavera y otoño, los efectos de luz y sombra a través de la figura de la serpiente emplumada (Quetzalcóatl), tallada en piedra, paralela a la larga escalinata hasta la cúspide, semeja un movimiento del Dios representado en el reptil, que baja hacia el cenote.

El fenómeno sucede cuando en la escalera norte de la Pirámide se observa una proyección solar serpentina, la cual consiste en siete triángulos de luz invertidos, como resultado de la sombra que proyectan las nueve plataformas de ese edificio al ponerse el sol.

Dicho Templo, conocido también por el nombre de El Castillo, término que utilizaron los españoles en el siglo XVI para buscar alguna similitud arquitectónica conocida en el continente europeo, fue construido en el siglo XII de nuestra era por los mayas itzáes.

Su diseño tiene una forma geométrica piramidal; cuenta con nueve niveles, cuatro fachadas principales, cada una con una escalinata central, y una plataforma superior rematada por un templete, donde se rinde culto al dios Kukulkán, en idioma maya Serpiente Emplumada.

Nada es casual, ni providencia divina en este maravilloso lugar, remarca el guía durante el recorrido. Hasta los sonidos tienen un por qué, tal y como sucede cuando batimos nuestras manos para aplaudir en gesto de emoción, alegría o agradecimiento.

Hacia finales del siglo XX, los guías de los turistas descubrieron de manera accidental un efecto acústico que se produce en la escalinata Norte-Noreste (NNE) de la pirámide, cuando una persona aplaude de forma frontal a la escalinata.

En ese instante, el sonido del aplauso se propaga hacia el peralte de los escalones y rebota en forma de eco distorsionado, lo cual provoca un chirrido semejante al canto de un quetzal.

Técnicamente esto es posible porque el sonido producido por la fuente se propaga de forma simultánea para chocar con los escalones inferiores y superiores de la escalinata, precisa uno de los guías de esta famosa zona arqueológica mexicana.

Esta fracción de tiempo, que ocurre entre una palmada y otra, resulta suficiente para crear interferencias con las ondas de reflexión y producir el peculiar eco. Solo los sonidos de baja frecuencia como el aplauso producen el efecto. En verdad nada estuvo ajeno a la imaginación y el conocimiento de los mayas.

La alineación de la construcción de la pirámide permite, de igual forma, observar diversos fenómenos de luz y sombra, los cuales se reflejan en el propio cuerpo de la serpiente durante los equinoccios y solsticios, que cada año indican la llegada de una nueva estación.

El juego de pelota aún vive

Otra de las tradiciones que el tiempo no ha podido borrar en Chichén Itzá es el juego de pelota, cuyas características aún intentan mostrar al visitante las paredes y la forma rectangular de los vestigios de uno de los 10 terrenos que existieron en la ciudad maya.

Muy lejos de parecerse al actual deporte, en aquella época era un orgullo para la familia y cualquier joven ser escogido para un juego, que podía durar días enteros sin parar "ni para tomar agua", hasta tanto no se declarará un ganador, cuya cabeza después servía de trofeo a los dioses.

Según los historiadores, el juego de pelota fue un ritual muy practicado entre las sociedades de Mesoamérica, que en el caso de México recibió el nombre de pony-ah o pok ta pok, cuyo origen tal vez proviene del término ppuctal-ppuctal, el cual significa "ponerse en cuclillas varias veces".

En Chichén Itzá el terreno principal se encuentra sobre la gran plataforma que sostiene a la pirámide y las otras estructuras, y está considerado como el más grande de Mesoamérica.

La cancha mide 168 metros de largo por 70 de ancho; el lugar tiene forma de L y consta de un corredor central o cancha cubierta de césped, limitado al oriente y al poniente por dos tapias verticales de 96 metros de longitud.

Los muros y la especie de gradas que se encuentran a ambos lados de la cancha están adornados con bajorrelieve, en un intento de los antiguos pobladores de explicar el significado del juego.

En la parte central superior de cada uno de los muros laterales se encuentra un gran anillo de piedra, grabado con figuras de serpientes emplumadas, en representación del dios Kukulcán; y más delante, en la edificación, yace el lugar donde colgaban las cabezas de los ganadores como trofeo.

El desarrollo de esta ciudad, considerada una de las siete maravillas del mundo moderno, y la conservación de los valores de sabiduría legados por la civilización prehispánica, dan fe de una continuidad con arraigo milenario, atesorado por costumbres que se niegan a morir.

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