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sábado, 9 de enero de 2010

Furia blanca contra Patiño Mayer

¡Fuera Patiño del Uruguay! ¡Vete al infierno, so piquetero entrometido! ¡Go home! ¡Piantá de Montevideo, malevito arrabalero!

Todas estas expresiones me surgieron espontáneamente cuando me enteré de que el embajador argentino se había inmiscuido en nuestros asuntos internos por medio de un artículo aparecido en una publicación de la vecina orilla. Cuando estaba ya a punto de organizar un escrache contra la Embajada, aparecieron los celosos custodios de la dignidad de la Patria, los únicos patriotas capaces de lavar el honor de la República mancillado por este mequetrefe. ¿Quién se cree que es? ¿La versión moderna del tiranuelo Rosas? (¡Oh, perdón! No me di cuenta de que Juan Manuel de Rosas era aliado de don Manuel Oribe y Viana, nada menos que el fundador del Partido Blanco. Bueno, fue un pequeño lapsus).

Sigo. Me sentí reconfortado por la enérgica protesta de Larrañaga & Abreu ante la Cancillería. Ahora espero una actitud de firmeza de parte del ministro Vaz, como por ejemplo, la ruptura de relaciones como paso previo a la declaración de guerra.

Llamé a mi prima Madelón para comentarle el asunto y comprometerla a rescatar del galpón las lanzas, sables y carabinas que guarda celosamente como recuerdos familiares. Pero ante mi sorpresa, la encontré un tanto renuente a mi convocatoria de recuperar la mística épica de nuestros ancestros. Por el contrario, me hizo notar que no es culpa de Patiño si no hay Pepes en el Partido Nacional; que si algún prohombre blanco se hubiera llamado José, en fija que Patiño lo habría mencionado y su artículo se hubiera titulado Los cuatro Pepes...

"Fijate, Julito me respondió , los nombres que tenemos en nuestra colectividad por esa manía de desechar lo vulgar (José es un nombre de lo peor, es el nombre de Stalin, con eso te digo todo). Oribe se llamaba Manuel Ceferino (como aquel que fue presidente de Nacional); Berro, Bernardo Prudencio; Gómez, Leandro; el mulato Aparicio, Timoteo; Saravia fue bautizado precisamente con el apellido del ilustre lancero; Herrera tenía dos nombres comunes y corrientes (bien podrían haberle puesto José Alberto); a Ferreira Aldunate no tuvieron mejor idea que ponerle Wilson... Y el colmo, Etchegoyen: Martín Recaredo. Con esos nombres, todos muy originales pero un poquitín rebuscados, resulta que nos quedamos sin un solo Pepe...".

Reflexioné un poco luego de oír tan sensatos argumentos, y creo que mi prima tiene razón. Por eso me permito sugerir a la militancia nacionalista que empiece a bautizar a sus hijos con algún José; y de paso, mechar también algún Tabaré, algún Danilo, cosa que dentro de un tiempo ese viejo partido tradicional tenga héroes cuyos nombres puedan ser mencionados por el embajador argentino de turno; y todos contentos.

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