Después de 28 días de revueltas, un pueblo del que nadie esperaba nada ha derrocado al dictador que se sentía más seguro, apoyado sin reservas por la UE y EE.UU. y arropado en la oscuridad por los medios occidentales. Zine el Abdin Ben Alí huyó hoy de Túnez empujado por una población que ha descubierto día a día, durante cinco semanas, un poder que ignoraba poseer. Un incidente trágico, pero menor, encendió la yesca acumulada durante décadas de frustración económica y política y nadie ha podido detenerla.
El miércoles por la tarde, cuando la ola de protestas había ya roto contra el centro de la capital, el dictador trató de neutralizar la amenaza prometiendo abandonar el cargo en 2014, levantar la censura y conceder libertades políticas. Pero era ya demasiado tarde. "66 muertos es un precio muy caro a cambio de youtube", decían los blogueros en la red.
Hoy por la mañana, la popular avenida Burguiba, en el centro de la ciudad, se llenó de una multitud que protestaba frente al ministerio del Interior. Estudiantes, parados, intelectuales, artesanos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, dejaban claro que habían perdido el miedo y que no estaban dispuestos a aceptar nada que no fuera la salida del dictador.
Si días antes se había visto arder la fotografía de Ben Alí, las consignas de los ciudadanos, algunos subidos en las ventanas del terrorífico ministerio, dejaban claro su propósito: "Ben Alí c'est fini", "Asesino", "No nos marcharemos hasta que Ben Alí no se vaya".
Un mes antes, esas mismas personas pronunciaban el nombre de Ben Alí en voz baja y nunca ante más de tres personas. Ahora exigían a gritos su partida, conscientes de su fuerza, ondeando la bandera del país y entonando un himno nacional de pronto subversivo: "moriremos para que la patria viva". Cuando la policía comenzó a cargar y enseguida a disparar, los jóvenes se volvían, reanudaban el canto y se daban ánimos unos a otros para volver a la batalla. Nadie invocó a Alá sino a la patria, la decencia, la democracia.
Entre tanto, en otros lugares de la ciudad se producían saqueos e incendios, furor justiciero de un vandalismo en realidad bien dirigido: eran las lujosas mansiones de los Trabelsi, la familia política de Ben Alí, las que ardían. El clan mafioso de los Trabelsi -como los cables de Wikileaks lo describen- era el blanco de la ira popular. "Devolvednos nuestro dinero", gritaba esa mayoría hasta hoy aplastada, excluida al mismo tiempo de los recursos y de las decisiones.
Hoy se mantienen sin duda las incertidumbres. Mohammed Ghanoushi, presidente interino, era el primer ministro de Ben Alí. La UE y los EE.UU. van a vigilar de cerca. Pero en estos días en Túnez ha ocurrido un milagro muy raro: el pueblo menos esperado ha derrocado al tirano más incuestionado. No hay vuelta atrás cuando se deja de creer en los Reyes Magos. Tampoco cuando se descubre en uno el poder de la dignidad humana.
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