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lunes, 11 de octubre de 2010

Industria farmacéutica Casi siempre quejándose

La patronal de la industria farmacéutica en nuestro país ha convocado hace muy pocos días a los medios de comunicación para hacer unas declaraciones un tanto catastróficas parecidas a las que hicieron otras veces.

Dicen, y consta en las hemerotecas, que el Gobierno ha hundido el sector. Es una frase fuerte y, según voces autorizadas, un poco exagerada. Aunque durante décadas navegaron con bonanza envidiable, es verdad que ahora se enfrentan a una marejada de nivel.

Sin embargo, la culpa de ese oleaje incomodo no hay que echársela únicamente a los gobiernos que son sus clientes únicos, sino sobre todo a la crisis global que hace que los Ejecutivos tengan tantos acreedores que están metiendo la tijera en todo lo que pueden. Y también a otras cosas.

La industria farmacéutica debe reflexionar y afrontar los deberes que aún tiene pendientes para encarar las travesías que tiene por delante con el viento a favor, o al menos no en contra.

Vaya por delante, y sin dudas, que el sector farmacéutico es un agente trascendental para la salud de los humanos y que se quedará aquí para siempre. Otra cosa es que, además de quejarse con frecuencia de lo mal que lo tratan las Administraciones, no tenga –como la mayoría de áreas económicas del mundo– que cambiar radicalmente buena parte de los paradigmas en los que lleva instaurado sin apenas moverse varias décadas. Porque todo se está moviendo mucho y rápido.

La primera reflexión debería de ser la de si no estamos inmersos en una sociedad muy medicalizada. Que una autonomía como la madrileña se gaste el 30% del presupuesto sanitario en medicinas es todo un disparate.

En el resto del Estado no le andan a la zaga. Habrá que sentarse y vislumbrar alguna solución con sentido común. Lo segundo, lo que en realidad les atenaza en serio, porque pone en peligro el futuro de algunas compañías, es que deben solucionar la sequía innovadora que padecen desde hace varios años.

Las grandes farmacéuticas tienen los cimientos de su investigación tan sólidamente enraizados en la química, que hacer un agujero en todo ese entramado a la biología y la patología les cuesta mucho esfuerzo.

Están venciendo las patentes de los medicamentos que les dieron miles de millones de euros cada año y no ha surgido aún algo relevante que vaya más allá de una medicina un poquito mejor que la que ahora se vende en forma de genérico. El desafío está en acabar con los ensayos clínicos con miles de pacientes y cientos de millones de dólares por medio.

El desafío también hay que afrontarlo dejando de hablar siempre de pérdidas y beneficios y cautivar a la sociedad con la magia de la ciencia y de la medicina y del riesgo, de los que ellos se consideran paladines.

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