Egipto piensa ya en la era post Mubarak. La cuestión, que anima los cafés de El Cairo y preocupa en los despachos de diplomáticos y analistas, era inimaginable hace un mes. "El único hombre capaz de mantener la estabilidad es Mubarak", proclamaban los suyos.
Una "tormenta perfecta", como ha señalado la secretaria de Estado de EEUU Hillary Clinton, de problemas económicos, represión y descontento popular ha borrado el miedo y ha puesto en jaque tres décadas de Mubarak en el poder. Con el país paralizado y tomado por los manifestantes, todos coinciden en que el 'statu quo' es insostenible.
Pero la tozudez de Hosni Mubarak, de 82 años y en el poder desde 1981, hace la situación aún más difícil. Su estrategia de esta última semana está amortizada y fracasada. No ha podido disuadir a los manifestantes ni con la violencia de sus 'doberman' ni con el nombramiento de un nuevo vicepresidente y gobierno.
La primera vía para quebrar el inmovilismo sería lograr que Mubarak continúe en la presidencia pero se retire de la primera plana y ceda su poder al vicepresidente Omar Suleiman. El faraón podría refugiarse en Sharm El Sheij, localidad turística de la península del Sinaí, y aguardar hasta septiembre, cuando agotaría su mandato y se celebrarían elecciones presidenciales.
En este supuesto, Suleiman debería comprometerse a liderar un ejecutivo de transición e iniciar las reformas constitucionales. Esta hoja de ruta aliviaría a la comunidad internacional, que apuesta por un cambio tranquilo. Pero sería difícil de aceptar para las decenas de miles de egipcios que piden "pan, libertad y derechos humanos" y exigen romper con el pasado.
Reivindicaciones de la calle
El segundo escenario estaría más próximo a las reivindicaciones de la calle. Un gobierno de unidad nacional, integrado por los partidos de la oposición, elaboraría las enmiendas a la actual constitución y convocaría elecciones libres y justas.
En contra de esta vía, está la realidad de una oposición en construcción que trata de restaurar su estructura después de años de dictadura y persecución. Y el grito popular, un puzle de clases sociales, confesiones religiosas y edades aglutinado en torno al "Abajo Mubarak" pero impredecible cuando el octogenario presidente abandone la escena.
Tahrir y el núcleo del gobernante Partido Nacional Democrático siguen muy lejos. Un comité de sabios, formado por una veintena de intelectuales y políticos, trata de mediar entre ambas esferas. Ayer instaron a Mubarak a delegar las funciones en Suleiman para pilotar la transición. El vicepresidente, a su vez, debería disolver las dos cámaras legislativas, crear un comité encargado de proponer las enmiendas constitucionales necesarias y formar un Gobierno temporal integrado por expertos y personalidades aceptadas por el pueblo.
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